Cien años. Un siglo. Chillida es ya un icono de la escultura mundial y su familia no quieren que el diálogo con su obra cese. Hemos hablado con Susana y Luis, dos de los ocho hijos de Eduardo y Pilar Belzunce, para que nos cuenten cómo viven ellos la llegada, por fin, de un programa de diferentes eventos llamado 'Eduardo Chillida 100 años', que repasará toda su trayectoria de este gran vasco universal.
Aunque el matrimonio formado por el pintor y Pilar Belzunce formó una familia numerosa, la devoción y el amor de Pilar Belzunce por el hombre, el artista y el proyecto de vida, fue total. Chillida fue su prioridad en un tiempo marcado enormemente por los roles. Esta postura vital quedaría reflejada, incluso con cierta brutalidad, en la frase que un día les dijo a sus hijos, Eduardo y Pilar, y que ahora recuerdan: “Si tuviéramos todos un accidente de coche, tener claro que a quien salvaría sería a vuestro padre”.
Nacido en San Sebastián el 10 de enero de 1924, Eduardo fue portero de fútbol de la Real Sociedad y a los 19 años comenzó la carrera de Arquitectura en Madrid. Pero Chillida quería ser artista, si bien era consciente de que no podía emprender solo esa travesía, por lo que le dijo a su entonces novia Pili: “Si tu me sigues, dejo la arquitectura”.
A lo que Pilar Belzunce respondió afirmativamente. Después de una etapa viviendo en París se casaron y, cuando nació el primero de sus hijos, vuelven a San Sebastián para trabajar en una fragua, en Hernani, donde su abuela les había dejado una casa. Es decir, raíz y arte.
Allí el artista aprendería a esculpir el hierro. Sus primeras esculturas fueron, sin embargo, realizadas en yeso y eran figurativas, inspiradas en el arte griego, pero enseguida comenzó a filosofar con los volúmenes y los espacios inspirado por la poesía y la música de Bach.
Sus hijos crecían alrededor de su taller viendo cómo se entregaba a sus obras en cuerpo y alma, pero el estudio, el lugar de pensar, estaba vetado para todo el mundo. Nadie podía entrar en aquel templo de la creación. Después, llegó la época del hierro y la escultura abstracta, que continuó en madera, tierra chamota (Lurras), hormigón, acero, piedra o alabastro. “El peine de los vientos”, tres esculturas ubicadas en la playa de La Concha de San Sebastián, es quizá su obra más famosa.
Así se convirtió en el escultor español más importante de la última mitad del siglo XX, reconocido con premios tan importantes como la Medalla de Oro al Mérito de Bellas Artes, el Grand Prix des Arts et Letres de París, el Premio Príncipe de Asturias o el Premio Imperial Japonés, además de ser Miembro Honorario de la Royal Academy of Arts de Londres. Falleció en San Sebastián el 19 de agosto de 2002.
¿Qué mensaje queréis transmitir en las celebraciones de 'Eduardo Chillida 100 años'?
Luis Chillida Belzunce (Director del Museo Chillida Leku, 61 años): Celebramos la vida porque Chillida permanece a través de su obra, su trabajo y pensamiento. Nuestro padre fue y es un lugar de encuentro donde pasan cosas, no solamente de valor artístico, sino también, humano.
¿Qué más era Chillida, además de escultor?
Luis: Era pensador y una persona muy involucrada en temas sociales y éticos y todo lo hizo junto a nuestra madre, Pilar Belzunce que, como él decía: “Sin ella hubiera vivido debajo de un puente”.
¿Qué vamos a descubrir de Chillida en este año de conmemoración?
Susana Chillida Belzunce (Psicóloga, escritora y directora de cine. 64 años): La vida de Eduardo Chillida y el peso que tuvo Pilar Belzunce, nuestra madre, como compañera y tándem real, tras un pacto de jóvenes cumplido hasta el final, en el que él ponía el valor, pero no era él el que ponía el precio.
¿Cómo vivisteis la infancia junto al genio?
Luis: Mis amigos del colegio le llamaban el “tuercehierros” y a mí me hacía mucha gracia.
Susana: Crecimos jugando en el jardín alrededor de su taller y recuerdo que, cuando pedíamos tiza a su ayudante José Cruz, un euskaldún enorme, nos contestaba: “Tiza, tiza!! Una buena paliza”. En esa época nosotros no entendíamos su obra, pero lo que teníamos muy claro era que lo que hacía con una enorme seriedad y dedicación”.
¿Cuándo sois conscientes de que vuestro padre es Chillida, el gran artista?
Susana: Con 30 años, cuando empecé a hacer mis documentales sobre él. Para mí fue como nacer una segunda vez para descubrir la enorme coherencia que había entre su vida, su persona y su obra.
Luis: En mi caso, quizás por ser el séptimo de ocho hijos, cuando cumplí 18 años. Me estaba preparando para dirigir un hotel de la familia y compraron el caserío Zabalaga - hoy Museo Chillida Leku- y mi madre me propuso trabajar con ellos en ese proyecto.
Una palabra que defina al padre y otra al artista...
Luis: Denso, como padre y como artista.
Susana: Como padre cariñoso, sin ser extrovertido, y como artista, sólido.
¿Cómo definiríais su obra?
Susana: La dialéctica entre materia y espacio, pero Chillida fue compromiso. También ayuda acercarnos a detalles de su obra para señalar, por ejemplo, que siempre trabajó obra única (nunca hizo reproducciones), y decía: “Son parecidas pero distintas. Como las cosas importantes de este mundo, como los hombres, las hojas de un árbol o las olas”. Y ahora me viene a la cabeza una frase que escribió, que también define su obra: “moderno como las olas y antiguo como la mar. Siempre nunca diferente, pero nunca siempre igual”.
Es importante comprender que la escultura nada te puede dar si tú no le das algo a la escultura, y sobre esta idea, mi padre escribió: “Los ojos para mirar, los ojos para reír, los ojos para llorar. ¿Valdrán también para ver?”. Lo que he aprendido a su lado es a mirar con la posibilidad de ver.
¿Qué detalles recordáis de cuando os contaba su trabajo?
Susana: Siempre iba al límite, buscando lo que no sabía hacer. Lo que más le gustó de trabajar con hormigón fue meterse en un mundo nuevo para conseguir la materia artística que tenía en la cabeza.
Luis: Lo que le gustaba era hacer volar al hormigón. Era su batalla contra Newton.
Susana: Trabajaba esas piezas de mucho peso, precisamente para revelarse contra él, mientras que el espacio empuja hacia arriba. Es la lucha entre la materia y el espíritu.
¿Cómo os veía vuestro padre?
Luis: A mi padre le preocupaba mucho el tiempo; el necesario para esculpir una obra o el mínimo para desplazarse y llegar a donde quería estar. Yo era piloto de coches de competición y hacía de chofer para ir, por ejemplo, a una fundición en Reinosa y conducía igual de rápido que en las carreras, y me decía: “los dos buscamos los límites, pero cuando los encuentro yo se me rompe una pieza y vuelvo a empezar, tú te rompes la crisma”.
Susana: Siempre me impresionó la confianza y la libertad con que me dejó hacer mis documentales sobre él, en los que solo me preguntaba: “¿Vas consiguiendo lo que persigues?”.
¿Tuvo fácil vuestro padre llegar a ser valorado?
Susana: Su valía fue muy pronto apreciada, desde la primera exposición en la galería Maeght de París, en 1956. Pero la historia comienza antes, siendo novios -Pilar y Eduardo-, cuando él deja los estudios de Arquitectura, y le dice a Pilar: “Si tú me sigues…”
Luis: El trabajo y el apoyo incondicional de nuestra madre llegaba hasta el extremo de decirnos a los ocho hijos: “Si tuviéramos todos un accidente de coche, tener claro que a quien salvaría sería a vuestro padre”.
¿Habéis sentido la presión de ser “hijos de”?
Susana: Mucha, muchísima. Su figura pública me ha pesado y me sigue pesando.
Luis: Yo la he llevado bastante bien.
Una anécdota personal
Susana: Un día hablando del poeta Edmond Jabès, que le gustaba mucho, le pregunté si había muerto y me contestó: “Bueno, ha muerto como mueren los poetas”.
Luis: De pequeño llegué a casa con malas notas y mi madre me castigaba con no firmarme las notas, así que tuve que pedírselo a mi padre. Cuando vio que tenía una nota horrible en matemáticas me dijo, “Pero Luis, ¿has pensado lo que son las matemáticas? Fíjate cuando montas en bicicleta, en las leyes de la física o en la naturaleza”. A partir de esa charla siempre aprobé la asignatura.