Napoleón Bonaparte está de moda. 202 años después de su muerte en la isla de Santa Elena, su nombre retumba en todo el mundo por el esperadísimo estreno de la película dirigida por Ridley Scott y en la que Joaquim Phoenix da vida al histórico Emperador. Estas últimas semanas e incluso meses, ya con el tráiler de la cinta circulando, han dado pie a numerosas afirmaciones -unas ciertas, otras no tanto- sobre la emblemática figura y, cómo no, sobre el modo en el que la superproducción lo ha llevado a la gran pantalla. Desde un corte de pelo poco apropiado para la época hasta unos cañonazos que realmente nunca tuvieron lugar, a Ridley Scott se le amontonan los estudiosos del tema para sacar punta a su obra. El director, sin embargo, ha dejado cristalina su postura: “Hemos hecho una película, no una clase de historia”.
Y precisamente para eso, para conocer mejor la figura de Napoleón desde un punto de vista histórico, riguroso, pero también alejado del tópico, hemos recurrido a uno de los mayores estudiosos y expertos en la figura del emperador corso. Se trata de Ernest Bendriss, historiador francés, que ha dedicado los últimos años al estudio pormenorizado de Napoleón, un personaje que le apasiona desde niño y sobre el que ahora ha publicado ‘Eso no estaba en mi libro de historia de Napoleón’ (Almuzara).
Pocos conocen tan bien al que un día fue el hombre más poderoso del mundo y, sobre todo, pocos le conocen en facetas tan diferentes a las públicas. El propio Ernest nos describe al Napoleón menos conocido. “Era un tipo generoso y nada rencoroso, al contrario de lo que muchos piensan. De hecho, aunque la gente le pudiera llegar a defraudar, él siempre tenía en cuenta lo que habían hecho por él y se lo recompensaba. Con determinadas personas, como su nodriza, llegó a hacerlo incluso en su testamento”.
Comencemos por el principio porque Napoleón, antes que Emperador también fue niño: “De pequeño estaba muy protegido por su madre, su abuela y sus tías y eso le convirtió en un niño mimado en Córcega. En el aspecto personal fue siempre muy cuidadoso, exigente con el aseo y la higiene. Se bañaba dos veces al día y se cepillaba los dientes a diario. Con el paso de los años llegó a desarrollar una auténtica pasión por el agua de colonia. Napoleón olía a perfume”.
Fue durante su infancia cuando Napoleón se convirtió en un amante de las matemáticas (en las que destacaba) y un lector incansable. “Llegó a hostigar al responsable de la biblioteca para que le facilitará más libros”, asegura Ernest, que, sin embargo, puntualiza: “A pesar de ser un gran lector, nunca consiguió evitar algunas faltas de ortografía en francés, además de que le costaba la pronunciación de algunas palabras”.
Precisamente este extremo provocó que el camino de Napoleón en la Academia Militar de Brienne, a la que llegó con nueve años y una beca (gracias a un Conde que fue amante de su madre y con la aquiescencia de su padre), no fuera un camino de rosas: “Le hacían bullying, sus compañeros se reían de él y Napoleón no lo olvidó jamás porque con el paso de los años se fue encontrando a todos por el camino. Sin embargo, les fue perdonando uno a uno”.
Con el paso de los años fue forjando un carácter fuerte. Pudo ayudar que en Brienne vivía en una pequeña y austera celda sin calefacción. “Sus profesores decían de él que era solitario, ambicioso, egoísta y altivo, pero que llegaría lejos”, asegura Bendriss en su libro.
No se equivocaban los maestros, si bien, aunque era un gran estratega, llegó a cometer errores, sobre todo tácticos. “Su virtud pasaba por saber rodearse muy bien y, sobre todo, sabía vender muy bien sus éxitos. Fue el inventor de la propaganda moderna. En la batalla de Marengo (14 de junio de 1800), por ejemplo, le salvó el general Desaix, que además acabó muriendo. Esa fue la batalla definitiva en la segunda campaña de Italia y Napoleón reescribió la historia para que pareciera que todo lo había hecho bien. Se convirtió en el periodista de su propia gloria. Hoy en día, sin minimizar sus increíbles logros, habría sido un experto en elaborar fake news para engrandecer su figura”, apunta Ernest.
Napoleón fue un gran estratega, no es un mito, aunque contaba con sus mariscales que gestionaban la mayoría de las batallas de manera impecable bajo el mando único del Emperador.. Sin embargo, hay otras falsedades que han ido dándose por buenas a lo largo de los años y no lo son. Por ejemplo, se le ha tachado de homófobo y nada más lejos de su figura. “Tenía gays trabajando codo con codo con él en su equipo. El caso más claro es el del archicanciller Cambacérès, que era homosexual reconocido. Napoleón sentía profunda admiración y respeto por él, pues era un inmenso jurista. Era su mano derecha”, explica Bendriss.
También se ha dicho que era muy bajito, cuando su 1,69 rondaba la media de estatura para su época. En su contra jugaba que Luis XVI superaba con creces los 190 centímetros y Josefina, su esposa, también era una mujer alta para la época. Y si Josefina era más alta que Napoleón, no es menos cierto que también era mayor, algo que ella no digería del todo bien. Tanto es así que el propio Bonaparte se encargó de falsificar su acta matrimonial para que la diferencia de edad quedara minimizada. Él se puso años y a ella se los quitó. Todo arreglado.
Esto no es más que un botón de lo que Napoleón era capaz de hacer para conseguir sus objetivos. Otro claro ejemplo, este en el ámbito militar, lo encontramos en la campaña de Egipto. “Napoleón fue capaz de mostrar su fascinación hacia el islam como una operación de seducción al pueblo egipcio. Fue puro marketing. Incluso le llegaron a poner el nombre de Ali Napoleón y de sultán Al-kebir. Eso sí, cuando el jeque Al Zarqawi le pidió que convirtiera a todo su ejército a cambio de su apoyo, los soldados se negaron porque no iban a poder beber vino y se iban a tener que circuncidar. Pero igual que hizo con el islam lo hizo con el catolicismo, llegando incluso a pagar procesiones de su bolsillo o creando un santo personalizado para él: San Napoleón”, nos explica Bendriss.
Apasionado de Plutarco, cuyas obras le acompañaban en una biblioteca portátil personal que se llevaba allá donde fuera sin importar si era por motivos personales o a la guerra, Napoleón nunca escondió su interés por la ciencia: “Se llevó a 167 científicos a Egipto para tratar de importar la civilización egipcia y llevarla a Francia. Esta faceta intelectual del personaje es importantísima en su vida, como la de escritor. Poca gente sabe que escribió novelas y ensayos”.
Tampoco fue muy conocida su afición por la moda y la comida saludable: “Era un firme defensor de la comida sana. Ahora podría regentar un restaurante importante con todo lo que aprendió sobre gastronomía. Tanto es así que creó la gastronomía imperial, tomando como ejemplo la de Versalles pero haciéndola más sana. Respecto a la moda, era muy presumido pero medía 1,69 metros y era huesudo. Además, durante la primera campaña de Italia su piel tuvo un tono amarillento poco favorecedor, si bien su salud mejoró posteriormente. Siempre le gustó estar en forma y vestir bien desde pequeño”.
No faltan detalles sobre la vida de Napoleón que nos pueden llevar a pensar que fue un hombre adelantado a su tiempo. Lo que no sabemos es si él hubiera estado cómodo unos siglos más tarde. Bendriss está convencido de que no: “Si Napoleón viviera a día de hoy pensaría que el mundo es un caos y que el nivel de la política mundial es paupérrimo. No hay ningún otro personaje como Napoleón en la historia, con tanta capacidad en tantos temas, además de lo puramente militar. En la actualidad, mucho menos. Él era un gran diplomático y un gran político. No en vano, creó toda la estructura del estado, algo que hemos heredado y que seguimos empleando a día de hoy”.
¿Y qué habría pensado el propio Napoléon sobre la película de Scott o incluso sobre el propio libro de Ernest Bendriss? “No sé lo que habría hecho leyendo mi libro o viendo la película, pero estoy casi seguro de que me lo habría pedido para intentar retocarlo, reescribirlo y matizar todo aquello en lo que no viera su figura lo suficientemente grande. Seguro que pensaría que quién soy yo para atreverme a escribir sobre él, pero también estoy convencido de que, un tiempo después, me llamaría y me ofrecería un puesto como bibliotecario de su corte”.