Hace años, Jorge Matey, ingeniero forestal, asumió un serio compromiso con su tierra, la comarca de La Rioja Alta y, especialmente, las montañas ibéricas. No solo regresó a su localidad natal, Ezcaray, una vez terminada la carrera en la Universidad de Huelva, para ejercer desde ahí su profesión, sino que amplió sus obligaciones de una manera altruista y por duplicado. Por una parte, recuperó algunas de las colmenas que habían pertenecido a la familia, con todos sus aperos, y se dedicó a la producción de miel a pequeña escala. "Unos cuantos botes para consumo en casa y otros para repartir entre conocidos", dice. Por otra, se propuso rescatar los topónimos de la región, esos nombres que nuestros antepasados pusieron a cada lugar y que se han ido perdiendo con el tiempo.
En su cuenta de Twitter se presenta como "recuperador de toponimia en extinción, apicultor, librepensante y desubicado en tiempo y espacio". Es decano territorial del Colegio Oficial de Ingenieros Técnicos Forestales y, por encima de todo, padre de tres hijas adolescentes. Habría que añadir que es un romántico, un hombre que eleva la naturaleza que ama y que está dispuesto a dejarse sorprender por su belleza, como le ocurrió recientemente en una de sus acostumbradas caminatas:
"Mi sorpresa al pasar hoy en Valdezcaray sobre una superficie de prismas de hielo ascendente que crecen bajo tierra elevando esta y que se rompen como el vidrio. ¿Qué fenómeno es este?", publica en su cuenta de Twitter.
Antes de poner el primer enjambre, Jorge leyó sin descanso hasta conocer bien su sofisticado mundo, el cuidado de las colmenas o la cosecha de la miel. Mucho lo aprendió de su padre, que falleció cuando él tenía 14 años. Los olores y las sensaciones de infancia volvieron instintivamente. El resto lo va aprendiendo. "Cada día me enseñan algo nuevo acerca de su complejo y elaborado comportamiento social, su ciclo vital, si la colmena tiene problemas con la reina, cómo buscan alimento, cómo se defienden en grupo frente a los depredadores o cómo protegen a las crías. Evolutivamente, nos sacan 200.000 años".
¿Por qué, de repente, las abejas abandonan?
Su mayor desafío, como el de tantos apicultores, es descubrir por qué desaparecen tantas abejas y cómo afectan los factores medioambientales a la producción de miel. "Sabemos que hay factores físicos, químicos y biológicos, pero no deja de ser un misterio. Salen de las colmenas y nunca vuelven". Sospecha que las abejas son el reflejo de las crisis ambientales, las amenazas a las que nos enfrentamos y de cómo podemos hacer del mundo un planeta más habitable y sostenible en armonía con la naturaleza. "Su ecosistema -ñade- es vital. La polinización de las plantas en flor es vital para el desarrollo y la continuidad de hábitat y la diversidad biológica".
En España, la mayoría de los apicultores trabajan por afición. "Dedicarse a esto en exclusiva es muy complicado y el rendimiento económico es muy bajo. Si quieres sacarle rendimiento, necesitas mucha inversión, maquinaria especializada, mano de obra y al menos 500 o 1.000 colmenas. Me temo que el relevo generacional va a ser muy difícil". Él de momento se conforma con transmitir a sus hijas adolescentes la importancia de conservar la biodiversidad, del uso responsable de los recursos y de hacer crecer un mundo más verde y más azul, además de otras preocupaciones ambientales.
Tampoco está muy convencido de si alguna le seguirá en ese delirio que le ha llevado al rescate de topónimos. Fue una curiosidad que despertó su profesión como ingeniero forestal: "El uso de la toponimia es algo habitual en mi trabajo. Por eso, me pareció interesante rescatar aquellos nombres con los que los antiguos pastores ubicaban cada lugar". Parte de su trabajo está ya recogido en un volumen con cuatro mapas en el Instituto de Estudios Riojanos en orden alfabético y con su ubicación para poder localizarlos en los planos que ha elaborado. Ha recorrido palmo a palmo la comarca del Alto Oja, anotando todos aquellos topónimos a punto de perderse. Consultó planos y documentos históricos, preguntó a sus gentes y tiró de su memoria hasta dar con el nombre de cada fuente, montecillo, calleja, huerto o ruinas.
En las zonas rurales de España la toponimia es una de sus mayores riquezas. Su valor es, sobre todo, identitario, ya que describen rasgos naturales, culturales y afectivos de ese lugar. "Muchas de esas personas poseedoras de ese tesoro son mayores y van muriendo. Y lo hacen sin dejar testimonio escrito de ello. La última generación que vivió usando la toponimia es la de nuestros abuelos. En muchos casos se irán llevándose consigo los nombres que otros hombres, en otros tiempos, les dieron a las tierras. Y esto es un hecho tan tangible, que algunos de los colaboradores de este trabajo desgraciadamente ya no están entre nosotros".
A cada rincón le dieron nuestros antepasados un nombre que se fue transmitiendo de boca en boca, sin que quedase plasmado en ningún tipo de registro. A ellos les servía en el manejo de su vida cotidiana para localizar una vaca perdida u orientarse. Hoy ese valor puede ser incalculable, incluso a la Arqueología podría resultarle muy útil". De ahí su esfuerzo titánico de recuperarlos antes de que desaparezcan del todo, aunque algunos de ellos aún no ha sido capaz de ubicarlos.
Le sorprendió al descubrir cuánta toponimia vasca hay en La Rioja. "La mitad del Alto Oja es de origen vasco y bastante más antigua de lo que los especialistas creían. Algo me empuja a pensar que es un reducto de lengua prerromana". Pone como ejemplo el topónimo Anteculla, que aparece en las inmediaciones de la aldea de Ayabarrena, en Ezcaray. "Es el mismo topónimo que el Antecuia referido al poblado de Autrigón, que existió en época prerromana en las cercanías de Briviesca (Burgos)".
Aparecen términos como la Cruz del Acedo, Los Corrillos, Los Majuelos, Los Curas, El Molina, Las Cocuelas o Puente Aparicio. Cada uno tiene su historia. Otros son tan remotos que se mantienen su lengua arcaica: Espicia, Belóriga o Zaballeja. Y habrá muchos que no han sobrevivido a sus últimos testigos, quienes terminaron llevándoselos a la tumba. Lo toma como una obligación moral casi urgente.