La presencia de pozos de gran profundidad es un tema que atrae mucho la atención del ser humano y, además, en España está el segundo pozo en caída libre más profundo del mundo. Los grupos CCES (Club Cántabro de Exploraciones Subterráneas) y Espeleo Club Ábrigu descubrieron en 2016 el pozo vertical más profundo de España bautizado como el Gran Pozo MTDE, que tiene 435,95 metros de profundidad, más de 100 m por encima de la Torre Eiffel.
Según la clasificación de Bob Gulden, director del Estudio Espeleológico de Virginia Occidental que se encarga de ordenar cavidades de todo el mundo por tipo y profundidad, el MTDE sería el segundo pozo más profundo del mundo en caída libre, solo superado por el de Velebita, en Croacia.
Está situado en la Torca del Porrón, al oeste de Cantabria, pero llegar hasta allí y estudiar el pozo no fue tarea fácil. Para poder llevar a cabo las exploraciones en el Macizo de Porracolina, los clubes tuvieron que pedir un permiso a la Consejería de Cultura, para lo cual tuvieron que solicitar también el aval a la Federación Cántabra de Espeleología.
Las corrientes de aire, la oscuridad y una grieta que expulsa agua cuando llueve complicaron mucho la tarea de estos clubes de espeleología cántabros de introducirse en el interior de la cavidad. Además, las cuerdas, mosquetones y demás material podían tener un peso de hasta cien kilos. Una dura misión que tuvo su recompensa: descubrir en España un auténtico tesoro de la naturaleza y pasar a formar parte de la historia por haberlo hallado.
Desde el principio, el objetivo fue explorar zonas subterráneas ya conocidas y buscar cavidades intermedias para facilitar el trabajo de exploración de los espeleólogos, según declara uno de los exploradores que consiguió bajar al Gran Pozo MTDE, Luciano Sedano, también miembro del grupo Espeleo Club Ábrigu.
En junio encontraron en la superficie varias bocas que marcaron y que se encontraban junto a las cavidades ya conocidas. Días después, varios pastores de la zona se pusieron en contacto con los clubes para informarles de que de esos mismos agujeros "salía mucho aire" en los meses fríos de invierno.
A partir de ahí, los exploradores comenzaron a agrandar la boca y a realizar los trabajos de desobstrucción para poder acceder al interior. Comenzó el descenso hasta llegar a los 50 metros de profundidad y lanzaron una piedra. Contaron 10-12 segundos hasta que se oyó el sonido del impacto, unos resultados "asombrosos", asegura uno de los clubes, que anticiparon el gran descubrimiento. La falta de material para poder descender hizo que el trabajo hasta la base se pospusiera unos días.
Una vez que contaron con el material necesario, hicieron falta cuatro días para poder llegar hasta el fondo del pozo. Cada "10 o 15 metros" había que amarrarse a la pared con un taladro que introduce anclajes de acero que se expanden dentro de la roca. Así, 57 veces y utilizando 600 metros de cuerda para llegar hasta abajo, "un trabajo muy lento y laborioso", indica Sedano.
Subir es más sencillo, asegura el espeleólogo, debido a que los anclajes y la cuerda "se encontraban ya instalados", y calcula que una persona en buena forma física puede tardar unas tres horas en volver a la superficie mientras que alguien inexperto puede llegar a necesitar más de ocho horas para salir.
Una de las mayores dificultades, cuenta, es el propio tamaño del pozo que equivale "a las desaparecidas Torres Gemelas" y llevar durante la exploración cuerdas, mosquetones y demás material que calcula que pesaba más de cien kilos. Además, en caso de precipitaciones, la situación dentro del pozo es más complicada ya que existe una grieta vertical que cuando llueve se convierte en una gran cascada y es "como si lloviese dentro" causando además un enorme ruido. Esto, sumado a las corrientes de aire que hay en el interior, crean un "ambiente terrorífico", indica el espeleólogo.