¿Por qué comemos palomitas en el cine?

  • A una viuda de Kansas City, en Estados Unidos, para salir adelante se le ocurrió abrir un puesto de palomitas dentro de un cine

  • Con la Gran Depresión y después durante la II Guerra Mundial lo único que podian permitirse los ciudadanos era ir al cine con un cucurucho de palomitas

  • ¿Te pueden prohibir entrar con comida a los cines en España?

Es inevitable ver una película comiendo palomitas. Es más, incluso en ciertas salas de cine “de lujo” es posible cenar exquisiteces, aunque eso de dar de comer ya lo inventaron hace muchos años los promotores de los cines de verano de los pueblos con raciones de bravas y calamares o bocatas gigantes. Sin embargo, siempre están presentes los cubos con palomitas. En Uppers hemos querido saber por qué comemos palomitas en el cine, de dónde viene esa costumbre que a veces distrae y hasta molesta a los espectadores.

Los restos más antiguos de semillas de maíz se han encontrado en México, donde hacia el 6.000 a. C. ya se empezó a cultivar. Esto sirvió para que los nómadas pudieran asentarse y se convirtiera en el sustento de los pueblos mesoamericanos. Mucho después llegaron las palomitas cuando los nativos ya depositaban los granos de maíz en una vasija que colocaban sobre las ascuas del fuego y esperaban a que reventasen. Esa especie de flores blancas las utilizaban como abalorios en los collares y también se las comían. Claramente, los humanos llevan preparando palomitas toda la vida.

La historia de las palomitas ligadas al cine

El matrimonio entre el cine y las palomitas está ligado a su popularización con la llegada del sonido a los largometrajes. El público se aburría hasta que empezaba la proyección y a menudo había que parar y hacer arreglos. La gente entraba a la sala con chocolates, dulces, cacahuates y otros alimentos que compraban a los vendedores ambulantes.

Mucho antes, el estadounidense Charles Cretors en 1885 inventó la primera máquina de hacer palomitas. Hasta ese momento se hacían de la forma tradicional en los hogares poniendo el maíz en cazos o en una tostadora. El problema era que el calor no se repartía uniformemente por toda la superficie y muchas semillas se quemaban o no explotaban. Cretors introdujo el uso de aire caliente para elevar la temperatura por igual en todo el recipiente y así estallaban los granos sin quemarse. Tras ese prototipo, en la Exposición Universal de Chicago de 1893 presentó la primera máquina portátil para hacer palomitas.

Los vendedores ambulantes se hicieron con ese invento para vender palomitas en la calle porque les generaba muchos beneficios gracias a que el maíz como materia prima era muy barato. Durante muchos años el único capricho que podían permitirse los ciudadanos eran esas palomitas callejeras. Estratégicamente, los comerciantes se colocaban justo en la puerta de las salas de cine con la idea de vender un cubo de palomitas a los viandantes y a los espectadores antes de entrar a ver la película.

Al principio, al cine solo entraba la gente acomodada, las salas eran lujosas y se parecían mucho a los teatros o a la ópera con paredes enteladas, mullidas alfombras y lámparas de araña. Hasta ese momento a esos espectadores ni se les pasaría por la cabeza comer durante la proyección y los dueños de las salas tampoco lo consentirían por miedo a que se estropearan aquellas sillas tapizadas. Al resto de los ciudadanos el sueldo de sus empleos no les llegaba para gastar en entradas de cine ni entendían la película porque no sabían leer.

En 1927 llegó el sonido al cine de los Estados Unidos, los espectadores ya no tenían que leer y el precio de las entradas empezó a bajar para hacerlo más rentable. Así se popularizó el cine. Con el crack del 29 y la Gran Depresión el cine era uno de los pocos entretenimientos que los ciudadanos podían pagar junto al cucurucho de palomitas de maíz que preparaban los vendedores ambulantes gracias al invento de Charles Cretors.

El primer puesto de palomitas dentro del cine

El matrimonio entre las palomitas y el cine se hizo inquebrantable cuando Julia Braden, que se había quedado viuda y vivía en Kansas City, convenció a los dueños del Linwood Theater para que la permitieran abrir un puesto de palomitas en el interior del local con el que salir adelante. En 1931 esta emprendedora ya había abierto otro puesto en cuatro cines más de la ciudad. Al poco, los dueños de las mismas salas empezaron a contar con su propio establecimiento de venta de palomitas.

Después, durante la II Guerra Mundial, de 1939 a 1945, el azúcar comenzó a escasear en Estados Unidos de modo que los dulces y los caramelos fueron desapareciendo y se fueron sustituyendo por el maíz que era de producción local, muy abundante y muy barato. Según diversas fuentes, al término de la guerra el 85% de las ganancias de los cines no provenía de la venta de entradas sino del consumo de palomitas.