Tensión sexual y censura en Hollywood tras la mítica escena de los caracoles y las ostras de 'Espartaco'
La secuencia fue eliminada por la carga erótica y su homosexualidad latente. Se rescató treinta años después en los almacenes de Universal
Craso: ¿Come ostras?
Antoninus: Cuando las tenga, maestro.
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Craso: ¿Come caracoles?
Antoninus: No, maestro.
Craso: ¿Consideras que comer ostras es moral y que comer caracoles es inmoral?
Antoninus: No, maestro.
Craso: Por supuesto que no. Todo es cuestión de gustos, ¿no?
Antoninus: Sí, maestro.
Craso: Y el gusto no es lo mismo que el apetito y, por tanto, no es una cuestión de moral.
Antonino: Se podría argumentar que sí, maestro.
Craso: Mi túnica, Antonino. Mi gusto incluye tanto caracoles como ostras.
Nunca la bisexualidad mereció tanta sutileza ni una escena se cargó con tanta sensualidad como la de los caracoles y las ostras de la película 'Espartaco', que dirigió Stanley Kubrick en 1960. Eran tiempos de inusitada censura en Hollywood y los productores tenían que llevar al límite su ingenio para escapar de los filtros impuestos por el Código Hays, que era el sistema de regulación que quiso velar por la buena imagen de la industria del cine desde 1934 hasta 1967.
El sexo era su principal punto de mira y, salvo excepciones, consiguieron que los besos en pantalla se volvieran insípidos y se eliminó cualquier amago de lascivia o sexo explícito. En la escena de los caracoles y las ostras, Kubrick y Kirk Douglas -que, además de protagonizar 'Espartaco', fue su productor-, jugaron de forma magistral con el erotismo, la sensualidad, la lujuria y las contradicciones que pueden existir en cada uno de nosotros. Craso, interpretado por Laurence Olivier, y su sirviente Antoninus, al que da vida Tony Curtis, eran puro fuego que ardía en sus cuerpos semidesnudos.
La escena transcurre en un baño romano y se rueda a cierta distancia, con una cortina transparente entre la cámara y los actores. Craso invita a su esclavo a entrar en la pileta con él y frotarle la espalda. Son apenas dos minutos, pero hipnóticos, asombrosos, imborrables. Está considerado uno de los momentos cumbre de la historia del cine, a pesar de que a los censores del Código Hays, acostumbrados a un trabajo minucioso, no se les escapó la connotación homosexual, inconcebible según la moral de la época. Este hervidero de pasiones entre Olivier y Curtis era para ellos un escenario más de infamia y depravación.
Según trascendió con el tiempo, la censura ofreció a Douglas la posibilidad de que mantener la escena si las ostras y los caracoles, que tenían una clara alusión a los genitales femeninos y masculinos, se cambiaban por alcachofas y trufas. El actor lo rechazó de inmediato considerando la propuesta un auténtico desatino. Los caracoles y las ostras conservaron intacta esa expresión metafórica del sexo y, como consecuencia, la escena no se incluyó en el montaje original. Más de 30 años después, en 1991, alguien dio con el metraje de aquella escena en los almacenes de Universal y no dudaron en añadirla al original de la película. Hubo que reconstruir el sonido, que había quedado en muy mal estado. Curtis se dobló a sí mismo y Anthony Hopkins, estupendo imitador de Olivier, ya fallecido, se encargó de poner voz a Craso por deseo expreso de su viuda, Joan Ploywright.
Incluso sin la escena de los caracoles y las ostras, 'Espartaco' es uno de esos títulos imprescindibles. Ha sido una de las películas más halagadas y premiadas debido a su grandilocuencia, sus impresionantes planos, ritmo narrativo y la propia historia épica (a pesar de sus evidentes incorrecciones). La ejecución de Douglas fue impecable y consagró a Kubrick como cineasta insigne. Contó con más de 10.000 extras, 2.500 empleados, 250.000 horas de trabajo para la representación del Imperio romano y un presupuesto de 12 millones de dólares de la época.
No fue fácil manejarse con el tamiz del Código Hays. Poco antes de morir, Douglas confesó que durante un tiempo sintió auténtico pavor por las listas negras y aquella caza de brujas tan común en el Hollywood más hipócritamente puritano. Reconocía que vencer tanto despropósito se convertía en todo un logro. Tampoco lo tuvieron fácil Ernst Lubitsch y Alfred Hitchcock, que tantas veces desafiaron el Código Hays con su avispado ingenio. Gracias a ello tenemos momentos tan soberbios como el interminable beso de Cary Grant e Ingrid Bergman en 'Encadenados', una de las obras maestras de Hitchcock. En 1948, este ya planteaba la homosexualidad masculina sin mucho tapujo en 'Rope'.
La homosexualidad velada fue costumbre en Hollywood
Se hacía lo imposible para desfigurar o encubrir la de sus actores, pero también la de los guiones. En el cine mudo y en las comedias americanas de los años cincuenta, se recurría a los estereotipos de género y se presentaba al homosexual como la figura del mariquita, siempre motivo de burla. Con las mujeres el recurso más habitual fue la ambigüedad. Aparecían vestidas con pantalón y modales que confundían a otras mujeres levantando pasiones en ellas. Marlene Dietrich y Greta Garbo fueron, en este sentido, auténticas seductoras.
Fuera de la pantalla, Olivier se vio perseguido por el fantasma de lo que sus coetáneos consideraban indecisión sexual, que no era más que una supuesta bisexualidad. Incluso después de su muerte, el mundo del cine siguió elucubrando acerca de la sexualidad del actor. Alguno de sus biógrafos ha insinuado que tuvo experiencias homosexuales, aportando nombres como el de los actores Danny Kaye o Heny Ainley. Su propia viuda declaró que le perseguían sus demonios, pero desmintió su homosexualidad. Es innegable que cualquier runrún creado a partir de 'Espartaco' se volvía aún más fascinante en un contexto de esa masculinidad hegemónica y de complicidad atávica entre varones que encarnaba el propio Douglas.