Cuando Humphrey Bogart le musitó a Ingrid Bergman en 'Casablanca' (Michael Curtiz, 1942): "Siempre nos quedará París"; cuando Max von Sydow dijo en 'El séptimo' sello (Ingmar Bergman, 1961) aquello de: "Ahora habito un mundo de fantasmas, prisionero de fantasías y de sueños"; o cuando John Wayne, mientras encendía un cigarro, le soltó a James Stewart: "Tú no mataste a Liberty Valance, haz memoria, amigo" (John Ford, 1962), no eran las voces de Bogart, Von Sydow o Wayne las que nos hablaban al público español, sino las de Arsenio Corsellas, Félix Acaso y Felipe Peña.
Incluso hoy nos parecería raro escuchar esas frases lapidarias con otros timbres que no fueran los de aquellos maestros del doblaje nacional. Para el público de más edad, representan no solo la edad dorada del cine, sino toda una época, en la que las cosas se hacían con esmero, pasión y mucha paciencia.
Componían un all star selecto que acaparó el doblaje de películas al castellano entre los años cuarenta y setenta, las décadas de los grandes astros del celuloide. Todos interpretaron a todos, pero aun así cada uno tenía su estrella fetiche. Así, puede decirse que Felipe Peña fue nuestro John Wayne, a quien dobló en 21 películas (12 a Anthony Quinn, 11 a Lawrence Oliver y diez a Robert Mitchum); si hubiera que identificar a Félix Acaso con un actor de Hollywood sería con Robert Mitchum, al que dobló en 14 trabajos (así como a Glenn Ford en 12, a Cary Grant en nueve, a Tyrone Power y Max von Sydow en siete y a James Stewart en seis).
Arsenio Corsellas dio voz a Sean Connery en 21 filmes (a Rock Hudson en 19, a Burt Lancaster en 17); quien le prestó más veces su voz a Charlton Heston fue Claudio Rodríguez: en 20 ocasiones (13 a Anthony Quinn, 11 a John Wayne, 10 a Max von Sydow); José Guardiola (no confundir con el cantante) se especializó en Anthony Quinn (32 películas), pero también dobló a Richard Widmark (20), Robert Mitchum (16), Humphrey Bogart (14)…
Entre las voces femeninas, probablemente la que te resulte más familiar sea la de Rosa Guiñón: está detrás, sobre todo, de Meryl Streep (43 cintas), aunque también de Catherine Deneuve (27), Shirley MacLaine (26), Julie Andrews (18), Ava Gardner (14), Romy Schneider (13), Elizabeth Taylor (10) o Audrey Hepburn (9).
“Había cierto respeto gremial”, dice Roger Peña (62 años), hijo de Felipe Peña y la actriz Montserrat Carulla. Roger, conocido especialmente como director de teatro, también ha dedicado gran parte de su carrera al doblaje. “John Wayne era de mi padre; Paul Newman, de Rogelio Hernández; Robert Redford, de Manolo Cano (y, más tarde, también de Rogelio). Algunas grandes productoras exigían el actor de doblaje que querían. A veces ni hacía falta, porque se daba por descontado”.
En las décadas de los cuarenta y cincuenta, doblar películas se parecía mucho a hacer teatro. "Revelar los rollos de cine y ponerles la banda magnética era carísimo", nos cuenta Fernando Acaso (58 años), hijo de Félix Acaso. “Si te equivocabas, ese trozo de película se tenía que tirar. Entonces ¿qué hacían? Trabajaban como si fuera teatro: si había cinco personajes en la escena, había cinco actores en el atril, a la vez, y cada uno se aprendía su parte".
"Mi padre me ha contado que se ensayaba una y otra vez… A lo mejor con un take [cada take equivale a diez líneas de texto o un minuto de película] se tiraban media hora de ensayo; luego se apagaba la luz del atril y decían sus frases de memoria mirando la pantalla. Y nadie podía fallar. Era como el teatro: sales a escena y no fallas. Pues esto era igual. ¿Qué ocurría? Que eran magníficos actores. Trabajaban sin cascos, que te ayudan a escuchar el original por debajo. Era muy artesanal. A lo mejor en una jornada de seis horas, doblaban 20 o 25 takes ; ahora se doblan 200”.
“Mi padre —recuerda Roger Peña— contaba que un viernes por la tarde Kodak y Alfa habían cerrado, quedaban los metros justos y el lunes se estrenaba la película. Si la toma no se hacía clavada, el lunes no habría estreno. Debían ensayar horrores porque cagar un take era tirar un metro, dos o cinco de película”. De la película fotográfica se pasó a las de 35 milímetros, que ya permitían grabar encima de una toma anterior; posteriormente llegaron la bobina, el vídeo U-Matic, las mesas de sonido de ocho pistas y finalmente el ProTools, un programa de ordenador que despliega en la pantalla las pistas que sean necesarias.
Los obligados ensayos de antaño son quizá la principal diferencia con el doblaje actual, que, basado en herramientas digitales, permite el retoque. "Ahora sueltas una frase y el técnico te la coloca en boca del actor. En la época de mi padre, debía colocarla él en el momento preciso. Eso redundaba en que había que ensayar muchísimas más veces, y esto, a su vez, en que los tonos eran mucho más seguros y la parte artística e interpretativa se cuidaba mucho más. Ahora lo ensayas una vez, lo sueltas, y si no ha quedado en boca, te lo coloca el técnico. Con lo cual, la parte artística se ha desvirtuado muchísimo", señala Acaso.
"Si a mi padre le explican esto, le da un síncope", apunta Peña. “Habría dicho: 'Joder, ¡y entonces qué mérito tiene doblar!". Las nuevas tecnologías permiten, además, que los profesionales de doblaje que comparten escena puedan grabar por separado, incluso en días distintos. Piensa en esas tórridas escenas de cama en que dos actores solapan sus susurros: uno los ha grabado un martes y el otro, el jueves; ni siquiera se han visto las caras. Aquella imagen de dos, tres o cuatro actores arremolinados en torno a un atril, es cosa del pasado. "Ahora se trabaja solo, sin los compañeros al lado", dice Acaso.
Este método permite además ser más productivos, en unos tiempos de mayor demanda. “Hoy hay excelentes actores de doblaje, pero no siempre se quiere doblar bien: la rentabilidad del doblaje proviene de la rapidez. Antes la difusión era para TVE o para el cine. La producción era mucho más pequeña. Ahora entre series, plataformas…”
Lo que no ha cambiado es la capacidad del actor de doblaje de mimetizarse con el trabajo de interpretación del actor original. "No hay una preparación, porque ni antes ni ahora te dejan ver la película", explica Fernando Acaso. "Hay que escuchar muy bien cómo lo ha hecho y tratar de mimetizarse lo máximo posible. No hay un trabajo previo de desarrollo del personaje: nosotros nos encontramos el personaje desarrollado ya. Se trata de copiar, con tu manera de actuar, lo que ya ha hecho otra persona”.
Fernando no olvidará la primera vez que fue con su padre a un estudio de doblaje. "Fue impactante", recuerda. "Yo tendría seis o siete años. No sé por qué ese día, que era laborable, no había ido al colegio. Mi padre me dijo: 'Vente, que me vas a acompañar a trabajar'. Yo no sabía muy bien en qué trabajaba. Sabía que era algo relacionado con el cine, pero no lo entendía bien entonces. Llegamos a un edificio muy normal, que a mí me parecieron oficinas, con una cafetería… Y luego me cogió de la mano y me dijo: ‘Ahora silencio, que no se puede hablar'".
"Entramos a una salita pequeña de cine, a oscuras. Aquello me impactó muchísimo: proyectaron un trocito de una película en inglés, y de repente salieron cuatro personas, lo dijeron en español, y aquello que yo acababa de ver en inglés de pronto lo vi en mi idioma. Me quedé absolutamente fascinado. Al día siguiente en el cole conté que mi padre trabajaba en la fábrica del cine".
Tan fascinado quedó, que Fernando ha seguido en el oficio. Su primer doblaje es 'Las largas vacaciones del 26', de Jaime Camino (1976): tenía 13 años. Ha vivido la transición de las películas con banda magnética al vídeo y la irrupción de las tecnologías digitales. Hoy dirige la Escuela de Doblaje Fernando Acaso, con sedes en Madrid y Valencia.
Los actores de doblaje míticos constituían un grupo pequeño, muy valorado y, en consecuencia, muy bien pagado. "Infinitamente mejor que ahora", aclara Fernando Acaso. “Los actores de doblaje de entonces eran personas con un salario muuuy por encima de la media. Somos 14 hermanos y mi padre nos sacó adelante con un único sueldo, que era el suyo. Los buenos eran estrellas. Era como Hollywood: los estudios se peleaban por contratar a los grandes actores de doblaje en exclusiva. Ganaban mucha pasta. Había muy poca gente capacitada para hacerlo bien. No podría hacer un cálculo de cuánto ganaba, pero más de 6.000 euros actuales al mes, seguro".
A menudo se ha descrito el sector del doblaje como un mundo cerrado, inaccesible excepto para unos pocos. "En cierto modo lo era —concede Roger Peña—, pero porque había poco trabajo (se hacían 30 películas al año) y no se necesitaba mucha gente. Si mi padre dirigía un doblaje en que no había ningún papel para él, hacía el vaquero 4º y el tabernero 2º, sin ningún problema. No hacía falta más gente".
¿Eran conscientes de que estaban haciendo historia? "Eso no lo sé", responde Peña. "Pero conscientes de que hacían un trabajo artesanal, de mucha complejidad, sí que lo eran. Y lo defendían como una cosa muy de oficio".
Con todo, el doblaje se ve sujeto a una curiosa paradoja, pues el cinéfilo fetén reconoce el enorme talento de los actores españoles, pero prefiere la versión original. ¿Destroza o mejora el doblaje una película? "En principio, lo lógico es verla en su versión original", responde Roger Peña. “Pero si no entiendes el idioma… El subtítulo está muy bien, pero limita mucho el disfrute. En cuanto en una escena hay un poco de acción con varios personajes, te vuelves majara. No tienes tiempo de ver quién coño ha dicho qué".
"Aquí se han hecho doblajes que son verdaderas obras de arte, como el de 'Primera plana' (Billy Wilder, 1974). Hay que verla para entender hasta qué nivel se doblaba bien. O 'El jovencito Frankenstein', 'Dos hombres y un destino', '2001: Una odisea del espacio'… Están tan bien dobladas que yo creo que no restan nada a la película y facilitaban el visionado al espectador que no sabía idiomas". A veces las grandes estrellas han quedado encantadas con los actores que les doblaban al castellano. "Woody Allen decía que él era el señor que le ponía la voz en inglés a Miguel Ángel Valdivieso", recuerda Roger Peña.
Félix Acaso, como evoca su hijo Fernando, se sentía especialmente orgulloso de haber doblado a Charles Chaplin en 'Candilejas' (1952). Su trabajo no siempre le permitía conocer a los mitos del cine, pero cuando el encuentro se producía solía deparar momentos memorables. "Sofía Loren rodó una película en España y se quedó aquí a doblarla en italiano", relata Fernando Acaso. "Mi padre, que hablaba italiano, dirigió el doblaje. Y siempre contaba que cuando entró en la sala y se la presentaron, se quedó sin palabras. No era capaz de hablar. Durante media hora. Decía que era la mujer más guapa que había visto en su vida. Y él, que se ganaba la vida con la palabra, ¡se quedó mudo!".