La primera sociedad hidráulica de Europa surgió en un lugar de La Mancha en el año 2.000 a.C., como respuesta a una gran sequía que se prolongó durante unos seis siglos. Muchos años después, en esas tierras azotadas siempre por la falta de lluvias nacería la periodista y antropóloga Virginia Mendoza (Valdepeñas, 1987), cuya historia personal y familiar estaría siempre ligada a la escasez del agua. El mismo problema que golpea periódicamente a tantos pueblos de la España seca.
De aquellos recuerdos de infancia en el pueblo manchego en el que nació, "de la necesidad de entender por qué crecí con escasez de agua y cómo lo vivieron otros en distintos puntos del planeta y momentos", nace 'La sed' (Debate), un recorrido histórico a medio camino entre el ensayo y la memoria sobre el papel que el líquido elemento -o más bien su ausencia- ha jugado en en nuestro devenir como especie, nuestra cultura, nuestras mitologías y nuestra forma de ver el mundo. Hablamos con Mendoza sobre cómo el agua nos une y nos divide, algo que no puede ser más oportuno en un contexto como el actual, marcado por la sequía y el cambio climático.
¿Cómo diste con la idea de vincular antropología y memoria personal?
El punto de partida fue personal. La antropología de alguna manera está siempre conmigo también. Intento entender acudiendo a los otros, así que me parece que era una fusión inevitable. Venía de fusionar periodismo con antropología y era una vía que sentía ya un poco agotada.
¿Cómo te documentaste?
Leyendo libros relacionados con la prehistoria, sobre todo, y también los trabajos de historiadores y antropólogos especializados en cuestiones climáticas. Con la ayuda de Google scholar, que es una mina para llegar a textos académicos. También estuve buceando en la hemeroteca, en archivos parroquiales para hacer parte de mi árbol genealógico y en mis propios diarios de infancia. Aunque no es un libro periodístico, algunas de las historias que cuento aparecen ahí gracias a que en su momento entrevisté a esas personas, así que aunque haya pasado ya demasiado tiempo para considerarlo periodístico, algo de eso sí tiene. Su poso, al menos.
¿Qué papel juega la abundancia o escasez de agua en la identidad de una sociedad?
Si el agua es especialmente escasa o especialmente abundante en un lugar es inevitable que esa sociedad se contagie de alguna manera de esa escasez o abundancia. Si mis amigos gallegos buscan sonidos de lluvia cuando están lejos, los manchegos pensamos en gachas cuando llueve porque es tan rara la lluvia que es motivo de celebración.
Pero más allá de eso, el agua está presente todo el rato. No sólo porque somos agua en gran medida, sino porque para casi todo lo que hacemos usamos agua aunque no siempre sea evidente: la ropa que llevamos necesitó agua, el libro que he escrito necesitó agua, el uso que hacemos de las nuevas tecnologías también necesita agua y qué decir de lo que comemos. No puede no influir.
Dices que España es un país de sedientos y ahogados por la sed ¿Cómo hemos llegado a esta situación?
Sedientos ya éramos. Los “ahogados” fueron desplazados de sus tierras para construir embalses. Y no habría embalses sin sedientos. Son dos protagonistas de una misma historia.
¿Es todo culpa de la sequía o es que no sabemos usar el agua?
La desertificación no se produce sólo por la falta de lluvia. En este caso, ese proceso se está acelerando en la mayor parte de la península no sólo por la falta de agua o el mal uso, sino también por el abandono de la tierra que supuso la despoblación rural, a menudo forzada, entre otras razones. Una tierra seca, escasa en vegetación y sobreexplotada es cada vez menos fértil y absorbe peor el agua aunque caiga.
¿Qué papel juega la agricultura en la escasez del agua? ¿Habría que reducir la superficie de regadío?
El regadío supone el 80% del consumo de agua en España. Pero no me gusta hablar de agricultura en este sentido, no en líneas generales, porque no todo el mundo trabaja la tierra igual ni gasta la misma cantidad de agua ni hace el mismo uso de ella. El verdadero problema es el consumo masivo e ilegal. ¿Qué sentido tiene el olivar de regadío, si naturalmente es de secano y se le ha hecho depender de un agua que escasea? ¿Y cómo puede ser que cerca de mi casa unos aspersores rieguen a diario la carretera?
¿Lo que ha ocurrido en Cataluña con la sequía es un aviso de lo que va a pasar pronto en otras partes del país?
No lo considero precisamente un aviso porque ya estaba ocurriendo. Avisos ya van muchos: de los expertos y de la propia naturaleza. Si en La Mancha llevamos tiempos preocupados por cómo se está reduciendo la lluvia y vivimos restricciones extremas en los 90, unos cuarenta pueblos de Córdoba sufren restricciones desde hace dos o tres años, ya sea por falta de agua o porque el agua está contaminada. ¿Por qué hemos olvidado eso?
¿Qué nos espera en los próximos años? ¿Vamos camino de convertirnos en un desierto?
No lo sé, no puedo hacer predicciones. Pero la previsión de quienes lo han estudiado y de lo que nos vienen alarmando organizaciones ecologistas es que el 75% de la península se convierta en un desierto en cuestión de un siglo.
En cuanto llueve parece que nos olvidamos de este problema. ¿No aprendemos nada?
No sé si aprendemos poco u olvidamos rápido. Desde luego, quienes hemos crecido con restricciones no lo olvidamos.
¿Se puede seguir ignorando la amenaza del cambio climático?
Ignorar la amenaza del cambio climático es una actitud suicida. Negarlo no es ni siquiera inocente, no digamos si es para hacer política.
¿Es la sed el caldo de cultivo de la revolución?
A menudo lo ha sido en varias ocasiones a lo largo de la historia, pero no se daba solamente por la sequía, sino porque confluían otros factores, y esa es la razón por la que hablo de sed y no de sequía. Cuando eso ocurría, alguien estaba abusando de su poder y haciendo un uso irresponsable del agua y también acaparando el grano mientras el pueblo se quedaba sin pan para sus hijos. ¿Es la propia sed o es el hambre de los hijos? Ambas cosas confluyeron.
¿Con qué esperas que se quede el lector de ‘La sed’?
Con los saberes de tantas personas que viven en lugares remotos y que apenas son escuchadas. También, con la importancia de profundizar en la vida de nuestros antepasados. Quizá el problema está en que en el instituto aprendemos fechas y nombres de reyes y no tanto los problemas que atravesaron personas como nosotros en su día a día. A veces esos problemas son similares y, paradójicamente, puede ser un pequeño consuelo porque vemos que otros lo vivieron y, con suerte, vemos que lo superaron. Pero es importante fijarse en qué hicieron y qué no hicieron quienes salieron adelante y quienes fueron arrastrados.