¿De qué sirve saber por qué las personas mayores tienen las orejas grandes o si puedo ser más feliz si me coloco un lápiz en la boca? ¿A quién le importa si el conductor de autobús tiene una temperatura más cálida en sus testículos que un cartero? La respuesta a estas preguntas disparatadas no siempre la tiene un científico chiflado, sino laboratorios que empiezan su investigación desde una curiosidad banal o un detalle diminuto para llegar a un gran descubrimiento. Así ha sido a lo largo de la historia.
En España, donde la financiación pública y privada destinada a la investigación es bastante modesta, la ciencia no se pierde en extravagancias, pero en países como Estados Unidos se permiten incluso premiar los trabajos más absurdos en la ceremonia IG Nobel, que viene a ser lo más parecido a una parodia de los Premios Nobel.
Allí, igual que en el Reino Unido, el mantra es investigar todo aquello que nos suscite curiosidad, aunque sea una sandez, como el aumento del tamaño de nuestras orejas justo al llegar a viejos. James Heathcote, un médico británico de atención primaria, se entregó al placer de medírselas a 200 pacientes. “Hay algo mágico en medir las orejas”, declaró después de observar que crecen a lo largo de la vida a un ritmo de 0,22 mm por año. Tan sesudo hallazgo no es para dejarnos atónitos, sino más bien indiferentes, pero a él le valió su publicación en la prestigiosa revista médica The BMJ y, posteriormente, un premio IG Nobel de Anatomía.
¿De verdad necesitamos ciencia tan descabellada? ¿Es sensato financiar proyectos como este? La ciencia nace en la curiosidad y el deseo de saber el porqué de las cosas. Impulsa el afán investigador y esto es realmente lo que quiso probar Heathcote con su peculiar estudio. Hasta llegar a la primera imagen de un agujero negro o encontrar anticuerpos contra el ébola que azota a Congo, ha habido tropiezos por parte de los investigadores, rarezas o, simplemente, los resultados no han sido siempre los esperados. Cada descubrimiento acaba siendo pura coincidencia después de un trabajo largo, profundo y sesudo de hombres y mujeres comprometidos y apasionados por la ciencia.
Lo que va quedando en cada investigación, por inútil que parezca, es ciencia básica. Es decir, pistas y datos muy significativos y valiosos para que el conocimiento continúe. Gracias a unos científicos que tuvieron la alocada ocurrencia de analizar el sistema nervioso de las medusas, la Medicina dio con la proteína clave para detectar cientos de enfermedades en el organismo humano. Algo que en principio puede sonar casi patético, de repente cambia el destino de la humanidad.
Charles Hard Townes era un físico loco e incomprendido que buscaba el modo de amplificar ondas de radiación en una corriente continua. Quienes le acusaban de despilfarrar el dinero de su departamento ni sospechaban que estaban ante uno de los inventores del láser. Hoy nadie dudaría de sus infinitas aplicaciones en cualquier campo: electrónica, tecnología, medicina, investigación, industria, sector militar… A pesar de sus 'desvaríos', acabó siendo Premio Nobel en 1964.
La Asociación Americana para el Avance de la Ciencia (AAAS) homenajea también a investigadores que en su día fueron motivo de burla y acaban revolucionando el mundo de la ciencia. Su galardón, los Golden Goose Awards (La gallina de los huevos de oro) recae en investigaciones que, pudiendo parecer estúpidas, pusieron la primera piedra de un hallazgo importante.
Está claro que la ciencia insólita es útil y merece ser premiada. Los propios IG Nobel lo justifican en su lema: "primero hacen reír y después pensar". ¿A quién puede importarle si la temperatura de los testículos de los carteros es más alta o más baja que la de los conductores de autobús? Un equipo de investigadores franceses, liderados por Roger Mieusset -inventor del calzoncillo térmico-llegó a la conclusión de que, en general, los hombres tienen más cálido el lateral izquierdo de sus partes nobles. Y por ridículo que pueda parecer, tal revelación es un factor a tener en cuenta en la medicina reproductiva.
En este campo, la científica española Marisa López-Teijón también ha sido galardonada con un IG Nobel de Medicina por un invento curioso: un auricular intravaginal que sirve para estimular con música a los fetos, lo que induce a un mejor aprendizaje en la etapa prenatal.
Otro de los últimos IG Nobel en la categoría de Física nos despierta las ganas inmediatas de buscar un urinario para cotejar si se cumple la laureada ley de la orina. Sus autores, Patricia Yang y David Hu, del Instituto de Tecnología de Georgia en Atlanta, aseguran que todos los mamíferos vacían sus vejigas en unos 21 segundos. Han descubierto también que una población de marsupiales nativos de Australia defeca caca cúbica. Es verdad que son investigaciones sin una aplicación clara, pero van formando la base para conocer más profundamente el mundo que nos rodea y, sin duda, logran despertarnos interés por saber.
Es el primer cometido de la ciencia, aunque algunas investigaciones nos hacen dudar. El divulgador científico francés Pierre Barthélémy recoge en su libro 'Experimentos de ciencia improbable' estudios cuyos fines no pueden ser más descabellados. Por ejemplo, si a los hombres castos le crece menos la barba, cómo funciona el estómago de un ogro, a qué hora somos más honestos o si nadaríamos más rápido en moco.
Son investigaciones sin tope en su aparente nivel de majadería. ¿A quién se le ocurre investigar si sostener un lápiz en la boca favorece un ánimo positivo? El psicólogo alemán Fritz Strack se atrevió con ello y aportó interesantes datos a la psicología social. También ocurre que a menudo se transmiten en forma de bulos, como pasó con un estudio alemán que aseguraba que mirar los pechos de una mujer durante diez minutos al día prolonga la vida del hombre hasta cinco años más.
Como indica el sociólogo Pablo Kreimer, la idea de utilidad es confusa. Lo que un día parece útil puede no serlo nunca. Y viceversa: conocimientos aparentemente abstractos adquieren en el futuro una utilidad que jamás imaginamos. Pero siempre el primer impulso es la curiosidad. Justificar la investigación porque es básica y necesaria, sin que de momento sea rentable, es otro cantar.
Frente a la investigación disparatada, John Ioannidis, uno de los científicos con más prestigio en el mundo de la biomedicina, reclama depurar la investigación hasta convertirla en un instrumento realmente útil, sin el sesgo comercial. En su opinión, la investigación debería ocuparse de problemas relevantes y buscar soluciones para cualquier patología que acarrea sufrimiento, aunque sea poco frecuente. Esto significa que debería estar centrada en el paciente y no en responder a las necesidades de los médicos, investigadores o patrocinadores.
En 2017 lideró un manifiesto en el que científicos de Estados Unidos, Reino Unido y Holanda denunciaban que la ciencia vive una epidemia de estudios inservibles que podrían echar por tierra su credibilidad. Según Ioannidis, el 85% de los esfuerzos dedicados a la investigación se acaba desperdiciando y hasta el 95% son falacias sin rebatir. Sus firmantes invitan a una reflexión sobre el exceso de publicación, las presiones por sacar estudios y el error por parte de las universidades de medir los resultados al peso.