Los dispositivos móviles imponen una manera de consumir los contenidos a saltos, echando vistazos rápidos, pulsando enlaces, viendo vídeos, whatsapp, etcétera, que está limitando nuestra capacidad para la lectura profunda y cambiando nuestros modos de aprendizaje. Esta nueva forma de aprender está modificando el cerebro de los nativos digitales, pero también el tuyo.
A todos los padres nos preocupa la gran cantidad de tiempo que pasan nuestros hijos enganchados a sus móviles o tablets. No hay horarios, no hay pausa, en cuanto te descuidas, los tienes de nuevo mirando una pantalla. "¿Es que no sabes hacer otra cosa?". Si tus hijos son adolescentes el tema es peor, porque separarlos de sus móviles se antoja una misión imposible. Pero ¿cuáles son las consecuencias de tanta exposición a las pantallas? ¿Realmente están cambiando sus cerebros? ¿Está justificada nuestra preocupación?
"Los humanos estamos inmersos en una tercera revolución del aprendizaje. Primero aprendíamos a través de transmisión oral. La escritura impuso un nuevo cambio que nos hizo evolucionar y que ha llegado hasta hoy. Ahora, los nativos digitales están transformando sus cerebros para adaptarse al nuevo entorno de aprendizaje: las pantallas. Y los pioneros de esta adaptación son nuestros hijos adolescentes", cuenta la neurocientífica Frances Jensen, en su último libro, El cerebro adolescente.
Maryanne Wolf es una neurocientífica especializada en trastornos de lectura. Según Wolf, "para aprender a leer, el ser humano necesitó reconfigurar sus circuitos neuronales hace menos de 6.000 años, cuando los sumerios inventaron la escritura cuneiforme y los egipcios, los jeroglíficos. Antes, esos circuitos eran bastante simples. Servían para decodificar información básica, ¿cuántas ovejas tengo? Con la lectura se hicieron mucho más intrincados y afectan a regiones cerebrales relacionadas con la visión, con el análisis espacial, con la toma de decisiones, con la creación de conceptos...".
Es muy probable que en el cerebro de nuestros adolescentes se está produciendo ahora un proceso similar. El profesor de genética en la Universidad de Barcelona y experto en neurociencia David Bueno cree que "posiblemente la construcción del cerebro adolescente se pueda estar modificando con la continua exposición a las nuevas tecnologías, pero todavía no hay datos concluyentes, porque la generación digital, los que han nacido con la tableta bajo el brazo, todavía no han llegado a los 34 años que es la edad de maduración del cerebro. Yo creo que sí se va a notar, pero es una hipótesis de trabajo".
Frances Jensen es de la misma opinión. "No hay estudios concluyentes sobre cómo se está modificando nuestro cerebro frente a la exposición continua a las pantallas, no ha dado tiempo. Pero incluso a los adultos ya nos resulta cada vez más difícil concentrarnos en una tarea sin mirar el correo electrónico o el whassap. Esto en adolescentes es casi imposible. Tenemos que enseñarles a utilizar internet porque aprenden muy rápido y las tecnologías pueden ser una manera de acelerar su formación de manera fantástica, pero también tienen riesgos que podrían tener efectos muy negativos en forma de adicciones, o de desarrollo de comportamientos sociales inadecuados o incluso dañinos emocionalmente para el adolescente. Tenemos que ser muy cuidadosos, pero el problema es que la tecnología no avanza con cuidado, sino que se mueve a toda velocidad".
Nuestros hijos se enfrentan a este salto evolutivo a pecho descubierto. Su cerebro está en una fase de desarrollo decisiva, que determinará en gran medida su futuro, y la naturaleza sigue su curso sin que podamos hacer nada para evitarlo. Un proyecto de los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos (NIH) reveló que nuestros cerebros experimentan una reorganización masiva entre los 12 y los 25 años, semejante a una actualización del cableado de una red informática.
Para empezar, los axones del cerebro -las fibras que las neuronas utilizan para enviar señales a otras neuronas- mejoran gradualmente su aislamiento con una sustancia grasa llamada mielina, lo que en definitiva puede multiplicar por cien la velocidad de transmisión de los axones. Las dendritas, las extensiones ramificadas a través de las cuales las neuronas reciben las señales de los axones cercanos, se ramifican aún más, y las sinapsis -los puentes químicos por donde se comunican los axones y las dendritas- más utilizadas se fortalecen y mejoran.
Al mismo tiempo, las sinapsis menos utilizadas empiezan a atrofiarse y ese es el problema. El cerebro genera las sinapsis, las conexiones, que cree que le serán de utilidad, y las que no utiliza las desecha, y las conexiones que están generando están determinadas por las actividades que realizan cada instante. Está demostrado que el cerebro genera más conexiones al escuchar música, (más si tocas un instrumento), al realizar actividades plásticas, con la realización de ejercicio físico y, sobre todo, a través de las relaciones sociales presenciales. Las horas que pasan nuestros hijos ante las pantallas, son tiempo que no dedican a cultivar o practicar estas habilidades. Cuanto mayor tiempo de exposición a las pantallas pasen, más conexiones determinadas por su interacción con ellas construirán, y las otras conexiones que no utilicen, quedarán inhabilitadas. Por eso a tu hijo le es difícil recordar la capital de Ucrania, pero sabe perfectamente configurar su perfil de Instagram o Google.
Esa especie de poda de conexiones hace que la corteza cerebral -la delgada capa de materia gris donde se produce la mayor parte de nuestro pensamiento complejo y consciente- se torne más fina y a la vez más eficiente. La combinación de esos cambios hace del cerebro un órgano mucho más rápido y sofisticado. Lo que pasa es que una vez configurado el cerebro es más difícil dar marcha atrás. A nuestro cerebro se le da mejor aprender que desaprender, con lo que las sinapsis que se pierden durante la adolescencia, son difíciles de recuperar, y esa reconfiguración, esa forma nueva de trabajar de tu cerebro que se forma en la adolescencia, durará para toda la vida.
Los nativos analógicos tampoco somos ajenos a la influencia que tienen las pantallas sobre nuestro cerebro. Aunque las configuraciones principales se hacen antes de los 34 años, después seguimos construyendo y destruyendo conexiones, y moldeando su manera de trabajar. La neurocientífica Maryanne Wolf tiene 68 años y siempre ha disfrutado leyendo. Sin embargo, reconoce que cada vez le cuesta más leer varias páginas de un tirón o acabarse un libro. Preocupada, intentó releer una de sus novelas favoritas: El juego de los abalorios, de Hermann Hesse. No pudo. Le pareció insufriblemente lenta. Y lo que es peor: su lectura le demandaba una atención total y un sosiego que le resultaban imposibles de mantener. "Me di cuenta de que ya no leo para disfrutar, solo para informarme. He cambiado la manera de acercarme a un texto. Ahora leo superficialmente, he ganado mucha velocidad, pero he perdido la capacidad para asimilar niveles de comprensión más profundos, lo que me obliga a volver atrás y releer cada frase compleja", explicaba.
Los expertos creen que el cerebro debe ser bialfabetizado para dominar ambos tipos de lectura: la superficial y la reposada. No se trata de elegir entre papel y digital, entre texto impreso y formatos electrónicos, sino de dominar ambos. Para Wolf "estamos en un periodo de transición entre la cultura impresa y la digital. Ambas son necesarias. Se trata de no perder habilidades mentales".
Para bien o para mal, los que estamos entrados en años podemos modificar nuestro cerebro modestamente. Pero para nuestros hijos adolescentes este periodo sí es crucial. ¿Podemos hacer algo? Para Jansen sí. "No podemos competir con las tecnologías, pero tampoco debemos rendirnos ante ellas. Es importante que se fijen unas normas de cuánto tiempo y dónde se puede utilizar el móvil para evitar el riesgo de adicción que conlleva. Hay que alimentar una buena relación con tus hijos, y procurar conservar la confianza, para que en caso que tenga un conflicto digital, te lo cuente y puedas ayudarle a gestionarlo. Y hay que fomentar las actividades que más desarrollan las conexiones neuronales: la realización de actividades con otras personas, las artes plásticas, la música y también el deporte", explica Jansen.
En la adolescencia pues, construimos un nuevo cerebro más rápido y sofisticado, lo que no sabemos es para qué. "El cerebro se adapta a lo que encuentra para que funcionemos bien en el entorno. Si hay tecnología, se adapta a la tecnología. Se ha visto que la generación digital tiene menos conexiones en la zona que gestiona la memoria, porque externalizamos la memoria en un aparato. Y en cambio tienen más conexiones en la zona que permite integrar más informaciones entrantes. ¿Por qué? Porque con la tecnología digital tu puedes tener 20 páginas abiertas e ir pasando de una a otra. Necesitas más capacidad de integrar. Esto no es bueno ni es malo, simplemente nos hemos adaptado", explica el profesor Bueno.
De todos modos, estos cambios evolutivos que ahora no comprendemos muy bien son inevitables. Al igual que nuestro cerebro se adaptó a los cambios que supuso la aparición de la escritura hace 6.000 años, se adaptará a los que imponen las pantallas. Pese a que en muchas ocasiones nos sacan de quicio, tengamos una visión diferente de los adolescentes. En opinión de Jansen, el cerebro adolescente describe al joven como un ser exquisitamente sensible y sumamente adaptable, preparado casi a la perfección para la tarea de abandonar la seguridad del hogar y salir al complicado mundo exterior: "En términos sociales, los adolescentes pueden ser un verdadero incordio, pero posiblemente son los humanos con mayor capacidad de adaptación. Sin ellos, probablemente la humanidad nunca se hubiera expandido por todo el mundo". Piensa en ello la próxima vez que veas a tu hijo enganchado a una pantalla.