Por su carácter de icono generacional hay juguetes que, solo nombrándolos, reblandecen el corazoncito de cualquier upper que se precie: Madelman, Cinexin, Exin Castillos, las muñecas de Famosa, Juegos Reunidos… Su poder evocador es tan fuerte que no hay hombre o mujer de 50 para arriba que al escuchar estas marcas no se visualice en el suelo de su habitación infantil trasteando con ellos. A aquella remesa mítica pertenece también Scalextric, que permitía al inquieto chaval emular a sus mayores conduciendo coches y fantasear con ser piloto de carreras, aspiración exótica en tiempos en que Fernando Alonso ni siquiera había nacido.
Su impacto fue tal que, pasados los años, muchos maduros mantienen su apego a estos coches en miniatura y esos circuitos que cada cual podía diseñar a su gusto. Se añade a su feliz afición el coleccionismo: rastrean novedades y mercadillos en busca de modelos deseados. Esta es la historia de algunos de estos longevos devotos de Scalextric.
Dos características definen a Joan (65): desde niño le chiflan los coches (de todo tipo) y jamás rompió un juguete. En consecuencia, sigue disfrutando con una flota que ya va por los 200 vehículos (sin contar los 85 de hierro a escala 1:43). "Me compraron el Scalextric en 1968, con dos Cooper Climax. Supuso una alegría inmensa, y enseguida busque un sitio en casa para tenerlo montado siempre", nos cuenta.
Creció en Solsona (Lérida), localidad pequeña donde pocos lo poseían. "Me gustaba traer a los amigos a casa y jugar con los coches". En la adolescencia, los chicos de su entorno ya se hicieron con sus propios circuitos y se reunían en casa de uno u otro para pasar el rato dándole al gatillo. En 1974 llegaron a montar un maratón de 12 horas en un viejo cine de Solsona, y Joan ganó. "Aún conservo la medalla", dice orgulloso, no tanto por la victoria como por haber guardado el trofeo hasta ahora. En los ratos muertos de la mili, en Barcelona, se dedicaba a preparar los coches para que corrieran más deprisa.
Cuando, con el tiempo, se dispuso a comprar una casa con su esposa, el Scalextric (y los trenes eléctricos, que también le gustan) fueron un condicionante. En los planos se apreciaba un trastero en la planta superior. Pidió al promotor que lo hicieran un poco más grande y comunicado con la planta de abajo por una escalera de caracol. El arquitecto accedió, y ese trastero, pequeño en origen, acabó siendo de 16 metros cuadrados. Pero cuando construyeron el edificio, le llamaron y le dijeron que podían darle siete u ocho metros más, sin coste adicional. "Teníamos claro que cuando compráramos el piso debíamos tener un espacio para los juguetes", explica.
Ahora está recién jubilado, y, como él dice, "es una pasión que no muere". Cuando empezó la pandemia, montó en esa buhardilla una pista de cuatro coches y echó a circular los 200 que tiene, unos cuantos cada día. "Me gusta verlos rodar, arreglarlos, cambiar ruedas…", comenta. Su mujer le acompaña a las tiendas a comprar. "Como ella no fuera mi aliada, yo lo tenía claro". Y cuando reciben a amigos en casa, presume de instalación. "Cuando se van solo hablan de los coches y la maqueta de tren. La gente queda embobada con estas cosas".
"En las fotos que tengo de niño, ya con dos o tres años, siempre tengo un coche en la mano", dice Miguel Ángel (49), monitor deportivo que se crio en Barcelona pero que ahora reside en Monforte (Lugo). Como a tan tierna edad ya apuntaba maneras, al cumplir los seis los Reyes le trajeron el ansiado Scalextric. "Me encantaba la posibilidad de, a través del gatillo del mando, controlar el coche, su velocidad…, conducir siendo un niño. Me fijaba cómo conducía mi padre su Dyane 6 y yo quería hacer lo mismo con mis coches a escala", recuerda.
Tanto le fascinan los automóviles que en la actualidad tiene tres (reales), uno de ellos clásico; muchas maquetas a escala 1:43; montones de revistas especializadas… "Es un tótum revolútum", describe.
Acendrado coleccionista, su meta es conseguir una réplica de cada modelo existente. "Atesoro sobre las 720 miniaturas". Prefiere los coches de rally a los de fórmula uno, aunque no le hace ascos a estos, sobre todo si tienen un significado especial: los monoplazas de Alonso o de Marc Gené. Posee coches clásicos, todoterrenos, furgonetas, camiones e incluso el Rover lunar, "como curiosidad".
Los almacena en estanterías, perfectamente ordenados por categorías. En una habitación de su casa ha montado dos circuitos yuxtapuestos, uno para GT y fórmulas ("con curvas más amplias") y otro tipo rally ("con curvas más cerradas y paisaje de montañas con nieve. Mi hijo me ayudó a pintarlas", señala).
Sus circuitos han dado muchos tumbos. Primero los instaló en el espacio destinado a la cocina (usaba la de sus padres, que vivían en el piso de abajo). Cuando su pareja se fue a vivir con él, habilitaron la cocina y desplazaron el Scalextric a un dormitorio; entonces nació su hijo, y el juego acabó en el desván, aunque no por ello lo arrinconó. Sigue enganchado a las carreras, solo o con amigos en clubes de su zona. "Es una satisfacción ver los coches, usarlos, moverlos por la pista… Tratas de mantener la concentración en la conducción y de mejorar, de autosuperarte. Retocas y afinas para hacerlo mejor contra el crono. Es un buen antídoto contra el estrés del día a día. En invierno, como en Galicia que hay pocas horas de luz, subes a darte unas vueltas y a relajarte un poco".
A Juan Carlos (63), madrileño, le une con Scalextric un profundo vínculo emocional. Conseguirlo fue su sueño desde niño: lo pedía siempre a los Reyes Magos, pero nunca se lo trajeron. Hubo de esperar a ser mayor de edad para, con su segundo sueldo (el primero lo destinó a comprarse una cadena de música) agenciarse una caja de coches y tramos de pista. Más que los automóviles, a él lo que le interesan son las grandes infraestructuras; más que verlos correr, encuentra placer en montar los circuitos.
"Yo era el que los construía para que mis amigos jugaran", dice. "Es también muy bonito: el animar al que está corriendo cuando toma una curva de forma espectacular, hacer de copiloto… Es una competición entendida como colaboración".
Esta afición, que describe como el Guadiana, que aparece y desaparece, se impuso finalmente en 2014. Aquel año, un amigo de la infancia le dio una terrible noticia: le dijo que tenía cáncer y le quedaba poco tiempo de vida. Como ambos eran devotos de Scalextric, Juan Carlos se animó a llevar a cabo el proyecto que llevaba años sopesando: un circuito iluminado en el garaje de su casa. Quería que su amigo lo disfrutara antes de fallecer. "Decía que no podría acceder al garaje, pero la idea era llegar entrar directamente con el coche, ya que el garaje está a pie de calle", recuerda. Por desgracia, su amigo murió antes de que lo acabara. "No me dio tiempo, pero lo terminé en su honor. A raíz de ahí recuperé la ilusión".
Aquel circuito que emulaba carreras nocturnas llegó a tener 77 metros de longitud. "Me gusta construir puentes, poner luces…, complicarme la vida", expone. "Mi mujer me dijo que solo podía usarlo en primavera, porque en invierno hace mucho frío para dejar el coche en la calle".
Con tanto empeño recuperó la afición, que hace un par de años, cuando estaba planteándose jubilarse —trabajó 25 años como jefe de operaciones de una empresa de exportación—, decidió crear un negocio alrededor de Scalextric: un espacio en Getafe (VCM Slot) que alquila para que otros fanáticos jueguen, donde se organizan eventos de empresas y ahora, también, excursiones de colegios, en las que además de jugar con los coches los niños asisten a talleres sobre electricidad, motores, fuerzas centrífuga y centrípeta, imanes… "Los chavales ven un reto aplicado a un mando", dice.
Todo en su circuito, el más grande del mundo: 225 metros de longitud, 85 metros cuadrados, cuatro kilómetros de cable, 357 curvas y casi dos metros y medio de desnivel entre la parte más alta y la más baja. Se tarda entre dos minutos y medio y tres en dar una vuelta. "Es una ilusión hecha realidad", dice.
Juan Carlos también ha probado pilotar en videojuegos…, pero no es lo mismo. "Hay una diferencia fundamental, y es que una pantalla lo aguanta todo. Si pasas 200 veces por una curva, responde siempre igual. En cambio, en Scalextric, cada vez que surcas una curva es diferente: el mando se va calentando, los neumáticos también, cambia el agarre, las escobillas se van ensuciando y pierden absorción de electricidad…", sostiene. "Los videojuegos ofrecen un abanico más amplio, pero no hay color".