Pepa Flores tiene un alter ego. Todo el mundo lo conoce. 'Marisol' es un icono en España. Aquella niña rubia de ojos azules, que dejaba impacto al público en sus sofás cada vez que entonaba, escondía una sin embargo un envés triste. Complejo. Una sombra con ecos de abusos y deslealtades que Flores quiso dejar atrás, sobre todo a partir de 1985, cuando no volvió a utilizar su otro nombre y se retiró definitivamente de la vida pública. Ahora recibe el Goya de Honor 2020 el próximo 25 de enero en Málaga, su ciudad natal, pero no está claro si irá a recogerlo. El público sigue fantaseando con su vuelta.
Si alguna vez dijo que quería ser como Lola Flores lo hizo como ilusión infantil desde su corrala malagueña y, desde luego, más inspirada en la espléndida imagen de gitana flamenca con su bata de cola y alegría arrebatadora que en la estrella. En cualquier caso, sería mucho antes de que le saqueasen la inocencia, si es que alguna vez se le permitió tenerla. A Pepa Flores no le dejaron ser autora de su propia biografía hasta bien entrada su juventud. Antes incluso de que pudiese soñar, la industria del cine ya le tenía reservada la figura de Shirley Temple patria, la niña con hoyuelos y gracioso cabello rizado de Hollywood.
En sus trayectorias hay muchos puntos en común: talento, magnetismo, infancia robada, abusos, utilización sexual de su imagen, exigencias y castigos. Las dos fueron leyendas precoces y las dos llegaron demasiado pronto a la plenitud de sus cualidades. Después de su retirada temprana, ambas tomaron el controvertido camino del activismo político. Si los éxitos de taquilla de Shirley salvaron a 20th Century de la quiebra, Marisol fue icono de la Transición española y de un país ávido de placeres impúdicos.
Corrían los felices setenta, cuando la democracia se tasaba según la carne expuesta en los escaparates mediáticos. La industria ya había dibujado en Marisol un aura de deseo y sensualidad que elevaba su valor. Una mañana de septiembre de 1976, el país se despierta con el desnudo de Marisol en la portada de Interviú con un reportaje firmado por César Lucas. Sensual y bella. Expiraba la niña y brotaba la leyenda. En las mentes más calenturientas era la misma Marisol que reverdecía. La portada, icónica e irrepetible, consiguió unas ventas próximas al millón de ejemplares. No es extraño que la revista rescatara la foto en blanco y negro de cuerpo entero como despedida cuando echó el cierre en enero de 2018.
La imagen, sobrecogedora por su naturalidad infantil, inspiró textos bastante machistas como este que escribió Francisco Umbral en 2001 para celebrar el 25 Aniversario del histórico semanario: "Entonces se nos apareció a los mortales la olvidada y fontanar Pepa Flores, en traje de Marisol, en desnudo de Marisol, y aquel flequillo dorado nos salvó del pluriempleo, y aquellos pechos, un punto excesivos, nos devolvieron la confianza en el verano, y aquellas manos de niña nos pusieron de novios con todas las adolescentes de la década, y aquellos glúteos de ninfa malcriada donde el verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y aquellos ojos claros… paralizaron la vida nacional y la democracia en un paso de peatones y volvimos a creer en la huelga general, en las parejas de novios de hecho".
El personaje de Umbral es ineludible en la biografía de Pepa Flores, por mucho que le pese a la artista y a su entorno más íntimo. Hábil a la hora de avivar el fuego con el hálito de su lírica, el escritor recogió unas revelaciones que le confió alguna vez la artista en una especie de bosquejo autobiográfico. Aunque nunca se publicó, la revista Vanity Fair sí publicó algunos fragmentos y el contenido se descubrió demoledor. Contaba cómo la niña Marisol era llevada, junto a otros siete niños, a un chalet del Viso, un exquisito barrio de Madrid, con gente importante del Régimen para exhibirles sin ropa.
"Yo tenía ocho años y dormía durante el viaje en la misma cama que la querida del empresario, una tal Encarna, que me daba unas palizas de muerte, pero con saña y mala sangre. Me tenía ojeriza, y no sé por qué todavía. En Lérida me dio tal paliza que me dejó el cuerpo como el de un nazareno", publicó la revista. "Cuando dormía con aquella tía, el empresario se acostaba con ella y hacían de todo. Y querían hacer de mí el modelo de niña inocente, conformista y buena, para que fuera la referencia de todos los niños de nuestra generación".
Pepa Flores lo desmintió años después y hoy el mutismo es absoluto, pero la historia de infancia robada y ultrajada nos la han pasado por la retina una y otra vez sin que llegue a cansar. Es verdad que el público la ha amado, pero de una manera un tanto perversa. No es extraño que un día el dolor se le agarrotase para siempre en su garganta.
Debutó en la pantalla con apenas 11 años, con 'Un rayo de luz', bajo la dirección de Luis Lucía, un hombre, al parecer, poco delicado, déspota y malhumorado. Pronto se convirtió en fenómeno de masas y su productor, Manuel Goyanes, extrajo oro de ella. Su figura ha marcado y fascinado a varias generaciones. En la memoria están éxitos como 'Ha llegado un ángel', 'Tómbola' o 'Las 4 bodas de Marisol'. Como cantante, tiene 500 canciones interpretadas en varios idiomas y representó a España en el primer Festival OTI donde consiguió un tercer puesto con la canción 'Niña'.
Pero ella solo soñaba con su barrio malagueño de la Victoria, donde nació en 1948, en una de esas corralas que relata Miguel Ángel Ortega Lucas en 'El cuento de Marisol; el sueño de Pepa Flores': "Con ropa tendida y olor a puchero en que todos se mezclan con todos y las madres llaman a gritos a los niños cuando oscurece". El día de su primera comunión le ondularon el cabello con cables de la luz y desde su ventana suspiraba con bailar flamenco como hacían las niñas pudientes de la época.
"Pepita Flores, o la Pepi, como empezó a llamarla la familia adoptiva Goyanes, venía ya de serie con una intuición artística de las de ver crecer la hierba. La convirtieron en la Hija de España", cuenta Ortega Lucas. Le aclararon el pelo para sacarle aún más brillo y cuando entró en la adolescencia le apretaron bien el corsé para que nadie vislumbrara el estirón. Marisol se hacía mujer. "Delante del patio de butacas y a modo de espectáculo", escribió Manuel Vicent. "Se me fue manchando el traje poco a poco, cada vez más, a la vista de todo el mundo. Una señora que estaba en primera fila subió y me puso un abrigo encima", relató la propia Marisol recordando su primera regla.
El país se apropió de ella. Si antes era la niña de España, ahora se convertiría en la novia que toda madre desea para sus hijos. "Un sueño de Hollywood y a la vez de andar por casa", añade Ortega Lucas. El afortunado no podía ser otro que Carlos. Goyanes de apellido, claro, y a la fuerza. Todo un prodigio de ingeniería artística que, en lenguaje cotidiano, se reduciría a la gallina de los huevos de oro. Las niñas llegaron a tener su propia muñeca con la efigie de la artista.
Derrochaba talento, belleza, candor. Sobre todo, parecía inagotable, a pesar de que sus giras mundiales promocionales resultaban extenuantes. Marisol era recibida con honores de jefe de Estado en muchos países de América Latina. "No podía pisar la calle como cualquier niña normal. Estaba aislada en un mundo lleno de compromisos", decía. Se despertaba casi sin saber ni dónde estaba. La llamaban de todas las televisiones del mundo y se convirtió en número uno en numerosos países, incluido Japón.
En su libro 'Marisol Pepa Flores. Corazón rebelde', Luis García Gil dice que se queda con la etapa de finales de los 60 y principios de los setenta, cuando deja atrás la canción infantil y va en busca de su identidad. "El mito Marisol de niña prodigio es una ficción artificialmente construida, un producto Goyanes", confiesa. Realmente, representaba la propia evolución del país y una rebeldía anterior incluso a su encuentro con Gades, con el comunismo o con la Cuba de Castro.
Lo que no se le perdonó fue su militancia política llena de contradicciones desde que emergiera como icono comunista en una fiesta reivindicativa en 1983, donde se la fotografió puño en alto y con una camiseta en la que se leía "Antes me fusilarán que traicionar a mi clase". Ni siquiera se le permitió un cambió de registro como artista. En 1985, su película 'Caso cerrado' puso fin a su trayectoria artística.
Fue el bailarín Antonio Gades quien le transmitió sus simpatías ideológicas y ese entusiasmo por Cuba, por lo que no extrañó tanto que acabaran celebrando, en 1982, una pintoresca boda civil, sin ninguna validez, que apadrinaron Fidel Castro y la bailarina Alicia Alonso. Con él Pepa vivió trece años de pasión y tuvo a sus tres hijas, Tamara, Celia y María. Gades era un seductor nato y poco dado a airear su vida privada y sus continuos escarceos. El cariño y los afectos con la actriz fueron quebrándose quizás por este deje conquistador que le hizo tan popular.
Ninguna de sus hijas heredó su talento para la danza, aunque Celia y María están muy vinculadas al mundo del espectáculo. La primera se dedica desde muy joven al mundo de la música y María, actriz y fotógrafa, está muy implicada en la Fundación Antonio Gades. Tamara, anónima, estudió Psicología. Las apariciones de su madre son muy escasas, pero ellas las disfrutan como esos momentos mágicos que suceden solo una vez.
No resultó fácil dejar de ser Marisol y escogió su retiro como peculiar solución al complicado problema de sobrevivir a la estrella. Regresó al mar, a su tierra, para acabar descubriendo, como en los cuentos, "que el tesoro había estado siempre enterrado bajo sus pies", concluye Ortega Lucas. Qué mejor paisaje para sus ojos marinos. Como superviviente de tantos atropellos, tiene derecho a olvidar. No se ha encerrado en su dolor, pero sí en el silencio. Ese silencio prudente es su mejor apero para mantener la cordura. No desea volver a ese mundo del que se exilió para siempre, por eso su triunfo es el de su propia voluntad.
Su vida como septuagenaria transcurre apacible y alejada de todos los focos. Nietos, perros, paseos y un amor fiel. El mutismo es enloquecedor para quien trata de traspasar su alegórica cueva, pero forma parte del hechizo que ha contribuido a engrandecer su leyenda. Hay quien opina que su presencia el 25 de enero quebraría en parte ese mito "El misterio, por su mismo secreto, provoca veneración", decía Baltasar Gracián. Tanto si acude o no, es seguro que recibirá una enorme ovación.