Como si de un monólogo teatral se tratase, a sus 84 años, José Sacristán, Goya de Honor 2022, protagonizó el momento más emotivo y aplaudido de la noche. Con el público en pie, ovacionando su gran carrera - lleva más de 60 años en activo - tuvo que pedir en varias ocasiones que sus compañeros y amigos, todos los presentes en el auditorio, se sentasen para comenzar con un discurso – recitado de memoria - que fue un recorrido por su infancia, sus orígenes y sus raíces.
"La niña de fuego en la voz del inmenso Manolo Caracol y me vino el barrunto de otras voces, otros sones, otros tiempos. Mi pueblo. Su gente. Su gente y su punto cardinal de su trajín. De su esfuerzo y su esperanza. El campo", comenzaba. Unas palabras trufadas de símiles en las que pasado y presente se dieron la mano para mirar al futuro.
Sacristán no piensa en la retirada y se toma este galardón como un paso más de su trayectoria. "En el campo se sabe que hay un tiempo para labrar la tierra, uno para echar simiente y otro para recoger los frutos. Gracias a todos los que con su confianza en mi trabajo me permiten seguir arando, sembrando y cosechando frutos como este".
Agradecido a la academia, a los que recordó que fue uno de los 12 primeros miembros de ese grupo, que no le ha traído demasiada fortuna - solo ha sido nominado a un galardón dos veces y lo ha ganado una -. "Familia, amigos, compañeros, vecinos, gracias por vuestra cordialidad y compañía (…) A todos esos hombres y mujeres que, cada año, y hace ya 60, bien en manojo o bien en ristra, me siguen comprando los ajos".
Los recuerdos se agolparon uno tras otro en los menos de cuatro minutos que duraron sus palabras. Quiso agradecer a su padre, "el Venancio", a su abuela, con la que se crió, "y que sigue siendo mi mejor espectadora" y a su madre a la que puso como inspiración de las penurias que narraba Steinbeck. Recordó a su hermana Teresa "le preguntaría cómo hiciste para tanta ternura en tus apenas 46 años".
También a sus hijos, "que me dejaron repetir las tomas en las que, como padre, no supe ir a la marca, aunque creo, humildemente, que el papel siempre me lo he sabido". Y sin olvidar a su mujer, Amparo, que "sin su amor ni su cuidado no me quedaría otra que echar el alto" y a la que pidió, "lo de siempre: que esté, que estemos".
Lacrimógeno en su justa medida, pese a que muchos de los presentes necesitasen de un pañuelo para secar las mejillas, sorprendieron sus intactas facultades porque, para él, no pasan lo años. Una segunda ovación, larga y con el público otra vez en pie llegó al finalizar sus palabras que demostraron que este premio fue merecidamente entregado.