De la salsa de tomate a las carreras de coches: el lado más desconocido de Paul Newman
Hace más de doce años que murió, pero su recuerdo no se ha borrado. Todo el mundo quiere ser él cuando juega al billar o se come un huevo duro
Hace ya más de doce años que Paul Newman nos dejó su vejez por el mito que lo acompaña. Fue la eterna nariz aguileña, los ojos más azules (y daltónicos) a este lado de la realidad, una sonrisa de maestro del billar (vean ‘El buscavidas’, háganme el favor) que partió en dos el mundo del cine. Más de cuarenta películas como protagonista y secundario. Nueve premios Oscar.
En Uppers te contamos algunas curiosidades sobre su vida que quizás no sabías.
La vida sentimental y actoral de Paul Newman
Lo habitual suele ser que un actor no haga escándalo con sus malos papeles, entierre la cabeza en la arena como una tortuga y le dé pase al siguiente protagonista. El bueno de Paul estaba tan avergonzado de su primer papel en una película, ‘La copa dorada’, que llegó a publicar un anuncio en el periódico de los Ángeles disculpándose por la broma pesada y el fracaso comercial de ‘esa cosa’.
Actor, pero también director y productor con un comienzo inestable. Newman entra en la dirección con muy mal pie. En 1962 dirige ‘On the Harmfullness of Tobacco’, una película maldita de 25 minutos, basada en una narración corta del insigne Chéjov, que se pierde en la vorágine de los estudios. Solo tuvo un pase en cine para tratar de que la nominaran al Oscar, y después se evapora de la faz de la tierra. El periodista Alan M. Jalon la encuentra casi sesenta años después. Relató el cómo y el porqué en un artículo sonado de la revista Forward.
Si Elisabeth Taylor puede presumir de ser la única actriz en toda la historia con los ojos de color violeta y dos filas de pestañas, Paul Newman puede hacerlo con sus dos pupilas de azul destructor. Daltónicas, por cierto. Otro dato clave para saber por qué el ejército le impidió ser piloto de la marina. Se alistó después de que lo expulsaran de la universidad por portarse como un chiquillo enfurecido y (es de suponer) romper algunas camas.
Tanto carisma no excusó sus peleas con otras personalidades de moral e ideología volubles. A raíz de sus mordiscos y devaneos públicos, Nixon lo incluyó en la lista negra de sus enemigos del escándalo del Watergate. Otro enemigo profesional: Fellini. Mastroianni se quedó con su papel en ‘La Dolce Vita’ después de que el director se negara a darle el papel a Newman. El productor, Di Laurentis, sí quería una estrella internacional en la película, pero no fue capaz de imponer su criterio y huyó del proyecto.
Solía hablar de su matrimonio feliz con la actriz Joane Woodward con metáforas, digamos, cuestionables. ‘Ya tengo en casa un bistec. No me hace falta salir a por hamburguesas’. ‘No sé qué es lo que pone en mi comida’. Ningún motivo para avergonzarse, al parecer. Estuvo con ella cincuenta años. Habría que preguntarle a ella, ganadora también de un Oscar, qué opinaba de todo esto.
Paul Newman: los coches de competición y la salsa de tomate
Newman fue muy conocido por aficiones alejadas de la farándula cinematográfica. Una de las más sonadas: su pasión desmedida por los coches y por el motor a nivel competitivo. De todo esto se entera uno cuando ve el documental ‘Winning', a mayor gloria de su carisma, sonrisa derritearmaduras y su más que plausible talento al volante. Por lo demás, es una pieza audiovisual con exceso de jabón al homenajeado. Otro dato curioso en este amor por el freno de mano: puso voz a Doc Hudson, uno de los coches de Cars, la película de Pixar.
En cualquier caso, mete el acelerador a una edad poco común. A los 48, talludito, se compra un coche y empieza a competir en circuitos modestos. Años más tarde, tras el varapalo la muerte de su hijo Scott por sobredosis, su dominio como piloto de coches empieza a despuntar y se entrega a fondo al pilotaje para sobrevivir al dolor. En 1970, queda segundo en el circuito de Le Mans. Siguió compitiendo hasta los 80 años en circuitos como Daytona, y hasta fundó su propia escudería: ‘Newman-Hass’. En 2017, su Rólex Daytona se vendió en subasta por 15 millones de euros. Fue una de las más caras de la historia.
De la casta le viene al galgo. Antes de romper la pantalla con su figura y convertirse en una estrella, Newman ya se ocupó de la tienda de su padre cuando murió, faceta que no abandonó ni siquiera como actor de fama internacional y discreto rompepistas. Su vida sentimental fue estable como una roca, y la empresarial le fue a la zaga. Ahí tenemos su escudería deportiva y Newman & Co, una empresa de alimentación de su propiedad, famosa por sus salsas de tomate para pasta con el logotipo de su cara. A pesar de su carisma y fama de buen padre y marido, Newman ni siquiera se quedaba con los beneficios; éstos se destinaban casi íntegramente a obras de caridad con niños con enfermedades terminales. La empresa sigue en activo.