Todos los días mueren personalidades célebres. Todos los días hay un homenaje. Lo que hace especial la muerte Rutger Hauer (75) es que le recordaremos para siempre por una escena en la que también moría. Tal vez ningún personaje ha sabido morirse tan bien como él en la historia del cine. “Es hora de morir”, con la lluvia golpeándole en la cara y esa sonrisa de haber contemplado durante un breve segundo todo el conocimiento al que puede aspirar un ser humano.
La escena de su muerte hizo que los espectadores se miraran unos a otros en la sala de cine en 1982. Le sigue pasando a cualquier que vea hoy la película. Pocas veces una escena final ha sembrado tantas incógnitas. Y aunque a simple vista el mecanismo no era complicado, había que dar con él: haz que el villano salve al héroe. Si, además, consigues que llore y sonría y si, además, llueve, has creado una de las contradicciones más bellas de la historia del cine.
Decir que Blade Runner (basada en el relato "¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?", de Philip K. Dick), no es solo la escena final es una obviedad para los miles de fans acérrimos de la cinta. Hay innumerables momentos de la película de una belleza extraordinaria: el sueño de Deckard (Harrison Ford); el interrogatorio a Rachael (Sean Young); la muerte de Zhora (Joana Cassidy), atravesando a cámara lenta un sinfín de escaparates de cristal. Pero hay un diálogo de Rutger Hauer que, por carecer de la épica que da siempre el clímax final de una narración, no ha quedado grabado a fuego en la memoria colectiva como las naves en llamas más allá de Orión o los Rayos C atravesando la puerta de Tannhäuser. Y, sin embargo, encierra un mensaje de una profundidad de pensamiento abismal para lo que aparentemente solo iba a ser una película futurista de acción.
Es cerca del final, cuando Roy Batty, el replicante líder del grupo rebelde, decide visitar a su creador. En la última planta de la 'Tyrell Corporation' espera él. Muchos espectadores podrían esperar una escena de simple venganza. El malo, criminal y asesino, descargando su ira contra su creador. Y, sin embargo, lo que nos propone la película es un diálogo complejo, desesperado, en el que ambos, el ingeniero y su creación, discuten sobre las opciones técnicas que tienen para revertir la fecha de caducidad con la que nace cada replicante. Por fin entendemos que Batty tiene motivaciones mucho más complejas que un simple instinto animal de villano. Más complejas y a la vez rotundamente humanas. Lo que le preocupa es la muerte. Y lo que encuentra, la fatalidad de su propia existencia. La fecha de caducidad, una vez inoculada en el individuo, no se puede revertir. El ingeniero le explica al replicante que ninguna opción es posible. “La luz que brilla con el doble de intensidad dura la mitad de tiempo. Y tú has brillado con mucha intensidad”, concluye el creador. El asesinato que se produce inmediatamente, precedido por un beso filial de despedida, responde a la frustración momentánea de Batty que ya sabe que su muerte es inevitable.
Esa escena de la película supone el momento en que más lejos estamos del personaje, del villano. Nos prepara para lo que tiene que venir: el héroe aniquilando al malo en una batalla épica. El bien sobre el mal, una vez más. Lo que pasa después, sin embargo, es la magia de Blade Runner. La contradicción. Las miradas raras a la persona sentada en la butaca de al lado. De ese miedo a la muerte saca Batty una fuerza que no conocía. Una fuerza que le lleva a salvar a Deckard, que tiene la misión de matarle, cuando ya lo tiene vencido. Una fuerza que le permite sonreír bajo la lluvia en el último instante. La placidez en la muerte de Batty es un homenaje a la experiencia y al conocimiento. No en vano, la escena del diálogo entre Tyrell y Batty que hemos descrito arranca con un primer plano de un búho, símbolo de Atenea, diosa griega de la sabiduría y de la ciencia. Ni más ni menos que el conocimiento que en el último momento el replicante transmite a Deckard con su discurso final, por todos conocido. La verdad es que casi todos tenemos miedo a la muerte. Y, seguramente muchos, firmaríamos morir con esa sonrisa en la cara.
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