140 centímetros. Una hermana. Dos perros. Un caballo llamado Freyja. Vegana. 17 años menos 28 días. Todo el mundo tiene una opinión sobre Greta Tintin Eleonora Ernman Thunberg, más conocida como la ‘niña del cambio climático’, lo que también nos puede llevar a pensar que nadie sabe muy bien cómo descifrar su enigma. Prueba de ello son sus primeras 24 horas en Madrid para acudir a la Cumbre del Clima, COP25, en las que ha despertado una expectación de estrella del rock. La nube de medios ha sido continua desde el momento en que, a las 8:40 de la mañana, bajó en el andén de Chamartín tras diez horas de viaje en tren nocturno desde Lisboa, siguió en su visita sorpresa a Ifema (no se la esperaba hasta la semana próxima) y continuó en la rueda de prensa antes de la manifestación, donde 400 periodistas y cámaras acreditados la miramos entrar con la capucha de la sudadera puesta. Y deportivas. Sí, 16 años.
Por el camino, ha sido escoltada por policías en coches eléctricos, una petición suya aceptada por el ayuntamiento, hasta un modesto apartamento de la zona de Tetuán. De hecho, los traslados están siendo uno de sus caballos de batalla. O más bien las emisiones de CO2 que conllevan: a Lisboa había llegado en catamarán, sorteando borrascas desde el puerto de Hampton (Virginia, Estados Unidos), en lugar de coger un avión. Ya viajó a Davos en tren desde Suecia (32 horas) en enero y dio sus razones al llegar al Foro Económico Mundial: "Creo que es muy loco y extraño que la gente venga en aviones privados para discutir el cambio climático".
Son las 16.37 y Greta sube al escenario de La Casa Encendida con otros tres jóvenes luchadores de ‘Fridays For Future’, los españoles Shari Crespi y Alejandro Martínez y la ugandesa Vanessa Nakate. Todas las preguntas van hacia ella. Todos queremos la frase, la foto. Tú que lees esta crónica seguramente también. "¿Crees que hacen falta más figuras como tú en el mundo?", pregunta una periodista. "No deben escucharme a mí antes que a otra persona, solo soy una activista más contra el cambio climático, una pequeña parte del todo. Y claro que necesitamos a más gente pidiendo cambios reales. No me escuchen a mí solo, de verdad. Así que, por favor, no me pregunten solo a mí sobre el cambio climático", explica Greta nada más empezar, lo que despierta un aplauso espontáneo. Ella evita mirar a la sala.
La siguiente pregunta también va para Thunberg. ¿Por qué molesta que sean los jóvenes los que lideren? "Algunas personas quieren que las cosas sigan como hasta ahora y tienen miedo al cambio. Y el cambio es lo que traemos nosotros, por eso intentan silenciarnos. Y eso solo es una prueba de que estamos teniendo impacto, de que nuestras voces están siendo escuchadas, por eso tratar tan desesperadamente silenciarnos", explica tras quitarse los cascos de traducción simultánea.
Y más: "Hemos conseguido mucho, sobre todo atención mediática y en la creación de opinión, pero es solo un paso. En la buena dirección, pero no suficiente. Francamente, ellos no están reduciendo las emisiones, están aumentándolas. Así que por supuesto no hay ninguna victoria, porque lo que nosotros queremos es una acción real. Y esa no está llegando, así que hemos conseguido mucho… pero desde otro punto de vista no hemos conseguido nada", añade.
Greta responde tranquila. Aunque pueden verse conatos de frustración continuamente. "No es una solución sostenible que los niños dejen de ir a clase, no podemos seguir así. Nos encantaría ver algo de acción de los políticos, la gente sufre y muere por esta crisis climática. No podemos esperar ni un minuto más", dice con algo más de rabia. Una combinación, la de la frustración y la rabia, que la llevó a llorar el pasado septiembre mientras leía aquel ya famoso discurso en la ONU: "Ustedes me han robado mis sueños y mi niñez con sus palabras vacías", dijo entonces, más contundente. Ya en enero había empezado a dejar salir esa rabia en el foro de Davos: "Quiero que sientan pánico, quiero que sientan el miedo que yo siento todos los días. Quiero que actúen como si la casa estuviera en llamas, porque está en llamas".
Un sentimiento profundo que comparten miles de jóvenes en todo el mundo. Tanto, que la ansiedad medioambiental ya es un trastorno médicamente diagnosticado. Son el tirón de orejas para todas las generaciones anteriores, que se han caracterizado por no hacer nada al respecto. O no lo suficiente. "Parece una niña muy feliz que espera un futuro brillante y maravilloso. ¡Qué lindo verla!", escribió Donald Trump en su Twitter tras verla llorar en aquel estrado.
La rueda de prensa acaba. Son las 17.20 horas. Los cuatro adolescentes bajan del escenario, con la bola del mundo azul como fondo. Otra decena de chavales activistas los esperan: "A better world is possible", corean en inglés. El padre de Greta, el actor y productor teatral Svante Thunberg, la mira desde uno de los laterales. Tiene el pelo largo y canoso. También ha venido a Madrid en catamarán y luego en tren y más tarde escoltado por coches eléctricos. Lola Martínez-Albornoz, editora de Lumen, la casa que ha traído los libros de Greta a España, consigue acercarse a él y dárselos: "Ya nos dijeron que su idea es ir improvisando todo en Madrid, que podía ser posible o no dárselos. Ha sido fácil entregárselos al final, aunque ya les habían llegado a través de su agente, pero quería de todos modos darle en mano la biografía que acabamos de sacar”, explica a Uppers. Y es verdad lo de la improvisación: nadie sabe hasta poco antes de que suceda dónde va a aparecer Greta y su familia.
El título de esa biografía, escrita por su madre, la cantante de ópera Malena Ernman, no podría ser otro que el elocuente 'Nuestra casa está ardiendo'. "Trata de la crisis por la que pasó nuestra familia. Trata de Greta y Beata [su otra hija]. Pero sobre todo es el relato de una crisis que nos envuelve y nos afecta a todos", puede leerse en el prólogo.
Se refiere Ernman al abismo que sufrieron cuando Greta rondaba los 11 años y cayó en una oscura depresión tras ver un documental sobre el deterioro del planeta. Tanta ansiedad le produjo que dejó de comer, como ha explicado en varias entrevistas posteriores. La luz al final del túnel no llegó hasta que meses después se enteró en su colegio de Estocolmo que había algo llamado 'cambio climático, lo que supuso un punto de inflexión para la familia al completo. Huelgas, pancartas, determinación. Todos se hicieron veganos y dejaron de usar aviones, lo que influyó para mal en la carrera como cantante de la madre, que había actuado en 2009 en Eurovisión con un tema llamado The Voice.
Como integrar la contradicción que supone el día a día (comer, moverse, mirar el móvil, ir al supermercado, calentar la casa...) con lo sostenible parece el mayor reto de esta familia. O uno de los más significativos, al menos. Es el problema de estar en pleno foco: cada acción es criticada (o defendida) ferozmente. La última polémica fue un recipiente de plástico de un humus que comían en uno de los trenes, seguida de otra por unas sillas de diseño en las que se sentaron. Pero Greta se muestra inflexible, en parte a causa del síndrome de Asperger que sufre. Para ella, todos somos responsables y cada detalle cuenta. Habló de ello hace meses en una entrevista en la CNN: “Veo las cosas en blanco y negro y soy muy lógica. Si yo no fuera tan rara, estaría atrapada en el juego de la sociedad, en el que todos están tan sumergidos”.
Greta sale del edificio rodeada de nuevo de cámaras. Le esperan unos metros más allá, en Atocha, para encabezar la manifestación junto a Javier Bardem y otros rostros conocidos. Unas 15.000 personas se van concentrando en el Paseo del Prado y Recoletos. Thunberg aparece. Todos los manifestantes de alrededor sacan el móvil. Una foto. Una frase. Un codo. Empujones. Nadie puede avanzar. La policía decide que es mejor que abandone la marcha por su seguridad y la del resto. Eso sí, se unirá al final del recorrido, en Nuevos Ministerios. Allí, un nuevo escenario y más gente deseosa de que, por fin, alguien haga algo. Coge el micro: "El cambio va a llegar tanto si quieren como si no", sentencia.