¿Te da pudor echarte la siesta mientras teletrabajas? Los expertos explican por qué es una buena idea
En tiempos en los que la casa es el espacio para todo, ¿puede la siesta convertirse en la clave para revelarse contra la asfixia hiperproductiva?
Hablamos con expertos sobre la siesta como necesidad biológica, mejora productiva y sobre cómo incluirla en la rutina mientras teletrabajamos
"Es un momento de descanso, pero sobre todo un momento de placer", cuenta Miguel Ángel Hernández, autor de El don de la siesta (Cuadernos Anagrama)
¿Qué pasa cuando la casa es la oficina y la oficina es la casa? El aterrizaje del teletrabajo impulsado por la crisis del coronavirus ha terminado de derribar la barrera del espacio privado como lugar de desconexión. Según un estudio de la consultora Affor, el 84,7% de los trabajadores españoles ve alterado su sueño con frecuencia a raíz de la Covid-19. E-mails de trabajo que se acaban enviando desde el mismo sofá en el que la modorra posalmuerzo ataca con fuerza aflorando en muchos casos un sentimiento de culpabilidad porque, técnicamente, estamos en horario laboral. Pero, ¿y si echarse una pequeña siesta en mitad de la jornada fuera una costumbre revolucionaria y socialmente aceptada?
La siesta, una "necesidad biológica"
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La ciencia avala este placer liberándolo de sus connotaciones asociadas al holgazaneo. Ni la hemos patentado los españoles ni es de vagos. El neurocientífico y experto en sueño Matthew Walker, recuerda en 'Por qué dormimos. La nueva ciencia del sueño' (Capitán Swing) que el origen del sueño bifásico no es cultural, sino biológico. "Todos los humanos, independientemente de su cultura o de su ubicación geográfica, sufren a media tarde un declive genéticamente codificado de su estado de alerta". Asegurando que saltarnos esa cabezadita "contribuye todavía más a nuestro estado de falta de sueño". Y esta, como avalan tantos estudios, merma la salud y las capacidades.
Problemas de salud y coste económico
Silvia Gismera, doctora en Psicología de la Salud y formadora para empresas sobre sueño y gestión del descanso, explica a Uppers que el teletrabajo se presenta como una "oportunidad genial, libre de excusas" para introducir este hábito aliviando las jornadas productivas. "La falta de sueño afecta a la salud a todos los niveles". Contribuyendo al desarrollo de "problemas cognitivos, cardíacos, aumento del estrés, obesidad e incluso Alzheimer, apuntan los estudios". Y para las empresas, subraya en calidad de formadora, también supone una merma de la productividad. Un análisis de Rand Corporation sobre el coste económico del sueño señala que los trabajadores mal descansados suponen una pérdida económica de 411 mil millones de dólares al año en Estados Unidos (el 2,28% de su PIB) y de 60 mil millones anuales en Reino Unido, el 1,86% del PIB.
Dormir la siesta como revolución
En su recién publicado ensayo 'El don de la siesta. Notas sobre el cuerpo, la casa y el tiempo' (Cuadernos Anagrama), el escritor Miguel Ángel Hernández se calza el pijama para desgranar desde varios prismas de estudio y la propia experiencia el papel de este momento de receso en tiempos de jornadas maratonianas y de casas reconvertidas en espacios para todo. La siesta, apunta, tiene entonces "un papel esencial, porque es el momento en el que podemos de modo real desconectar del mundo. De ahí sí que 'salimos más fuertes', y sobre todo más felices". "Sólo un modo de producción que entiende los cuerpos como máquinas productivas elimina ese sueño necesario", explica a este medio por correo electrónico.
"En la era del teletrabajo la casa entera se ha convertido en oficina. Ya no hay lugares en los que podamos escapar al tiempo del trabajo. Así que debemos resignificar los espacios, encontrar la manera de reapropiárnoslos cuando no estamos trabajando. No es fácil, pero si perdemos el refugio de la casa, lo perdemos todo".
La siesta perfecta
"Tras unas siete u ocho horas despiertos, un sueño de entre unos 15 o 20 minutos máximo es necesario para que nuestro cerebro recargue pilas. Por lo que las horas de trabajo que puedan quedar por la tarde estaremos más atentos, concentrados y más productivos", cuenta Silvia Gismera. Un efecto tiene una duración de "unas tres o cuatro horas". Ella, que se encarga de recordar a las empresas los beneficios del descanso adecuado, reconoce que en tiempos de teletrabajo en casa la tarea se hace más sencilla. No obstante, en su opinión: "en las oficinas no es necesario recurrir a espacios como los power naps (siestarios), cerrar los ojos y relajarse durante un rato es posible incluso sentados en una silla".
Para Miguel Ángel Hernández, aprovechando el tiempo en casa, una buena siesta sí es algo más ceremonioso. "Para dormir la siesta yo recomiendo la cama, la oscuridad, el silencio, como los benedictinos en la hora sexta –origen del término–, que se retiraban a descansar u orar a su celda, fuera de la vista de los demás. Se trata de desconectar", escribe. Para él, "un día sin siesta es un día extraño, cansado, largo. Mi ritual pasa por ponerme el pijama, aunque sólo tenga treinta minutos y pierda diez en vestirme".
El papel de la empresa: ¿normalizar la siesta, instaurarla o no intervenirla en absoluto?
¿Qué papel debe jugar aquí la empresa? La flexibilidad es uno de los grandes retos del panorama laboral español, tradicionalmente ceñido a horarios y con una fuerte cultura presentista. ¿Están preparadas las empresas para entender que un trabajador que hace un parón para descansar no se está escaqueando? ¿Lo estamos nosotros?
La idea de que las empresas contemplaran un tiempo durante la jornada para que quienes estén teletrabajando puedan hacer un descanso y echar una cabezadita suena atractiva. "A priori tiene sentido y lo vería bien. Pero en el fondo sería un arma de doble filo", reflexiona Hernández. "Lo que, en apariencia parece benigno, que nos dejen descansar, en el fondo sería una colonización del último espacio de resistencia. Y la siesta dejaría de ser ese tiempo improductivo, propio, soberano, para ser un tiempo impuesto por las lógicas productivas. Un tiempo prestado, perteneciente a la empresa, y por tanto un tiempo capitalizado".
La propuesta de Gismera pasa por la mera normalización: "la libertad de entrar en ese mood. De saber que podemos disponer de ese ratito de 15 minutos para descansar. Una cuestión de disposición mental a tomar ese receso más que de agenda. No es lo mismo la posibilidad de echarte una siestecilla en tus tiempos de descanso, al parar para comer que alargar la jornada para incluirla. Eso ya es otra cosa", asegura.
Recuperar, liberándola de prejuicios, la idea de la siesta en el "sentido hedonista de la desconexión, la manera en que en ese momento de corte nos reencontramos con nosotros mismos, atendemos a las necesidades de un cuerpo explotado y llevado a la extenuación por los ritmos de trabajo. Es un momento de descanso, pero sobre todo un momento de placer", concluye el autor de 'El don de la siesta'.