Hace 20 años todos empezamos a usar una palabra que hasta entonces había pasado inadvertida: chapapote. Aquella pasta negra y viscosa que se pegaba a las rocas, al lecho marino y a la fauna se convirtió en el símbolo del peor desastre ambiental de la historia de España. El 13 de noviembre de 2002 el buque petrolero Prestige, con 77.000 toneladas de crudo de petróleo, sufrió una vía de agua a causa de una tempestad y, después de seis días de agonía, se partía en dos, hundiéndose frente a las costas de Galicia. El fuel que cargaba ese barco con bandera de las Bahamas acabó tiñendo de luto el litoral gallego, gran parte del Cantábrico e incluso zonas de Francia, pero también de indignación y solidaridad.
Galicia ya había sufrido otras mareas negras anteriormente, pero nunca había vivido una catástrofe de esas características. La repercusión internacional fue enorme. Las autoridades insistían en minimizar los peligros, pero no existían ni medios ni un plan de contingencia mínimamente eficaz para abordar el naufragio. El trágico suceso movilizó a cientos de miles de personas y generó una “marea blanca” de voluntarios llegados de toda España y de otros países para ayudar como podían en las tareas de limpieza.
Julia Noya, marinera que recogía almejas el día del accidente, recuerda en una entrevista con Greenpeace que "en aquel momento solo sentía impotencia y ganas de llorar", pero lo que hizo fue "embarcarse en el primer barco que salió para limpiar la ría como fuera, aunque fuese con las manos". "A quienes nos tocó vivirlo en primera línea no lo olvidamos ni lo olvidaremos nunca", añade.
Javier Sar Vituco, patrón de la cofradía de Muxía en aquel momento, cuenta que desde el momento que vieron el mar lleno de chapapote se dieron cuenta de que "iba a ser un desastre enorme". En su opinión, lo más importante que dejó aquella catástrofe "fueron los voluntarios". "Fueron nuestra salvación y los que sacaban el vertido de la costa todos los días", afirma convencido, que recuerda la oleada de solidaridad entre todas los pueblos y aldeas cercanos a la costa gallega.
La deficiente gestión del desastre durante aquellos días agravó el malestar social hasta generar un movimiento que anegó las calles de Galicia y toda España bajo el grito de '¡Nunca máis!'. "Al principio todos fuimos a limpiar porque era lo que tocaba, pero cuando acabamos salimos a la calle en tropel, porque era algo que no se podía aguantar, tanta mentira y tanta incompetencia", recuerda Julia.
Han pasado veinte años, pero hay salpicaduras que el mar todavía no ha lavado. "Fue una herida que tardó mucho tiempo en curar y no se ha cerrado del todo. Pero tenemos que pasar página y seguir viviendo", dice Javier. Las mareas negras del Prestige contaminaron gravemente casi 3.000 kilómetros de costa, desde Portugal y Galicia hasta Francia. Se tuvieron que parar las actividades pesqueras durante meses y muchos ecosistemas y especies fueron arrasadas, incluyendo hasta 200.000 aves marinas muertas, así como delfines, nutrias, tortugas y hasta focas.
La justicia condenó en 2016 a dos años de cárcel al capitán griego del petrolero, bajo tratamiento médico en la época del accidente. El propietario liberiano y la compañía de seguros británica del barco fueron condenados a pagar 1.500 millones de euros de indemnización, en su mayoría al Estado español, mientras que Francia recibió 60 millones de euros.
Mientras, miles de buques con millones de toneladas de mercancías peligrosas como el petróleo siguen pasando frente a nuestras costas cada año. Lamentablemente, otro Prestige no es imposible. Greenpeace denuncia que "es desolador ver que no hemos aprendido nada. Hoy mismo podría repetirse. Primero, porque siguen existiendo buques que están transportando petróleo y que están en malas condiciones. Y segundo, porque cada vez se transportan más combustibles fósiles".