El boom de la compra de aldeas para vivir en ellas: "Este año ya hemos vendido cuatro y el teléfono no para"
La pandemia ha provocado que mucha gente de ciudad haya pensado en comprar una aldea e irse a vivir a ella
Hablamos con Neil Christie, que ya lo hizo hace 10 años en Arruñada (Asturias) y reconstruyó el lugar con sus propias manos
Rosa y Elvira gestionan dos agencias de venta de lugares y aldeas, y su teléfono no para de sonar en los últimos tiempos
Neil Christie decidió cambiar su vida hace 10 años. A sus 55 se enamoró, junto a su mujer, de un caserío, un pequeño conjunto de casas cerca de Taramundi, en Asturias. No se lo pensó dos veces a la hora de comprarlo, aunque tuviera que reformarlo entero. Era el principio de su sueño. Como él, ahora siguen su ejemplo multitud de parejas de jubilados que quieren vivir de otra manera, de jóvenes cansados de la ciudad, o de antiguos migrantes que vuelven después de haber hecho dinero en el extranjero. Rosa M. Costoya, de Galician Country Homes y Elvira Fafian, de Aldeas Abandonadas Real Estate, lo saben bien, porque sus teléfonos no paran de sonar con gente interesada detrás. Hablamos con todos ellos para saber cómo es el proceso de comprar uno de estos lugares, reformarlo, y vivir allí como Neil y su familia.
El boom de lo rural en los últimos tiempos
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La actividad de empresas como la de Rosa y Elvira es, en estas fechas, incesante. Las llamadas de personas interesadas desde cualquier punto de España y, sobre todo, del extranjero, no cejan. El perfil más común del comprador o, mejor dicho, de quien llama, es de una persona de mediana edad, casi cerca de la jubilación, y que quiere dar un vuelco a su vida. Pero, realmente, hay de todo. "A finales del año pasado he vendido un lugar a una capitana de barcos de un jeque árabe. Toda su vida estuvo embarcada en distintos mares con este señor, de los más ricos, y ella, cuando vio este lugar, me lo compró porque aquí van a venir a vivir ella, su madre, su hermana, sus caballos, todo. Y en total van a hacer entre tres y cinco edificaciones", nos explica Rosa desde su oficina de de Galician Country Homes.
"Acabo de vender también un lugar a un matrimonio jubilado argentino que ha querido venir aquí a disfrutar de su retiro. Otro a unos jubilados ingleses en una aldea donde solo quedaba un habitante, y el último ha sido a un chico gallego con una historia romántica detrás, porque quería rehabilitar un lugar que añoraba de cuando era pequeño y no quería que se perdiera", relata Rosa, quien, además, nos explica la diferencia entre un lugar, pequeño conjunto de tres o cuatro casas, y una aldea, que ya incluiría en ocasiones una iglesia, el colegio, etc.
El mismo ajetreo lo tiene Elvira en su agencia de Aldeas Abandonadas. "Este año hemos vendido cuatro aldeas, pero llevamos negociando con ellas, haciendo papeleos, buscando todos los flecos ya desde el año pasado seguramente. A nosotros no nos ha afectado la crisis inmobiliaria. Nos afecta por las consultas, las llamadas preguntando si esto es verdad, si existimos, etc. Hay tanta historia detrás, y tantos puestos de trabajo, que es un sector importante. Porque, al final, si necesito un carpintero para una aldea, busco a uno que está alrededor, no uno de una ciudad muy alejada", comenta.
La importancia de ir con un proyecto y no a lo loco
Con los tiempos pandémicos que corren, se puede ser víctima de un ímpetu exacerbado y querer cambiar de vida "a las bravas", yéndose a vivir a una aldea o comprarla para establecerse allí. Sin embargo, la responsabilidad que hay detrás de cada venta hace que no sea tan sencillo, como nos explica Elvira: "No todo el mundo vale para el ámbito rural. En el camino se queda mucha gente. No es cuestión de vender y ya, sino que sepan que el mundo rural es complicado a veces. Si no tenemos ideas de negocio para vivir, al final volvemos a la ciudad, porque no es fácil. El que viene tiene que tener ideas, un plan de negocio… Hay mucha gente que ahora me llama porque quieren cambiar, pero los cambios son para una temporada, no para siempre. Igual de cada 50 personas que llaman se puede quedar uno. Cambiar radical a un pueblo es cambiar amigos, entorno, sistema económico… y esto no puede ser una moda como cuando había que tener una casa en la ciudad y otra en la playa. Hay que ser conscientes de que es más complicado de lo que uno piensa".
"Tampoco podemos traer proyectos que entorpezcan la vida rural que ya estaba de antes", continúa. "No podemos entreponernos, porque la gente que estaba ahí viviendo tiene que seguir estando a gusto. Hay otras aldeas donde, por ejemplo, se están formando cooperativas para la explotación de cáñamos, de arándanos o de kiwis. Hay muchas de negocio, otras familiares, gente que va a pasar ahí el fin de semana con sus empleados, actividades de senderismo… Esto es lo que se está poniendo un poco de moda ahora", explica.
Y en ese aspecto ético, más sentimental, también coincide Rosa. En su caso, con el ejemplo de la venta de uno de esos lugares en Viveiro, en la costa norte de Galicia. "Tenía una lista de espera de 150 personas. Tuve rusos que ponían el dinero encima de la mesa para tirar aquello y hacer lo que quisieran allí, pero al final me decidí por lo que me había encomendado el señor Antonio. Él me vio en prensa, era marinero y hacía mucho que era el propietario de aquel lugar. Me encargó que lo vendiera, pero no a cualquiera, sino a quien conservara su legado. Le dije que así sería. Así que aparecieron muchos, pero una chica que venía de Londres le dijo directamente a Antonio que ella quería continuar su legado, su historia allí. Él se echó a llorar cuando lo escuchó y se lo vendí a ella. Un mes después de venderlo él murió, pero lo hizo en paz. Y eso lo compró una familia con niños pequeñitos para hacer un resort familiar", nos cuenta henchida de emoción y orgullo.
Herederos, trabas burocráticas y plazos
El día que Neil, su mujer y sus hijas vieron el pequeño sitio de Arruñada, pegado a Taramundi, decidieron que ese iba a ser su lugar. "Estaba en un estado fatal. Maleza, árboles caídos… cuando nos detuvimos en frente y vimos las vistas nos enamoramos rápido de una casa, aunque había que rehabilitarla entera", nos comenta Neil, ingeniero de telecomunicaciones ya felizmente jubilado. Él, además, ha sido el encargado de devolver el esplendor a la casa donde ahora viven y a la que está anexa. "Poco a poco la he ido reformando. No soy Superman, así que traje maquinaria y a pasitos, con ayuda de la familia, la fuimos haciendo".
Sin embargo, la mayor dificultad con la que se ha encontrado Neil en estos diez años no ha sido el reconstruir una casa prácticamente desde cero, sino los trámites burocráticos. "Van muy lentos aquí. Es el país en el que llegas con 50 papeles y luego necesitas 51", se queja. Además, se une un problema intrínseco a estos lugares: las propiedades con múltiples herederos que no se ponen de acuerdo para vender, aunque sea una ruina lo que posean.
"Es una de las cosas típicas con las que tenemos que lidiar cada día", nos cuenta Rosa. "Un propietario muere, deja una herencia mal hecha y eso puede quebrar una venta si no lo entiende el que lo quiere comprar. También pasa que no se puede localizar a los herederos porque han emigrado. O que son tantos que no se ponen de acuerdo. Estamos pidiendo a la Xunta de Galicia que si algo que no se usa durante 50 años y alguien quiere comprar un terreno donde se encuentra, no pueda venir el bisnieto de Cuba a decir que eso es mío".
Por eso, los plazos entre la primera llamada interesada y la venta final, muchas veces se puede demorar, solo con este tema, hasta en más de un año. "Vender un conjunto de edificaciones, tierras, lindes, cuando antes no había registro y era todo de palabra es complicado. Además con el tema de los herederos, etc., es difícil", se lamenta Elvira. Tanto es así, que en el propio terreno de Neil existen unas ruinas que no ha podido comprar debido a que los herederos no se han puesto de acuerdo para venderlas. Cosas de la vida.
Dar de alta un pueblo en lugar de que el pueblo te dé de alta a ti
Esta es la situación con la que se encontró Neil cuando, por fin, se fue a vivir a Arruñada. El pueblo llevaba sin habitantes más de 40 años y el municipio cabeza de parroquia, Taramundi, lo había dado de baja de los registros. "Fuimos al ayuntamiento para empadronarnos y el mismo ayuntamiento nos dijo que el pueblo no existía, así que tuvimos que dar de alta al pueblo. Eso no lo descubrimos hasta que la casa no estaba habitable", explica Neil.
Allí, ahora, viven solos. Sus hijas ya salieron del nido, y en el lugar no quedaba nadie más. Tan solo hay otra edificación habitable, a la entrada, que también tiene su historia particular. "Nos contactaron unos chicos norteamericanos hace ocho años porque nos dijeron que creían que habíamos comprado la casa de sus abuelos. Ellos ya habían nacido en Estados Unidos. Les dijimos que si era así se la dábamos, por si estaban atados sentimentalmente. Pero resultó que no, que la suya era la primera casita de la entrada del pueblo, así que se juntaron entre varios primos y la restauraron. Incluso trajeron las cenizas del bisabuelo", cuenta.
En el caso de Neil y su mujer, el cambio que han experimentado en su vida ha sido fuerte yéndose a vivir ahí, pero nos confiesa que, en parte, estaban acostumbrados. "Nosotros ya vivíamos en el campo. En Inglaterra es así. Recorríamos casi una hora para ir a trabajar a la ciudad. Así que ese tiempo no nos llamó la atención. Cuando vivíamos en Taramundi, los vecinos se sorprendían de que fuéramos y viniéramos tanto hasta Arruñada, que está a 15 minutos, pero para nosotros no eran nada. Ahora mis vecinos son unas vacas y solo tenemos nuestras dos casas juntas, la propiedad en ruinas de los 50 herederos y la de los norteamericanos".
El mundo rural, la España vaciada, tan denostada y olvidada antaño, ahora vuelve a resurgir de sus cenizas gracias al impulso de gente con experiencia, con veteranía en la vida y que han sabido detectar dónde se encuentra una calidad de vida que se había perdido entre las grandes urbes.