'Felipe'. Bastaba un solo nombre para saber que nos referíamos al presidente del gobierno de España, independientemente de nuestro signo político. Sucedió entre 1982 y 1996. Hoy 'Felipe', el antiguo 'Isidoro' de la clandestinidad en tiempos del franquismo, ostenta le honor de ser el presidente vivo más longevo de nuestra democracia. También el que más tiempo ha gobernado. En su discurso, destaca la humildad, la empatía y la falta de soberbia como cualidades imprescindibles para ejercer el liderazgo, en un encuentro sobre la gobernanza después del COVID-9 organizado por las consultoras Wobi y Thinking Heads.
¿Cómo calificaría la crisis del COVID-19?
Hemos vivido crisis muy serias, pero ninguna se parece a esta. Esta pandemia está cambiando las relaciones interpersonales, sociales, industriales… No sabemos cuánto va a durar ni las consecuencias que puede tener. Presenta muchas diferencias con la crisis del 2008, en la que los gobiernos podían predecir algunas situaciones. Ahora nos enfrentamos a una gran incertidumbre. Algunos gobiernos ni siquiera reconocen la gravedad de la pandemia, la niegan con una soberbia inaudita. Los líderes políticos deben ser humildes y crear proyectos, empatizar con el sufrimiento de los ciudadanos, trabajar en equipo y dialogar.
¿Es posible encontrar el equilibrio entre salud y economía?
Es un debate abierto, pero para mí es un debate falso. Creo en la economía de mercado. El ser humano no es una mercancía, sino el objeto final. Hay que preservar eso. La pandemia nos indica que hay que recuperar cuanto antes la salud para poner en marcha el aparato económico. Y la recuperación será incierta: prueba y error. Si va mal, restringiremos la movilidad. Si va bien, podremos ampliarla.
Existe un consenso público del estado de emergencia. ¿Durante cuánto tiempo?
Tampoco hay una respuesta homogénea. En América Latina, por ejemplo, se ha creado un ‘sandwich’ entre los países menos desarrollados y los que ya no son pobres, pero no tienen la fortaleza de los países ricos. Estos países van a descender dos o tres escalones en la escala de desarrollo. Europa puede aguantar de manera diferente, si la Unión Europea inyecta recursos a los estados que más lo necesiten. En ese caso podríamos salir de la crisis en un par de años. El reto es evitar que la recesión, en la que sin duda caeremos, termine en depresión. Todos estamos deseando que salga el sol, pero para eso hay que trabajar con seriedad, invirtiendo en ciencia e investigación para que se creemos primero un tratamiento de choque contra la enfermedad y después la vacuna.
¿Hasta dónde puede llegar un gobierno democrático para controlar la pandemia sin perder la legitimidad?
Vivimos una situación excepcional de duración corta. Apenas llevamos un mes de confinamiento y se han restringido algunas libertades de movimiento, pero es necesario, aunque eso no implica una paralización total. Si les pedimos a las empresas que implanten el teletrabajo, también hay que pedirle al Parlamento que funcione de manera telemática. Sí he visto en el presidente Trump ganas de cambiar algún punto de su Constitución y del estado de derecho. No es admisible. Podemos restringir alguna libertad para preservar la salud, pero no podemos abusar de una situación excepcional. Respetemos el marco de nuestra Constitución y del estado de alerta.
En esta situación, ¿puede aumentar el proteccionismo económico?
Las primeras reacciones locales ante la evidencia de una amenaza desconocida fueron las de proteger a los ciudadanos y a la economía. Incluso países que negaban la gravedad de la epidemia, como Reino Unido, han tenido que tomar medidas de confinamiento. La experiencia dice que ante crisis muy graves las reacciones locales son insuficientes. España, Francia, Italia, Alemania… Todos los países estamos afectados de manera muy parecida. La respuesta tiene que ser global y supranacional, y el G-20 debe tomar medidas urgentes.
¿Hay que reforzar o crear una línea de apoyo a la investigación científica?
Lo más importante es preservar la salud, lo que implica una protección tecnológica de primer orden. Tenemos que reinvertir en I+D y Ciencia y fortalecer nuestro sistema de salud. En mi opinión, el repliegue de la protección no es conveniente porque si retrocedemos supondría una paralización de la economía. El mundo está interconectado y la vuelta atrás no es el desafío. El desafío es cómo lograr una gobernanza global, la respuesta común ante un virus que hoy ataca en un sitio y mañana en otro.
¿Habrá un repunte de los populismos?
La globalización no admite marcha atrás. Y aumentarán las propuestas populistas de todo signo. Ya lo estamos viendo. El populismo es dar respuestas simples a problemas complejos mostrando siempre a un culpable. Podemos ofrecer respuestas sencillas, explicables, pero nunca simples. La política negacionista que hace Bolsonaro es populista. Me cuesta trabajo ver que López Obrador, en México, siga sin reconocer la importancia de la crisis.
¿Se percibe ya alguna diferencia entre los estados antes y después del coronavirus?
En Estados Unidos ya ha habido una inyección masiva de recursos para paliar los efectos de la pandemia y están invirtiendo en servicios públicos esenciales. Me preguntan a menudo si soy partidario de un estado mínimo o de uno ‘lleno de grasa’ que intervenga en todo. Soy partidario del estado ‘Ipanema’, sin grasa, pero sin un hueso, elástico, firme y nada esquelético. Respecto a la salud, tenemos que organizar más capacidad de respuesta porque, además, los ciudadanos van a terminar reclamándola.
¿Llegar a acuerdos no es ya una necesidad imperiosa?
En este momento de pandemia es necesario que las empresas, las organizaciones sociales y los gobiernos lleguen a acuerdos. Las empresas tienen que estar dispuestas a cooperar para preservar el aparato productivo. La digitalización es otro reto pendiente. El gobierno ha pedido implantar el teletrabajo y hemos descubierto que no ha podido aplicarse tanto como era necesario.
¿Cómo será el mundo después de la pandemia?
No lo sé. Hay que redefinir el papel de los estados. ¿Cómo me gustaría que fuera? Como un espacio público compartido capaz de dar respuestas comunes. Creo que habrá cambios en las relaciones sociales e industriales. Ya hemos visto la capacidad de solidaridad que subyace en nuestra sociedad, con ciudadanos confinados en sus casas dando muestra de un espíritu solidario extraordinario. Tengamos respeto por los ciudadanos. Las empresas deben reflexionar: la economía debe estar al servicio de las personas, no son mercancías. Son el destino final de la economía de mercado.
Si pudiéramos crear líderes mundiales perfectos a demanda, ¿qué cualidades tendrían que tener?
Los líderes están sometidos a una fortísima presión. Un líder tiene que tener fortaleza emocional. Los líderes nerviosos, que cambian de opinión continuamente, que buscan culpables… son líderes nefastos e inútiles. Un líder tiene que tener criterio y humildad para, en este caso, aceptar el criterio científico. La peor necedad es creer que uno sabe lo que no sabe. Si, además, tiene poder, se toman decisiones arbitrarias. Un líder hoy tiene fortaleza emocional, es empático, está en diálogo permanente y sabe llegar a acuerdos. Hoy los ciudadanos piden acuerdos. Y algo más: en política, no pasa nada por pedir perdón. Los errores se perdonan. La estupidez, no.