El 5 de julio de 1996 nació el primer mamífero clonado de la historia. Era la oveja Dolly y se convirtió en una de las figuras más populares y representativas de los años 90. Su existencia se consiguió a partir del ADN de células adultas gracias a una técnica ideada por Ian Wilmut y sus colegas del Instituto de Roslin de Edimburgo. Aquello fue todo un hito de la ciencia nuclear y genética que abría un sinfín de posibilidades de cara al futuro dignas de la mejor ciencia-ficción, algunas muy cuestionables desde el punto de vista ético: seres humanos clonados, enfermedades mortales erradicadas, un parque Jurásico real... Pero 26 años después ¿cuánto ha avanzado realmente la clonación?
Dolly murió a los seis años, el 14 de febrero de 2003, la misma edad que tenía la oveja de la que fue clonada, pero este tipo de especie suele tener una expectativa de vida de entre 11 y 12 años. Sus creadores resolvieron sacrificarla a causa de una infección pulmonar degenerativa. Su fallecimiento generó críticas, dudas y especulaciones, aunque los investigadores de Roslin establecieron que no había evidencia científica que certificara la conexión entre su enfermedad y prematura muerte y su condición genética.
Sea como fuera, el prematuro final de Dolly también fijó de alguna manera los límites a todas aquellas fantásticas predicciones que había desatado su sola existencia. Casi dos décadas después de su muerte la clonación humana sigue siendo una quimera y su uso clínico sigue estando muy lejos de ser una realidad.
"Ni se ha clonado ni creo que se haga nunca porque, al margen de las fronteras éticas, la eficiencia de esta técnica sigue siendo paupérrima", explicó el año pasado n una entrevista con EFE el investigador del Centro Nacional de Biotecnología del CSIC, Lluis Montoliu. "De hecho, pasaron 21 años entre el nacimiento de Dolly y la clonación de unos macacos, porque la técnica tiene una eficacia de alrededor del 1 por ciento, algo impensable y éticamente inaceptable en personas", añadía.
Efectivamente, la clonación reproductiva en animales ha recorrido desde entonces un camino más complicado de lo que se preveía. En enero de 2018, científicos de la Academia China de Ciencias hacían público el nacimiento de Zhong Zhong y Hua Hua, los primeros macacos clonados por el 'método Dolly'.
La clonación de animales sigue siendo limitada, aunque se sabe que está creciendo. En EEUU y China se utiliza clonación agrícola para sacar provecho de los genes de algunos ejemplares extraordinarios, sementales o machos de cría valiosos, antes de que mueran. Así se se han clonado cientos de cabezas de ganado premiadas. El Parlamento Europeo, por su parte, prohibió la clonación de animales para la alimentación.
Otra aplicación es la clonación de mascotas como perros y gatos. La clonación de perros entró en escena en 2005, en Corea. Pero hicieron falta 1.095 embriones para conseguir que naciera un solo can clónico sano, lo que confirma la complejidad del proceso debido a la biología de su reproducción.
En cualquier caso, la clonación de mascotas es tendencia en ciertos círculos (instagramers y famosos), aunque tiene un coste que puede resultar disuasorio. Se han pagado 50.000 dólares por un gemelo del perro fallecido, la mitad si es un gato, y alrededor de 2.000 si el objetivo es conservar los genes de la mascota de cara al futuro. La clonación de mascotas no implica un conflicto legal siempre que se respete la dignidad del animal. Ahora bien, hay pocas clínicas especializadas en el mundo. En España, ninguna.
En teoría, también se podría usar la clonación para traer de vuelta especies en peligro de extinción, o incluso extintas como el mamut lanudo, pero se trata de un procedimiento difícil, porque para reconstruir el óvulo hay que usar material genético de una especie muy relacionada, y eso es una gran limitación. En 2003, investigadores españoles y franceses lograron clonar el último ejemplar del bucardo (capra pyrenaica pyrenaica), aunque el animal solo sobrevivió unos minutos debido a un defecto pulmonar.
El uso terapéutico de la técnica promete un impacto más directo en la salud humana. El objetivo aquí no es producir individuos clónicos, sino emplear los embriones creados para generar células madre que permitan fabricar órganos de repuesto 'a la carta' a partir de los tejidos de los propios pacientes. Sin embargo, los científicos siguen teniendo problemas para frenar la capacidad de las células para mantener una división indefinida, ya que se trata de un proceso que causa tumores.
Lo que sí que ha supuesto una gran revolución en el campo de la investigación biológica es la edición genética, que hace referencia a una técnica en la que secuencias de ADN se modifican o editan directamente en el genoma de las células vivas. A esta tecnología se le llama CRISPR (repeticiones palindrómicas cortas agrupadas y regularmente interespaciadas).
El método ha permitido cambiar el ADN de animales, plantas y microorganismos, lo que ha contribuido al desarrollo de nuevas terapias, plantea la posibilidad de curar en el futuro enfermedades hereditarias y ayudará a mejorar los cultivos para lograr plantas más resistentes a sequías y plagas.
Dónde colocar la línea roja es el eterno debate. ¿Se debería usar para la mejora humana? En 2018 el científico chino He Juankui anunció que había usado la técnica en embriones humanos para hacerles resistentes al VIH. Fue condenado a tres años de prisión por su experimento, pero las tres niñas que nacieron del proceso deberán ser vigiladas médicamente el resto de sus vidas. El problema sigue siendo doble. No se trata solo de hasta dónde podría avanzar la ciencia, sino hasta dónde debería hacerlo.