John Wayne contra sí mismo: de mito masculino a tener que rodar por las mañanas por culpa del alcohol
Sigue siendo el único actor en aparecer 25 veces en la lista de las estrellas más taquilleras
Su vida personal chocó con su imagen pública al representar una masculinidad caracterizada por la represión de su debilidad
Sus rodajes eran por la mañana porque era sabido que a partir de la hora de comer se volvía "un borracho cruel"
Hay estrellas que trascienden la pantalla de cine y representan un momento en la historia, un movimiento cultural o un canon de belleza. Pero solo una personificó a todo un país. A menudo se dice que John Wayne es la quintaesencia de Estados Unidos, pero en realidad la influencia funcionó al revés: los americanos definieron su carácter como nación en base a John Wayne. Sin embargo, aquella nobleza despreocupada que el actor desprendía no siempre le salía de forma natural y se pasó toda su vida tratando de estar a la altura de su propio mito, consciente de la responsabilidad que tenía.
De adolescente todo el mundo le llamaba Duke por el perro que le acompañaba a todas partes, un apodo que él abrazó encantado para evitar las burlas de sus compañeros de clase a costa de su femenino nombre de pila (Marion). Cuando trabajaba como utillero en rodajes de Hollywood, el director Raoul Walsh le vio llevando un sillón sobre el hombro y le pareció una imagen tan cautivadora que le ofreció un papel en 'La gran jornada' (1930): "Se iba riendo con una expresión tan cálida y tan saludable que me quedé ahí parado mirando su físico hermoso, su fuerza indiferente" recordaría Walsh, quien además decidió su nombre artístico sin siquiera consultárselo.
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"Aquello no era un actor", admiraba la actriz Louise Brooks, "era un héroe mitológico devuelto a la vida milagrosamente. Era lo que Henry James definió como la mayor de todas las obras de arte. Un ser puramente hermoso". La grandilocuencia con la que cualquiera que se cruzaba con John Wayne lo describía estaba influida por su 1,93 de estatura, pero también por una presencia cinematográfica que él fue perfeccionando durante la década de los 30 hasta convertirse en la estrella favorita de la nación con 'La diligencia' (1939). Y luego estaban sus andares. Solitarios, ladeados y cansados pero con un ritmo elegante adquirido tras muchos años a lomos de un caballo. Wayne entraba en el plano, se movía y salía de él como si en todo momento estuviese apreciando la tierra que pisaba, sin darla por supuesto. En esa cadencia Estados Unidos encontró su historia: el país lo fundaron los tipos que amaban la tierra, no los que se la robaron a los indios. Así fue como Wayne quedó vinculado a la mitología del hombre americano. En realidad, él ensayó estos andares durante años inspirándose en el pistolero Wyatt Earp, John Ford y su formación universitaria como bailarín. Y conforme se fue haciendo mayor, Wayne empezó a caminar como si llevase los valores de su país sobre los hombros.
En un Hollywood en el que todo era de cartón piedra, John Wayne era un hombre corriente de verdad (o, en cualquier caso, la idea que los hombres corrientes querían tener de sí mismos) que había crecido en un rancho aprendiendo a disparar a serpientes, a montar a caballo y a caerse de él. El actor rodaba sus propias escenas de acción, porque tampoco era fácil encontrar un especialista con su envergadura física, y llevaba el mismo revólver en todas sus películas. Al fin y al cabo, la gente iba a verle a él más que a su personaje y mediante estos detalles transmitía una imagen de constancia, seguridad y estabilidad. A día de hoy, Wayne sigue ostentando el récord de ser el único actor en aparecer 25 veces en la lista de las estrellas más taquilleras.
Según el historiador Andrew Sarris, la imagen de Wayne era la de un hombre solitario, "autoexiliado de la propia la civilización que él mismo estaba ayudando a establecer y preservar". Estos valores e ideales le llevaron a rechazar varias películas por considerarlas "antiamericanas" y, durante una fiesta en 1957, le recriminó a Kirk Douglas que interpretase a Van Gogh en 'El loco el pelo rojo': "Quedan muy pocos como nosotros, tenemos que interpretar personajes fuertes y duros, no maricas debiluchos". Su estatus como institución cultural era tal que cuando el emperador japonés Hirohito visitó su país en 1975 solicitó conocer a John Wayne como representante de su antiguo país enemigo. Cuando el líder de la Unión Soviética Nikita Khrushchev viajó Estados Unidos, también quiso conocer a Wayne (y visitar Disneylandia). El actor incluso fue un objetivo de Stalin, quien intentó matarlo enviando dos espías soviéticos disfrazados de agentes del FBI a su despacho de Warner Bros. Un grupo comunista estadounidense también atentó contra Wayne durante el rodaje de Hondo en 1952 y un francotirador volvió a amenazar su vida durante su visita a las tropas americanas en Vietnam. Sabían que eliminar al símbolo heriría de muerte a Estados Unidos.
Para vivir con la represión de su debilidad, el alcohol
"El tipo que veis en la pantalla no soy yo, en realidad", avisaba Wayne, "yo soy Duke Morrison y jamás fui ni seré una personalidad del cine como John Wayne. Lo conozco bien. Soy uno de sus alumnos más aventajados. Me gano la vida gracias a él. Simplemente encontré el personaje que todo hombre querría ser o querría tener como hermano o hijo. Y es el mismo hombre que toda mujer querría como esposo". Su vida personal chocó con su imagen pública, porque al fin y al cabo lo que también caracterizaba a la masculinidad que representaba es la represión de su debilidad. Wayne se crió con una madre que siempre le hizo sentir un fracaso y pasó su vida adulta bebiendo (sus rodajes eran por la mañana porque era sabido que a partir de la hora de comer se volvía "un borracho cruel"), fumando seis paquetes de Camel sin filtro al día y siendo incapaz de construir una vida familiar estable. En aquella época, que un tipo bebiese implacablemente le aportaba dignidad y John Ford solía asegurar que era una de las cosas que más admiraba de Wayne.
El tipo que veis en la pantalla no soy yo, en realidad. Simplemente encontré el personaje que todo hombre querría ser o querría tener como hermano o hijo. Y es el mismo hombre que toda mujer querría como esposo
La familia acomodada de su primera mujer, la panameña Josephine Sáez, lo despreciaba por ser "solo un actor" y él trabajó en 73 películas durante los 12 años que estuvieron casados para alcanzar un estatus social del que su familia política estuviera orgullosa y con el que darle una buena vida a los cuatro hijos que tuvo con Sáez. Pero el vicio corrompía sus valores y durante este matrimonio, Wayne tuvo aventuras con numerosas mujeres e incluso una relación de tres años con Marlene Dietrich. En los rodajes, la actriz solía llevar un reloj enganchado en su ropa interior y cuando Wayne le preguntaba la hora ella se levantaba el vestido y decía "es muy pronto, querido, tenemos tiempo de sobra". Josephine entró en cólera al enterarse y le pidió a un cura que asesorase a su marido, lo cual llevó a Wayne a pedir el divorcio y a explicar a cualquiera que quisiera escucharle que había tenido cuatro hijos con ella porque se habían acostado cuatro veces en diez años.
Más intenso fue su matrimonio con Esperanza Baur, "la chata", una prostituta mexicana que bebía tanto como él y una noche le apuntó con una pistola convencida de que le estaba siendo infiel con todas sus compañeras de reparto. Wayne se casó por tercera vez, de nuevo con hispana (Pilar Pallete), pero mantuvo una relación antes, durante y después de este matrimonio con su coprotagonista en 'El hombre tranquilo', Maureen O'Hara. Wayne invitaba a muy pocas personas a su yate. O'Hara era una de ellas. "A veces me preguntaba por qué les gustaba tanto al viejo [John Ford] y a Duke, y entonces entendí que yo era el único hombre femenino en sus vidas".
De mito nacional a racista y colaborador en la caza de brujas
La sociedad norteamericana siguió progresando y los valores tan inquebrantables de John Wayne acabaron, inevitablemente, quedándose obsoletos. Durante los 60 y los 70 se convirtió en un símbolo de una América que desaparecía para bien y para mal: rodó 'Boinas verdes' para glorificar la guerra de Vietnam, militó en la Asociación nacional del rifle y apoyó las listas negras de comunistas en Hollywood. Su incapacidad para servir en el ejército durante la Segunda Guerra Mundial le acomplejó tanto que, según su última pareja (su exsecretaria Pat Stacy), "Duke dedicó el resto de su vida a ser un superpatriota para expiar su culpabilidad por haberse quedado en casa durante la guerra". Wayne sentía que a través de sus películas podía dar ejemplo y proteger la forma de vida americana en la que tanto creía como no pudo hacer en el frente.
Una de sus posturas más controvertidas, que generó titulares incluso el año pasado, fue sobre los derechos civiles. En 1971 concedió una entrevista a Playboy en la que comprendía el resentimiento que sentían los negros pero consideraba que "no podemos arrodillarnos de repente y darles el liderazgo, creo en la supremacía blanca hasta que los negros sean educados para ser responsables". No creo en darle autoridad y posiciones de liderazgo o juicio a personas irresponsables. Tampoco creo que hiciésemos nada mal al arrebatarle este gran país a los indios. Eso que llaman 'robar' fue una cuestión de supervivencia. Había mucha gente que necesitaba tierras y los indios eran egoístas al intentar quedárselas para ellos solos”.
Fue enterrado en una lápida sin nombre en la que solo se leían tres palabras en castellano: Feo, fuerte y formal
En 1964 le encontraron un tumor y, aunque todo el mundo le aconsejó que no lo contase en público porque podría perjudicar su carrera, Wayne prefirió dar ejemplo y advertir a la sociedad de las consecuencias de llevar una vida poco saludable. "Me senté ahí, tratando de ser John Wayne" confesaría el actor después sobre su aparición pública, en la que anunció que había derrotado a “ese hijo de puta” del cáncer y que volvería al cine con el western 'Las cuatro hijas de Katie Elder': “No me he hecho famoso haciendo comedias de enredo”, bromeó. Muchos estaban convencidos de que el cáncer se debía a la radiación a la que el equipo de 'El conquistador de Mongolia' estuvo expuesto en 1956, porque el rodaje tuvo lugar cerca de un campo de pruebas nucleares en Utah. De los 220 trabajadores de la película, 91 tuvieron cáncer. En 1979, a los 72 años, Wayne falleció por esta enfermedad y fue enterrado en una lápida sin nombre en la que solo se leían tres palabras en castellano: Feo, fuerte y formal.
Sus epitafios describieron cómo, simbólicamente, con John Wayne moría un ideal de América que realmente nunca existió pero al que la sociedad siempre aspiró. Se desempolvó su intelectualismo secreto: su pasión por el ajedrez, su rol como presidente del club de latín en el instituto y su afición a recitar pasajes de Shakespeare, Milton o Dickens. En su biblioteca tenía primeras ediciones de Lolita de Nabokov o El señor de los anillos de Tolkien, además de las obras completas de Winston Churchill. Tras su muerte el mundo ha ido conociendo a Duke, el hombre detrás del mito, de nuevo para bien y para mal. "Cuando la leyenda se convierte en hechos" aseguraba un periodista en 'El hombre que mató a Liberty Valance', "imprimimos la leyenda". En pleno rodaje de 'El último pistolero', el director Don Siegel cambió el final de la película y el que acabaría siendo el último plano de la filmografía de Wayne. Siegel modificó el guión para que su personaje muriese de un tiro en la espalda. ¿El razonamiento? De frente nadie podría acabar con John Wayne.