En una elegante sala de un hotel de cinco estrellas del centro de Madrid, Pedro Herrero Pozo (62 años) recibe a este periodista de Uppers con un efusivo abrazo. No nos conocíamos, pero el gesto parece genuino y cariñoso. Un par de días antes de esta entrevista publiqué aquí un artículo sobre el regreso de Pecos, que a Pedro (el moreno y menor del dúo) ha encantado. “Nunca antes habían escrito algo tan exacto sobre nosotros”, dice sin dejar de mostrarse zalamero. Su hermano Javier (el rubio y mayor), de 64 años, menos expresivo en general, da a entender que están un poco cansados de que siempre se cuenten las mismas historias. “Como has escrito —añade Pedro—, la gente vendrá a vernos porque le recordamos su adolescencia, la etapa más feliz de su vida”.
Hace pocas semanas, el dúo que causó sensación a finales de los setenta y principios de los ochenta, convirtiéndose en un auténtico fenómeno social, anunció una gira de regreso para celebrar sus 45 años en la música. La serie de conciertos comenzará el 23 de marzo en Madrid y pasará por otras grandes capitales españolas como Barcelona, A Coruña, Bilbao, Zaragoza, Valencia, Murcia, Albacete, Granada y Córdoba; e incluso poblaciones como Mérida, Chiclana de la Frontera, Úbeda, Fuengirola o Mairena del Aljarafe. La expectación generada por la noticia ha sido insospechada, provocando en los hermanos y el equipo que les rodea comprensible euforia. Se congratulan, además, de que se hable de ellos con respeto y afecto, sentimientos que llevaban años sin recibir.
La trama de su retorno es sencilla: un empresario se lo ofreció y Javier y Pedro aceptaron. “Es una empresa fantástica —dice Pedro—, con buenos medios, y decidimos hacerlo. Empezamos a tener una edad ya peligrosa, hay mucha gente que no ha podido vernos en directo y va a ser una especie de despedida”. En el proceso, se preguntaron si el público que tanto amor les dio seguiría de su lado. “Sí —confirma el menor—, lo que pasa es que ahora con Internet estás al tanto de lo consume la gente, y las canciones siguen teniendo vigencia. Hay un par de generaciones que no saben quiénes somos, pero que han escuchado nuestra música a través de sus padres y abuelos”.
Javier publica canciones en solitario de vez en cuando; Pedro, con menos asiduidad aún. Volver a los escenarios implica un brusco cambio en sus rutinas, pasar de la tranquilidad de sus hogares al ajetreo de autobuses y hoteles durante muchos meses. Se ven en forma para afrontarlo: “La verdad es que tenemos tanta ilusión por esta gira —explica Javier—, que creo que vamos a poder. Hoy las giras son de otra manera, las carreteras son buenas, los camerinos ya no son chamizos de chapa, los sitios van a ser preciosos… Y a muchos sitios puede irse en tren. Y la producción que vamos a llevar va a ser otro nivel. Nunca hemos hecho una gira así; antes actuábamos en fiestas populares, con buenos equipos y grandes músicos, pero la producción que vamos a llevar nunca la habríamos imaginado”.
Entre 1978, cuando lanzaron su primer sencillo (“Esperanzas”), y 1981, fecha en que Javier hubo de cumplir con el servicio militar (Pedro lo haría justo después), Pecos pusieron del revés la música en España. Sus canciones y su atildado aspecto produjeron insospechado delirio en cientos de miles de adolescentes, que compraban sus discos, llenaban sus conciertos y decoraban sus habitaciones con sus pósters de Super Pop. Una fantasía que, pese a la juventud de los protagonistas —cuando empezaron, Javier tenía 17 años y Pedro, 15—, no los condenó a juguetes rotos, como sí ha ocurrido en muchos casos dentro y fuera de España.
“La clave fue rodearnos de gente que nos cuidaba muchísimo”, señala Javier. “Éramos muy jóvenes y era fácil que se nos fuera la cabeza. Afortundamente teníamos gente que se preocupaba por nosotros y con tanto trabajo no podíamos pensar en otra cosa”. No se les veía salir de noche y las tentaciones del éxito, en forma de alcohol y sustancias, rebotaron contra su tenacidad. “Llegamos a ser muy criticados porque no asistíamos a fiestas. Pero no íbamos porque estábamos trabajando”, añade. Además, Pedro contrajo matrimonio muy pronto: “Me casé con 22 años. Llevo casado con mi mujer cuarenta años. Cada uno lleva su vida por los derroteros que quiere. Nunca nos han interesado las drogas ni el alcohol. Pero no tiene ningún mérito”.
Ahora bien, estaban las fans: turbas de jovencitas que los perseguían a todas partes, robaban las matrículas de los coches que los llevaban y se colaban en sus habitaciones de hotel. “Había fans en el armario. Antes de entrar en la habitación enviábamos a gente a que investigara qué había por ahí”, dice Javier. En esa etapa de su vida, había reclamos a los que no podían resistirse. “De los 15 a los 22 años éramos muy golfos —interviene Pedro—, pero muy decentes también. Luego me casé y ya me interesaron otro tipo de cosas. Pero pasamos por todas las etapas de la gente joven”.
Tras dedicar el tiempo obligado a los rigores castrenses, volvieron en 1984; pero la música en España había cambiado por completo. Los artistas para fans empezaban a aburrir, mientras que la atención de los medios y gran parte del público se situaba en grupos de pop con ropa de látex, pelo de colores y canciones a menudo provocativas que dieron lugar al movimiento denominado movida madrileña o nueva ola. “Nos sentimos bastante descolocados”, reconoce Pedro.
Aun así, no cogieron tirria a aquella efervescencia musical que los arrinconó. “No, igual que no tenemos tirria al reggaetón”, continúa. “Si alguien ofrece algo que la gente recoge, para mi chapeau. La magia de la música es hacer algo que conecte con determinado tipo de público. Lo que no sentí es que yo pudiera hacer ese tipo de música o que pudiera colaborar con esos artistas, porque iba a ser un mero producto; no iba a sentirlo. Pero cada uno que tenga su público”.
Aunque como Pecos han publicado discos y realizado conciertos de tanto en tanto, también intentaron abrirse paso por separado. Pero su repercusión, mucho más liviana, demostró que en el caso de Pecos (y en otros muchos), la unión hace la fuerza. “La gente tiene en su mente la magia del dúo —comenta Pedro—, y lo que primero funciona es lo que funciona siempre. Pero eran etapas que había que quemar. Una vez que habíamos hecho cosas juntos, apetecía colaborar con otra gente. De hecho, de la música me quedaría con el mundo del estudio, de la creación, que es lo que me llena más que los conciertos”. Para Javier, es lo contrario: “A mí lo que me llena es vibrar con los conciertos y ver a la gente”.
Parte de la audiencia ha podido tener la sensación de que había entre ellos cierto distanciamiento; percepción comprensible toda vez que en los grupos de música, más aún en aquellos donde hay hermanos, las relaciones personales presentan habituales vaivenes. “Ha habido momentos, altos y bajos”, concede Javier. “A veces nos hemos llevado muy bien y hemos tenido mucha complicidad y otras no”. O como dice Pedro: “Tenemos vidas por separado. Fuera del trabajo, nos vemos poco. No nos llamamos por las noches; eso lo hago con mi mujer”. “No solo ocurre en grupos de hermanos”, apostilla Javier. “Se han reconciliado hasta Oasis, coño”, alega Pedro.
Queda por saber si después de esta esperada gira habrá algo más. Un disco con canciones nuevas tendría todo el sentido después de patearse España estimulando a las masas. “Me gustaría —dice Pedro, compositor del dúo—, pero la industria ha desaparecido. Sacar un disco en Internet en una compañía pequeña es una lotería. Pero me encantaría. No es por no tener canciones, que tenemos muchas”. No cabe duda de que sus fans, que siguen siéndolo 45 años después, lo agradecerían.