En un Hollywood enamorado de Meg Ryan, Sandra Bullock y Winona Ryder, Angelina Jolie irrumpió como una criatura exótica: no había nadie como ella. Contaba que le gustaba usar cuchillos durante el sexo aunque nunca especificó para qué, porque dejar cosas a la imaginación era clave para su misterio y su atractivo. Cuando un periodista le aseguró que era la actriz con la que más mujeres heterosexuales querrían acostarse, Jolie respondió que ella estaría encantada de hacerlo, lo cual el público entendió como una declaración de su bisexualidad (lo cierto es que no se le conocen relaciones con mujeres). Cuando se casó con Billy Bob Thorton, su segundo matrimonio a los 25 años, ambos llevaban colgantes con viales de la sangre del otro en vez de alianzas.
Angelina Jolie era la hija de un icono (Jon Voight, que la bautizó Jolie por si algún día quería ser artista sin depender del famoso apellido de su padre), era la actriz más salvaje de Hollywood, era una ganadora del Oscar con 24 años y era Lara Croft. Nunca una "chica de moda" ha estado tan de moda y aquella parecía la cima de popularidad de su carrera, pero su fama no había hecho más que empezar.
Su matrimonio con Brad Pitt, nacido de una tumultuosa infidelidad pública, creó un ente (Brangelina) infinitamente más famoso que la suma de sus dos integrantes. Tanto que ni ellos, ni la prensa, ni el público pudieron controlarlos. Brangelina era el defcon 3 de la celebridad y evocaban un romance estelar como no se recordaba desde Liz Taylor y Richard Burton: belleza, lujo, sexo, opulencia, felicidad y unos admiradores que consumían sus imágenes, sus entrevistas y sus películas juntos como si se tratase de una franquicia. Brangelina era la marca y cada aparición pública saciaba al pueblo dejándole siempre con ganas de más porque, en realidad, Brad y Angelina nunca daban nada de sí mismos. Solo exponían su existencia, como piezas en un museo. Y a diferencia de Liz y Richard, el alcohol no les estaba consumiendo. Hasta que sí lo hizo.
El altercado entre Pitt y Maddox (hijo mayor de la pareja, adoptado por Jolie en 2000 y por Pitt cinco años después) durante un vuelo en un avión privado, aunque nunca aclarado, debió de ser dramático como para que ella cogiera a sus seis hijos e interpusiese una demanda de divorcio. El FBI visitó la mansión de la familia. Pitt confesó, con un espíritu deprimido, que llevaba años luchando contra adicciones al alcohol y a la marihuana. Las miserias de los Jolie-Pitt fueron consumidas por el público no con empatía humana (ni mucho menos con respeto por su privacidad y su dolor), sino como un capítulo más en la telenovela más seguida del Hollywood del siglo XXI: los mejores melodramas ya no se veían en televisión, sino en las webs de cotilleos.
Angelina Jolie es, a ojos de esas webs sensacionalistas y por extensión de millones de lectores alrededor del mundo, una mujer llena de contradicciones. Su transición en cuestión de meses de bomba sexual lasciva y rebelde a señora recatada y embajadora de Naciones Unidas descolocó tanto al público que asumieron que una de las dos tenía que ser mentira. Pide privacidad pero maneja su imagen según le conviene, posando con Pitt en estampas domésticas y familiares en 2005 cuando él ni siquiera estaba divorciado aún de Jennifer Aniston o construyendo un fuerte en Namibia para dar a luz a Shiloh protegida de los paparazzi para después vender las fotos del bebé en exclusiva por siete millones de euros. El matrimonio donó ese dinero a la beneficencia, pero muchos consideraron que aunque el fin fuese encomiable las formas eran cuestionables.
Como madre soltera, hoy Jolie sigue sin librarse del escrutinio social que la ha perseguido y solo se ha ido haciendo más grande desde aquel 1999 en el que tomó a Hollywood como su rehén. Ahora ella es la rehén de su propia fama, que ha cobrado vida propia porque la actriz solo ha protagonizado tres películas durante esta década y ha dirigido cuatro que han pasado desapercibidas y sin embargo es aún más famosa que hace diez años. Lo fascinante de su estatus es que, aunque la gente parece sentir una necesidad por opinar sobre cualquier cosa que hace, concluir un juicio sobre Angelina Jolie resulta más complejo de lo que muchos pretenden.
La mayoría de sus más de 60 viajes solidarios en nombre de Naciones unidas, en los que ha visitado pueblos arrasados por la violencia y la pobreza, los ha hecho acompañada por sus hijos. Por un lado, ella asegura que quiere que crezcan conscientes de la injusticia del mundo en el que viven (a diferencia de ella, que vivió protegida en una burbuja de privilegio hasta los 25 años), pero por otro sabe que las fotografías de ella con cualquiera de sus hijos atraerán la atención de todos los medios del mundo. Por un lado, esto puede considerarse exhibicionismo por su parte; por otro, la visibilidad que esas fotografías aportan a la situación en el tercer mundo es en última instancia positiva.
Un conflicto similar se dio cuando Jolie contó que se había sometido a una doble mastectomía para extirparse los pechos y reemplazarlos con implantes tras descubrir, gracias a un test que cuesta unos 3000 euros, que sus probabilidades de sufrir cáncer de mama eran del 80%. Después se extirpó los ovarios y entró en la menopausia a los 40. Esta confesión, a través de sendos editoriales escritos por ella misma en el New York Times, generó una conversación social en torno a la importancia de que las mujeres controlen y chequeen con mamografías periódicamente. Por otro lado, se acusó a Jolie de airear la misma vida privada que tanto se empeña en proteger y de ostentar un privilegio mediante un acceso a la medicina privada que la mayoría de mujeres no tienen.
Lo cierto es que la intimidad sobre su salud y la intimidad en torno a sus hijos y a su divorcio (solicitado, según sus abogados, "para proteger la salud de su familia") son intimidades distintas. Como solía decir Lolita Flores cuando la abordaban los paparazzi en la estación del AVE, "solo porque un día os abra las puertas de mi casa y conceda una exclusiva no quiere decir que esas puertas se queden abiertas siempre".
Angelina Jolie puede abrir y cerrar la puerta de su vida para que nos asomemos solo cuando ella quiere. Y vaya si lo está haciendo. Ella misma acaba de publicar un artículo en Elle en el que asegura que "en la antigüedad, las mujeres podían ser acusadas de brujería por tener una vida sexual independiente, por decir lo que piensan sobre la política o la religión o por vestir de forma diferente; de haber vivido entonces, yo podría haber sido quemada en una pira solo por ser yo misma".
En cierto modo, eso es exactamente lo que ha ocurrido. A Angelina Jolie se la condena haga lo que haga, se la ridiculiza por tener demasiados hijos, se la cuestiona por adoptar tres de ellos como quien va al supermercado, se la acusa de destrozahogares e incluso de ser "demasiado solidaria". Y cuando la sociedad se encuentra a sí misma criticando a una mujer por ayudar demasiado a los desfavorecidos (incluso aunque sea en las formas y no en el fondo, Jolie ha hecho más por el tercer mundo que la inmensa mayoría de seres humanos y realmente no tendría por qué haberlo hecho) es que la obsesión por cuestionar a esa mujer está oficialmente fuera de control.
Angelina Jolie, la estrella, ha acabado anulando a Angelina Jolie la mujer, la actriz, la directora, la madre y la filántropa. Como en su día ocurrió con Brangelina, Angelina es una figura mediática infinitamente más famosa que la suma de sus facetas individuales. Y ha generado tanto contenido, tantas noticias, tantas fotos y tantas opiniones en la sección de comentarios y en las redes sociales que cuesta imaginar qué demonios le queda por hacer a Jolie. Sea lo que sea, lo único que está claro es que nadie va a querer perdérselo.