¿Científico o escritor? Es difícil adjudicarle etiquetas a Oliver Sacks, pero el tiempo ha puesto en evidencia que tampoco le hacen falta. Son sus aportaciones acercando el conocimiento neurológico a todos los públicos con altas dosis de humanidad, con libros como 'El hombre que confundió a su mujer con un sombrero', 'Despertares' o 'Musicofilia', las que le convirtieron en una de las figuras a las que seguir de cerca en las últimas décadas. Su vida, narrada por él mismo mientras esperaba a la muerte tras un diagnóstico de cáncer terminal, está resumida en el emocionante documental 'Oliver Sacks: una vida', que en España se puede ver en Filmin.
"Eres una abominación". Esta frase pronunciada por su madre en el Londres de los años 50 al enterarse de que Oliver era homosexual, marcó su infancia. Y también su vida. La represión y el escondite fueron una constante que, sumada a la esquizofrenia que le diagnosticaron a su hermano a los 15 años, le hicieron refugiarse en la ciencia y en su propia genialidad para no perder la cordura. Pero el camino fue largo y tortuoso y no siempre consiguió mantenerla.
"¿Dónde vas cuando tu madre te dice que eres una abominación?", pregunta el escritor Paul Theroux. "Te vas a San Francisco y dejas de escribir a casa". Eso hizo, aunque siguió escribiendo por el fuerte vínculo que le unía a su madre (ginecóloga), que desde los once lo llevó como aprendiz para convertirse en otro médico más en su familia judía ortodoxa.
Llegado a la ciudad donde floreció el verano del amor, Sacks sacó a flote la otra cara de su personalidad. Las motos, la velocidad y el cuero convivían con la bata blanca y los pacientes. Pero con una serie de dinámicas autodestructivas que le llevaron a un problema de adicción. "Tomaba diez veces más cantidad de anfetaminas que las que matarían a cualquiera". Su complexión fortísima, a base de pasar infinidad de horas en los gimnasios improvisados al aire libre -llegó a conseguir el récord de halterofilia en California, haciendo una sentadilla con una barra de 270 kg sobre sus hombros- le salvaron.
Pero la imagen del médico al que sus pacientes reconocían por su empatía y entrega en la neuroinvestigación y un trabajo de campo cargado de calor humano, en el mezclaba "biografía y biología", parecía no terminar de ubicarse en su propia vida. Podía tirarse hasta 36 horas conduciendo, parando solo para repostar y hasta arriba de anfetaminas, mientras no estaba haciendo su residencia hospitalaria. Él mismo explicó esta división que, decía, tenía que ver con su propio nombre (Oliver Wolf Sacks) Oliver, el médico amable que iba al hospital , Wolf, el que se vestía de cuero e iba como un lobo solitario por la noche; "la parte lupina de mí", con esa "sensación peculiar de libertad y desenfreno".
En el 66 decidió tomar cartas en el asunto y empezó a ver a una psicólogo, que le dijo que tenía que dejar las drogas porque se estaba alejando demasiado de sí mismo. "Llevo 50 años con mi terapeuta y estamos empezando a llegar a algún sitio", bromea el científico durante la grabación del documental que él mismo orquestó a modo de despedida.
En cada viaje, en cada visita al hospital y en cada reunión, Oliver escribía. Observaba y tomaba notas que, sin pretenderlo, le marcaron el camino. Fue recuperando a partir de estas notas, que eran los historiales médicos de sus pacientes, una tradición que había caído en desuso en la profesión, como dio forma al que se convertiría en su primer éxito literario 'El hombre que confundió a su mujer con un sombrero', al que daba título el caso de un paciente con prosopagnosia, que priva a quien la padece de la capacidad de reconocer rostros. Fue así como hizo comprender lo que ocurría en el cerebro de las personas al público general. “Su escritura trajo de vuelta algo esencial de la medicina, que es tratar a la persona y no la enfermedad", dice en el documental el neurocientífico, Ariel Set.
No obstante, cuando el éxito empezó a asomar, este llegó unilateralmente. El anhelo de reconocimiento de su trabajo por parte de Sacks fue una constante. Cuando escribió su primer libro, 'Despertares', en el que narraba su importante hallazgo tratando a pacientes con encefalitis letárgica (la epidemia de la enfermedad del sueño) a los que consiguió volver a despertar gracias a la Levadopa, este pasó relativamente desapercibido y no se tuvo en cuanto el valor de su investigación. No fue hasta que en 1990 Hollywood intercedió con la versión cinematográfica de mismo nombre, en la que Robin Williams interpretaba a Sacks, cuando llegaron en cascada los reconocimientos científicos. En su sexta década por fin lo había conseguido.
Y no fue la única culminación que le llegó con los años. Desde el día en que cumplió los 40 años empezó una larga temporada de celibato, enfocado en su trabajo, a los 77 llegó Billy a su vida para acompañarle en la recta final. "Fue maravilloso ver a alguien enamorarse locamente a sus setenta y muchos", cuentan sus amigos a cámara recordándole ya fallecido -murió a los 82-. Su despida tras una vida 'En movimiento’' como el libro de despedida que pudo tener en sus manos antes de irse, fue rotunda: "He sido un animal pensante en este planeta y ese es el mayor privilegio".