Hace ya mucho tiempo que Carmen Maura (Madrid, 1945) dejó de ser una actriz, incluso una muy buena actriz, para convertirse en una gran dama del cine. Quiere esto decir que no sólo es una intérprete sobresaliente, de lo mejor que ha dado nuestro país, sino que los años y su propio impulso vital la han instalado en el selecto club de las actrices de oro del cine europeo.
Musa de Almodóvar, primero, y de Álex de la Iglesia después, comenzó en la profesión en un momento difícil, cuando España soportaba aún el peso de una dictadura y los estudiantes, los intelectuales y los artistas arriesgaban su integridad física en su empeño por romper esas cadenas y conquistar la libertad, que era –y es– muchísimo más que una hermosa palabra.
María del Carmen García y Maura se crio en una familia bien (hija de un reputado oftalmólogo y de una madre aristócrata) y lo tuvo todo a su alcance para llevar una plácida vida anónima, desahogada y de emociones estrictamente burguesas. Pero se salió de aquel seguro raíl y apostó por la adrenalina de la interpretación, por la cuerda floja del mundo artístico, no sin pagar un caro peaje: tras un infierno en los juzgados, su exmarido, un abogado ligado a la nobleza con el que sólo estuvo casada cuatro años, obtuvo la custodia de los dos hijos nacidos de esa unión, y le obstaculizó cuanto pudo el menor contacto con ellos.
No ha sido ese el único drama de su agitado caminar: en 1975 fue violada en su propia casa por un soldado que la amenazó con una pistola (declaró que más doloroso que la violación fue el posterior juicio, en el que debido a su oficio la trataron como si la culpable fuera ella), y años más tarde, cuando ya era una actriz de éxito, el hombre con el que convivió durante más de una década, y al que le otorgó plenos poderes sobre todos sus bienes, la dejó sumida en la más absoluta ruina, con unas deudas millonarias que arrastró durante 20 eternos años.
Lejos de dejarse vencer, aquella muchacha de apariencia dulce sacó el guerrero que llevaba dentro y continuó remando, y la vida, que jamás regala nada pero suele premiar a quienes se esfuerzan por ser mejores, la ha recompensado con la diadema del prestigio y la gloria.
En su más de medio siglo de carrera ha obtenido los más relevantes galardones, entre los que destacan cuatro premios Goya (es, junto a la fallecida Verónica Forqué, la actriz más laureada por la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España), un premio César, dos premios del Cine Europeo, un premio del Festival Internacional de Cine de Cannes y una Concha de Plata del Festival Internacional de Cine de San Sebastián, que le concedió años después el Premio Donostia. Este 1 de mayo su palmarés se verá ampliado con el Premio Platino de Honor del Cine Iberoamericano, que recibirá en una gala en Madrid. El que sigue es un repaso a su dilatada y muy fructífera vida profesional.
Después de someterse a una prueba en el Ateneo de Madrid en la que buscaban candidatos para formar un grupo teatral, se lanzó al mundo de la interpretación como quien se arroja a una piscina sin comprobar antes si está llena. Trabajó en compañías independientes, es decir, paupérrimas, en las que la fuerza de la vocación hacía relativizar las estrecheces, y en 1969 intervino en su primer trabajo audiovisual, el cortometraje ‘El espíritu’, de Juan Tamariz.
Tal vez la vida no sea “noble, ni buena, ni sagrada”, según sentencia inmortal de Lorca, pero para la Carmen Maura de poco más de 20 años, aquella precariedad de la vida del actor amateur, esa existencia a la intemperie, tenía mucho más valor y atractivo que la vida segura y confortable para la que había nacido y de la que soñaba con desasirse.
Lo mejor de esa época. La emoción, superior a cualquier adversidad, de aspirar a cumplir un sueño. Lo peor. El rechazo marital y familiar a la puesta en práctica de su vocación, en un momento de nuestra historia reciente en el que ser actriz equivalía, en palabras de la propia Maura, a ser "puta".
Tras separarse de su marido, consiguió la independencia anhelada y se dedicó por entero a su profesión. Trabajó cuanto le fue posible, sin decir no a nada, en teatro, televisión y cine. En este último medio, a las órdenes de algunos directores de talento, como Jaime de Armiñán (‘Un casto varón español’), José Luis García Sánchez (‘El love feroz o cuando los hijos juegan al amor’) y Pilar Miró (‘La petición’).
En el último tramo de esa década, en un momento en el que en España la razón se impuso a la barbarie y se abrió una nueva era marcada por la democracia, su carrera despegó como un avión de combate con dos películas de uno de los directores de la llamada “comedia madrileña”, Fernando Colomo, quien la eligió para protagonizar ‘Tigres de papel’ (1977) y un año después ‘¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este?’. En la segunda, que contó con una banda sonora en la que brilló el grupo de rock Burning, aparece fugazmente un entonces desconocido Pedro Almodóvar con melena y bigotazo.
En 1979, tras intervenir en varios de los cortos de su amigo Almodóvar, comenzó a trabajar en el que es, oficialmente, su primer largometraje, 'Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón', y la película más transgresora del cineasta manchego junto con la siguiente, ‘Laberinto de pasiones’. Con aquellos dos títulos, Almodóvar supo mostrar, esperpentizado, el Madrid de aquellos incipientes ochenta en los que se cocinó, con el fuego al máximo, la Movida, en la que Maura se sumergió y que no fue otra cosa que una explosión de libertad, una primavera superlativa que sucedió al largo invierno de la dictadura.
Lo mejor de esa época. había logrado emanciparse –era, por fin, libre– y sus aspiraciones profesionales empezaban a cobrar forma. Lo peor. Su decisión de ser actriz le obligó a pagar un alto precio en lo personal, la separación de sus hijos, que marcó un período crucial de su vida. Años después recuperó la relación con ellos.
Fue la década en la que conquistó el estrellato. Su labor de presentadora del programa de televisión ‘Esta noche’, dirigido por el periodista Fernando García Tola, le reportó una popularidad desmedida, pues entonces solo había dos canales y quienes salían en la tele parecían poseer atributos divinos. Tola acuñó una certera frase para ella que caló en la gente y que la acompañó muchos años: "Nena, tú vales mucho". Basta con ver vídeos de aquella época para comprobar el enorme atractivo que despedía aquella actriz treintañera. Tenía ángel, seducía sin apenas proponérselo, la cámara, en fin, la amaba.
Además de otras películas, enlazó varios títulos de Almodóvar: ‘Entre tinieblas’, la memorable ‘¿Qué he hecho yo para merecer esto?’, en la que demostró por vez primera la enorme actriz que es, ‘Matador’, ‘La ley del deseo’ y la multipremiada ‘Mujeres al borde de un ataque de nervios’, que supuso la internacionalización del cineasta y también la suya, pero tras la cual, debido a un conflicto nunca del todo aclarado, se inició una separación personal y profesional entre ellos que duró 18 años.
Almodóvar explicó por escrito esa ruptura de un modo bastante gráfico: “Mi relación con Carmen Maura saltó por los aires hecha pedazos”. El reencuentro, que tuvo un comprensible interés mediático, se produjo en ‘Volver’, cuyo título, más allá del sentido de la historia, podía entenderse también como un guiño del director a su antigua musa, sustituida por entonces, y hasta la fecha, por Penélope Cruz, que tenía el mismo encanto natural que la Carmen Maura joven.
En los ochenta trabajó además a las órdenes de otros grandes cineastas en películas de éxito, como ‘Tata mía’, de José Luis Borau, y ‘Sé infiel y no mires con quién’, de Fernando Trueba. Había llegado.
Lo mejor de esa época. Tras 20 años de carrera cinematográfica, se convirtió en una actriz de éxito. Lo peor. Su ruptura con Almodóvar, que empañó de algún modo los logros conjuntos.
Quienes pensaron que su divorcio con Almodóvar le iba a pasar factura, se equivocaron de lleno. A ‘Mujeres al borde de un ataque de nervios’, que nunca habría sido lo que fue sin su presencia, le siguió otro peliculón, ‘¡Ay, Carmela!’, de Carlos Saura, en la que Maura hizo una de las mejores interpretaciones de su carrera y en la que compartió protagonismo con Andrés Pajares, inmenso también en su papel de cómico pusilánime.
Aquella película le ‘regaló’ a la actriz la Medalla del Círculo de Actores Cinematográficos, el Premio Félix a la mejor actriz europea y su segundo Goya, tras el de ‘Mujeres…’. Durante toda esa década continuó haciendo televisión y teatro y empezó a trabajar, mucho y bien, en el cine francés, hasta el punto de fijar residencia en ese país, donde a día de hoy tiene categoría de estrella.
Lo mejor de esa época. No sólo demostró que había vida después de Almodóvar, sino que siguió creciendo como actriz. Lo peor. Todo lo que le reportó esa década fue bueno, al menos en lo profesional.
Sus hitos en los primeros años 2000 fueron su soberbia interpretación en ‘La comunidad’, de Álex de la Iglesia, y su productivo reencuentro con Almodóvar en ‘Volver’, dos películas que le valieron excelentes críticas y potentes premios, entre ellos su tercer y cuarto Goya.
Quizá lo más reseñable sea que entre De la Iglesia y ella se generó una corriente de complicidad de la misma intensidad que la que en su día tuvo con Almodóvar –son dos cineastas en las antípodas pero ambos trabajan, aunque desde distintos lugares, el absurdo–, por lo que volvió a trabajar con él en ‘800 balas’ y en ‘Las brujas de Zugarramurdi’. Cuando le preguntaron a cuál de los dos directores prefería, no esquivó la pregunta y se decantó por De la Iglesia.
A lo largo de los años 2000 compartió películas con estrellas extranjeras, como el francés Gérard Depardieu (‘Silencio pactado’, de Graham Guit) y la israelí-estadounidense Natalie Portman (‘Free zone’, de Amos Gitai). También trabajó a las órdenes de un mito viviente, Francis Ford Coppola, el director de la saga de ‘El padrino’, en ‘Tetro’, película de la que sin embargo no guarda muy buen recuerdo porque en el día a día del rodaje se establecieron distintas categorías.
En estos últimos años, Carmen Maura ha seguido haciendo teatro y trabajando en la televisión y el cine, es decir, como lleva haciendo desde que empezó, con lo puesto, hace ya más de medio siglo, y en sus declaraciones a los medios la palabra jubilación nunca asoma. Seguro que la Maura veinteañera no podía imaginar, cuando sacrificó la nobleza familiar, que llegaría a formar parte de la aristocracia del cine español y europeo. Un triunfo que no habría podido darse de no haber sido, ante todo, una mujer valiente que siempre prefirió lo imposible a lo seguro.