En la historia de Frida Kahlo se entrelazan el arte y el color con el sufrimiento físico y psíquico. Sus pinturas, la mayoría autorretratos, producen sentimientos encontrados. De lejos parecen alegres, llenas de color, pero a medida que el espectador se acerca, ella le clava su mirada seria para narrar uno tras otro fragmentos dolorosos de su vida. En Uppers hemos querido hacer un homenaje a esta pintora mexicana y repasar la verdadera historia de Frida Kahlo.
Dicen que Frida Kahlo ya nació con espina bífida. Con seis años la poliomielitis la impidió ir al colegio y la provocó problemas neuropáticos e isquémicos permanentes en su pierna derecha, que empezó a ocultar bajo faldas abultadas para siempre. Además, a los 18 años sufrió un accidente de tráfico que le destrozó literalmente el cuerpo con dolores crónicos añadidos a los que ya padecía junto a una escoliosis progresiva.
Han sido muchos los expertos que han analizado su obra, unas 200 pinturas, con el objetivo de encajarla en los diversos movimientos culturales de la época: Surrealismo, Arte moderno, Cubismo, Simbolismo y Realismo Mágico. Sin embargo, Frida Kahlo no reconocía sentirse parte de ninguno. “No sé si mis pinturas son o no surrealistas pero lo que sí estoy segura es que son la expresión más franca de mi ser”, dijo en aquel entonces Frida según diversos medios.
El dolor, su cuerpo, su intimidad, su feminismo, su sexualidad, sus ideas políticas, la tradición mexicana o la “tormentosa relación” con su marido, el pintor Diego Rivera con el que se casó dos veces, eran temas recurrentes en sus cuadros. Nada tenía que ver con la mujer de su época y así lo plasmó una y otra vez “rompiendo tabúes” y mostrándose “dura, excesiva, violenta, activa…”.
Tal como ella se pintaba así era: adornando su pelo con grandes flores, haciéndose moños trenzados con cintas de colores, colgándose abalorios indígenas y negándose a depilarse ni las cejas ni el bigote. En sus pinturas también hay sangre, tijeras, camas de hospital, fetos o huesos fracturados junto a los símbolos de la fertilidad o del amor. Son pistas de los acontecimientos que le fueron afectando cada día. Con sus pinturas tan llamativas y distintas se convirtió en un icono femenino, en el símbolo de la mujer mexicana que luchaba por superarse, en un “genio artístico” y en un referente dentro y fuera de su país.
Incluso profesionales médicos y especialistas en cirugía ortopédica han investigado más a fondo su arte para entender todo lo que padeció su cuerpo y la incapacidad física que le produjo. Cada uno de sus retratos o sus obras muestran a Frida sola y en algunas junto a su marido. Son figuras hieráticas, muy quietas, pero están rodeadas de detalles para contar al espectador lo que padece su cuerpo: lumbares rotas, una pelvis deformada, los abortos…
Su nombre completo es Magdalena Carmen Frida Kahlo Calderón. Nació un 6 de julio de 1907 en Coyoacán, Ciudad de México. Vivió 47 años atada a un cuerpo que no le permitió ni ser madre como ella hubiera querido ni respirar un solo día sin dolor. Enfermedades y accidentes la obligaron a someterse a 32 cirugías que lejos de calmar su sufrimiento lo iban acrecentando.
La poliomielitis, un virus que llega a infectar la médula espinal causando parálisis, podía haber acabado con su vida de pequeña, pero Frida salió adelante aunque con la pierna derecha maltrecha, mucho más delgada que la izquierda. Nunca había pintado. Su tiempo libre lo empleaba haciendo deporte, lucha y boxeo, tenía que ponerse fuerte y superar sus problemas físicos, tal como le insistía su padre cada día, saltándose los cánones de la época. También se ocupó de instruirla todos esos días que no fue al colegio, aprendió fotografía y a revelar, retocar y colorear las imágenes. Ya recuperada empezó sus clases y estaba empeñada en ser médico.
A los 18 años, regresando a casa en el autobús de madera de la escuela, tuvieron un accidente de tráfico contra un tranvía. El impacto fue brutal. Su columna sufrió tres fracturas, sus costillas dos, otra en la clavícula y tres en el hueso pélvico. La pierna derecha se rompió en once partes, y el pie se le dislocó y se le aplastó. Además de todo eso, un pasamanos casi la costa en dos: la atravesó por la cadera izquierda y le salió por la vagina.
El cuerpo de Frida estaba totalmente destrozado, pero de nuevo salió adelante. La convalecencia la mantuvo postrada boca arriba en la cama y fue entonces cuando Frida empezó a pintarse a sí misma con la ayuda de un caballete y un espejo. Era el año 1926 y abandonó sus intenciones de estudiar medicina para dedicarse al arte.
En las reuniones políticas del Partido Comunista de México que Frida empezó a frecuentar conoció al pintor Diego Rivera y se casó con él en 1929. Se instalaron en la casa familiar de ella en Coyoacán pero su relación siempre fue tormentosa e intensa con infidelidades y un divorcio incluido en 1939, que duró poco porque al año se volvieron a casar.
Los dos artistas celebraron grandes fiestas en su domicilio e hicieron amistad con André Bretón o León Trotsky. Con este político ruso Frida llegó a mantener una relación sentimental. Su marido la quería, pero se entretenía con muchas otras mujeres y hasta con la hermana de Frida. Todo ello les hacía pelear constantemente. Ella sufría y a la medicación recetada para sus dolores le añadía otras sustancias y alcohol con los que sobrellevarlos. En 1930 Frida se quedó embarazada y abortó debido a las lesiones que le había provocado el accidente de autobús.
Dos años más tarde volvió a quedarse embarazada. La pareja vivía en Detroit porque a Diego Rivera le habían contratado para pintar varios murales en la ciudad. A los pocos meses tuvo un aborto espontáneo lo que la obligó a estar internada en el hospital dos semanas. Tras ese acontecimiento en 1932 pintó Hospital Henry Ford, en el que se representa a ella misma sangrando en una cama de hospital con su vientre hinchado. Con una mano agarra unas cintas rojas o venas que sujetan entre otros elementos el feto masculino que había perdido. Allí empezó a sentirse muy sola y entró en depresión.
En Detroit, Frida conoció al doctor Leo Eloesser, jefe de servicio en el Hospital General de San Francisco, entablaron una gran amistad y se convirtió en su asesor médico. Le diagnosticó escoliosis congénita, la fusión de la tercera y cuarta vértebras lumbares y la desaparición del disco intervertebral. Le recomendó descanso, una dieta más nutritiva y no beber alcohol. Después de un alivio temporal volvieron los dolores.
Durante mucho tiempo tuvo que utilizar corsés de yeso o de acero para inmovilizar su columna que decoraba mientras hacía reposo. Cada una de sus pinturas es un reflejo de sus sentimientos, de su deteriorada salud física y de cómo se encontraba psicológicamente. Además, sus operaciones e ingresos hospitalarios se fueron enlazando unas con otras.
Según explica un medio especializado, en sus diez últimos años de vida, todavía muy joven pero machacada físicamente, se sometió a diversas intervenciones quirúrgicas: una laminectomía (resección de láminas vertebrales para descomprimir la médula) con injerto de hueso; una fusión de cuatro vértebras que fue un fracaso, y diversas operaciones más, tras una de las cuales sufrió una infección ósea. Por su parte, su pierna derecha empeoró debido a problemas de vascularización desde el accidente de autobús y hubo que amputársela.
Lo cierto es que no remontaba y cayó en una profunda depresión. A principios de 1954 intentó suicidarse dos veces. Mientras, escribía poemas en sus diarios y en casi todos ellos había referencias al dolor y al sufrimiento. Finalmente, Frida Khalo murió el 13 de julio de una embolia pulmonar. Algunos dicen que fue un suicidio o una sobredosis accidental por la mezcla de alcohol y los fármacos que consumía. Ciertas fuentes apuntan que las dolencias de la pintora se debían al síndrome postpolio, a la espina bífida o a una fibromialgia postraumática.
Ella pidió que al morir quemaran su cuerpo. No quería ser enterrada. A lo largo de su vida ya había pasado mucho tiempo acostada.
El repaso cronológico de su la obra se puede comprobar cómo cada pintura marca un suceso. Algunas de las más importantes, de entre las casi 200 pinturas, son Frida y Diego Rivera de 1931 que muestra a la pareja cogida de la mano, Las dos Fridas de 1939 que simula el equilibrio para sobrellevar su divorcio o La columna rota de 1944. En esta última pintura ella llora ante una columna jónica que aparece fracturada y se sostiene gracias a un corsé de metal. Además, numerosos clavos se adhieren a su pierna o a sus brazos simbolizando el dolor que siente aunque su rostro no lo demuestre porque se ha acostumbrado.