Más allá de su origen religioso, el belén es una de las tradiciones navideñas más arraigadas de nuestro país, si no la que más. Junto con el árbol, las lucecitas y el espumillón, constituye ornamento obligado en muchos hogares y edificios públicos desde el siglo XVI. No faltaba en las casas de quienes crecimos en los setenta u ochenta, aunque un informe de 2016 de Vente-Privee asegura ya solo el 13% de los habitantes de este país pone el nacimiento (el 50% se declara devoto del árbol).
Aun así, las figuritas y casitas que recrean la escena del nacimiento del Niño Jesús forman un entrañable decorado que acompaña a no pocas familias en estos días felices de reencuentros, regalos y comilonas. Detrás de su factura hay artesanos uppers, algunos de los cuales llevan toda su vida consagrados a tan bello arte.
Carlos Cuenca, murciano de 71 años, empezó en el oficio por influencia de su padre, maestro artesano que había instituido su taller en la década de 1940. La madre de Carlos era la pintora de las figuritas, de quien el fundador se enamoró y con quien se casó; establecieron la vivienda en el piso de arriba de la fábrica, de tal suerte que Carlos nació y creció entre los aromas de la arcilla y los calores de la fragua. "Me gusta decir que a mí me parieron en el barro", explica.
Pese a todo, su señor padre no tenía mucha confianza en que el oficio sirviera para que sus hijos se ganaran el pan, así que los mandó a la universidad. Tras licenciarse en Derecho, Carlos empezó a trabajar en un sindicato como abogado laboralista; más tarde en una entidad bancaria. Fue en 1975 cuando el taller pasó a su nombre, y en los años siguientes compaginó su actividad financiera con la fabricación de figuritas de belén. "Entendí que tenía que estar más cerca de mi padre", dice.
Aunque no empezó en el oficio por herencia familiar, también es veterana en esta especialidad Montserrat Ribes (72), quien confecciona figuritas muy originales (de rasgos menos adustos, más delicados y en cierto modo más modernos) y las expone en su taller en Castellar del Vallès, localidad situada a 20 kilómetros de Barcelona. Inclinada desde muy joven a la creación artística, estudió Bellas Artes y se dedicó al principio a la escultura decorativa. Amigos en el gremio de belenistas le pedían creaciones para Navidad, "y llegó un momento en que fue lo que más me llenó", confiesa. De eso hace 30 años.
Lo que más le fascina de su labor es el diseñar los personajes del belén. "Cada figurita puede contar su propia historia dentro del entorno del nacimiento de Jesús", explica. "Es como escribir un pequeño cuento sobre cada una".
Bien distinta es la historia de Luis Mateo García Céspedes (60), artesano de Granátula de Calatrava (Ciudad Real) que no se centra en la fabricación de figuras sino del resto de elementos, arquitectónicos o naturales, que componen el belén. Incluso dioramas completos. Cabe diferenciar en este punto entre ambos conceptos: el nacimiento representa solo el portal con el pesebre y los personajes que lo ocupan, mientras que el belén alberga no solo aquel sino también una porción más o menos amplia de la población, con aderezo de casas, árboles, riachuelos y pastorcillos; aunque es cierto que ambos términos se utilizan indistintamente.
Durante gran parte de su vida, Luis Mateo se entregó a la manufactura de dichos elementos a modo de hobby, en los ratos libres que le dejaba su trabajo como comercial de una empresa de fitosanitarios. Hace cinco años, decidió convertirse en belenista profesional, para lo cual recibió el beneplácito de la Asociación de Artesanos de Castilla-La Mancha. "Más importante que las figuritas es la decoración y el entorno”, dice. “Es crear una obra de arte que se va a disfrutar solo durante un mes". No produce en serie, lo que le permite afirmar con orgullo: "De los míos, no hay dos belenes iguales".
Contrariamente a lo que cabría pensar, por lo estacional de sus productos, los belenistas trabajan todo el año. Cuando hablamos con Carlos está a punto de coger vacaciones; a mediados de enero retomará la actividad de cara a la Navidad de 2022. "En febrero o marzo ya tengo pedidos", revela. "Estoy empezando ahora las piezas para el año próximo, y después de Reyes me pongo a trabajar en ellas", dice Montserrat. En primavera se organizan las primeras ferias de artesanía belenista, que también mantienen ocupado a Luis Mateo prácticamente toda la temporada.
El modo en que se producen estas piezas varía según su autor. Montserrat crea la figura en arcilla. Una vez terminada, la deja secar, la introduce en un horno a 940º grados y a partir de la obra resultante realiza un molde que se rellena con resina y cerámica, más resistente a la humedad y con mayor consistencia y durabilidad que el barro. Este material es también el elegido por Carlos, aunque recientemente incorporó componentes textiles a sus figuras, una tendencia en boga. Luis Mateo usa materiales reciclados y pigmentos naturales, propios de las tierras de color rojizo de su zona.
Entre sus compradores hay comercios, asociaciones y particulares. "Tengo clientes de tercera generación, que empezaron con mi padre, y ahora el nieto continúa conmigo", informa Carlos, cuyas piezas pueden encontrarse también en los típicos mercadillos navideños de la Plaza Mayor, en Madrid, o los que se montan junto a las catedrales de Sevilla, Córdoba y Barcelona. Otro tipo de cliente también reclama sus artículos: el coleccionista. "Muchos de mis clientes, particulares en su mayoría, no solo los emplean para sus belenes, sino que los coleccionan", indica Luis Mateo.
El propio Carlos es un consumado coleccionista. "En casa tengo una vitrina con piezas especiales que he ido recopilando desde que tenía 15 años. Veía que en el taller de mi padre estaban fabricando una que en gustaba y pedía que me hicieran otra igual para mí. Después me la pintaba mi madre, la mejor pintora del mundo. Conservo figuras que tienen 50 o 60 años, y una colección de unos 200 nacimientos que he ido comprando cuando he salido de viaje".
A veces el oficio se pasa de padres a hijos, pero no es el caso de los entrevistados. "Ninguno de los míos ha querido hacerse cargo de esto. Cuando yo ya no pueda seguir, tendré que cerrar", lamenta Carlos. Lo mismo le ocurre a Montserrat: "No he tenido la suerte de que mis hijos sigan el oficio. Digo suerte porque para mí este trabajo es el mejor del mundo. Disfruto tanto haciéndolo que no trabajo nunca".
A pesar de lo que dicen las encuestas, para estos artesanos el belenismo goza de buena salud. "Me sorprendo de la gente que me llama, que pregunta, que pide cosas especiales…", sostiene Carlos. "Tienen de todo y quieren ir mejorando lo que tienen, tanto personas mayores como gente joven. Podría decirse que es un sector que se mantiene dentro de unos límites moderados".
Admiten que atravesó unos años de crisis, que Montserrat atribuye en parte a la disminución de espacio en los hogares. "Antes en las casas había un buen lugar donde poner un belén", dice. "Pero la afición está renaciendo. La pandemia ha revitalizado las actividades domésticas, entre las que está el montaje del nacimiento: es una actividad manual, requiere un poco de bricolaje, hay que instalar luces… La gente se está dando cuenta de que alrededor de las figuritas del belén se viven muchas emociones. Las familias viven historias emotivas que cada vez que la figurita sale de la caja donde ha estado guardada se reviven. Es un poco volver a la infancia, o a momentos bonitos del pasado. Es lo que lo hace entrañable: te acerca mucho a las raíces, a la tradición".