Ángeles Rodríguez Hidalgo, más conocida como la abuela rockera de Vallecas, nació en 1900. Con una fecha tan redonda, difícilmente podía olvidarse de su edad. Pero una cosa era lo que dijese su DNI, otra bien diferente qué le fue pidiendo el cuerpo según iba cumpliendo años. Con setenta y muchos le entraron las ganas de disfrutar de placeres que parecían vetados a la vejez: noches de rock, parranda, amigos y alcohol. De repente, pasó de pobre, viuda, septuagenaria y amante de la copla a estrella aclamada en cualquier concierto de heavy metal.
Julián Gómez, fotógrafo de la satírica revista Sal y Pimienta y de otras publicaciones en la época de la movida, fue testigo de sus correrías nocturnas. Cuenta que la conoció en la discoteca que había en los bajos del hotel Wellington Madrid, en la calle Velázquez, número 6, mucho antes de que fuese el exclusivo club deportivo que es en la actualidad y antes también de ser la famosa discoteca Gabana por la que desfilaron las caras más conocidas del mundo del espectáculo y del deporte y otras gentes de alto copete.
"Llamaba la atención por su carácter y espontaneidad. Se le acercaba la gente y ella lo vivía con gran entusiasmo. Le llevé a su casa muchas de las fotos que le hice. Unas veces me pagaba y otras lo dejaba pendiente. En aquella época malvivía en una corrala, al lado de un antiguo mercado, en muy malas condiciones. Como tenía mucha gracia, nunca le faltaba quien le invitase a comer, a cenar o a tomar una copa", recuerda este fotógrafo.
Ángeles descubrió las guitarras eléctricas y el heavy metal gracias a su nieto Pol Morollón. Cuando este decidió llevarla a los conciertos, pasó de Marifé de Triana y La Niña de los Peines a Rosendo y Miguel Ríos. Del ganchillo a la colección de posters y carátulas de sus nuevos ídolos. Se enamoró de la música, pero sobre todo de la vida que fluía en aquellos tugurios de ensayo y salas de rock que empezó a frecuentar.
Así cambió una biografía que, hasta el momento, había transcurrido como la de tantas otras viudas de aquella época, trabajando como asistenta en varias casas del barrio Salamanca y en la Caja Postal para sacar adelante a sus cinco hijos. Aunque nació en Argentina, con solo un año la familia vino a España y se instaló en Sevilla. Con 23 años se casó y con 41 enviudó.
Con los rockeros se aficionó también a las motos de gran cilindrada y a estar en primera línea en conciertos, festivales y eventos de rock duro que se celebraban en la capital. Tan en primera línea que su costumbre de pegar la oreja a los bafles cuando actuaban Barón Rojo, Barricada y Leño pudo provocarle una sordera que avanzó en los siguientes años.
Se reclamaba su presencia en algunos programas de radio, como el de Paco Pérez Bryan, en radio Juventud, o el de José Manuel Parada, en Radio 5. Llegó incluso a tener su propia sección semanal en la revista Heavy Rock. Pérez Bryan, referente de la radio rockera en los ochenta, ha relatado en alguna entrevista cómo se presentó la abuela cuando estaban en mitad de su programa 'El búho musical'.
El técnico de sonido le hizo un gesto para que saliese, diciéndole por el micro: "Paco, tienes que ver esto". "Al salir de la cabina -recordó- me encontré con una señora de 80 años acompañada por su nieto". La abuela le saludó y, después de indicarle que le escuchaba todas las noches por culpa de su nieto, le pidió salir en su programa. Desde aquella noche, fue una más y al terminar el espacio, ya de madrugada, se iba de fiesta con todos ellos.
Era habitual verla en la sala Canciller, gran templo del heavy metal en Ciudad Lineal por la que pasaron todos sus héroes rockeros: Leño, Obús, Barón Rojo o Scorpions. En un documental grabado por TVE en 1985, aparece con los miembros de Sobredosis, un grupo madrileño que triunfaba en los 80, con sus discos 'Unidos por el Rock' y 'Sangre joven'. La llevan al local de grabación y se enciende en cuanto suenen los primeros acordes de la canción 'Dinero, mujeres y rock'. "No fumaba porros, pero no le faltaba una china en el bolso", cuenta el fotógrafo.
Su imagen fue la portada del álbum 'Toca madera', de Panzer. Carlos Pina, vocalista del grupo, le colocó su chupa de cuero y su gorra y ella levantó la mano cornuda, el gesto más representativo del rock y del heavy metal, también conocida como maloik. Según la leyenda, sirve para alejar el mal de una persona y los espíritus que buscan hacerle daño. Con su cámara, el fotógrafo Julio Moya la convirtió en ese momento en leyenda, en una especie de fetiche para los rockeros que, a pesar de su progresiva sordera, no se privaba de emitir cada noche su dictamen.
Todos los rockeros la conocían, algunos la invitaban a subir. "Tengo 83 años, me gusta el heavy, el ró y las sevillanas. Y Miguel Ríos y Ramoncín y Obú y los Leño. Todos, todos pa mí", decía con voz algo aflautada y vestida con una camiseta amarilla donde lucía el logo del programa radiofónico de música heavy Discocross. Le faltaba el tupé para completar su espíritu joven y rebelde, en lugar de su habitual corte de señora mayor repeinada. Era la abuela de todos y ella se dejaba querer.
Su protagonismo llegó a incomodar a los críticos musicales cuando las crónicas dejaban que la anécdota de la abuela diluyese lo que realmente importaba, la música y la esencia real de este movimiento cultural y social. Aunque parecía incombustible, murió el 8 de diciembre de 1993, en el hospital de la Princesa, a causa de una insuficiencia respiratoria que acabó en parada cardíaca. Tenía 93 años.
Una estatua de bronce la recuerda en la avenida Peña Gorbea del distrito de Puente de Vallecas. Se trata de un busto en el que aparece con el puño en alto y formando con los dedos la famosa peineta rockera. Su autora, Carmen Jorba, reprodujo la portada del disco 'Toca madera'. Para costear la escultura, los rockeros madrileños organizaron un gran concierto en la sala Canciller, el 25 de mayo de 1994. Ese día actuaron Esturión, Ñu, Asfalto y Sobredosis.
La tienda de discos Madrid Rock y el mítico fotógrafo Mario Scasso, ya fallecido, pusieron lo que faltaba. En su pedestal se lee: "Adiós, abuela. Amiga rockera. Solo el tiempo nos separa". En 2015 tuvo que ser reparada después de que los dedos índice y meñique de su mano derecha fuesen objeto de actos vandálicos. Curiosamente, la música que ahora se escucha en el barrio vallecano no es el rock, sino el reguetón.