En nada, cientos de miles de personas se irán a alguna parte de vacaciones, creyendo llevar todo lo necesario en su maleta. Quizá las vacaciones empiezan en el momento mismo que acaban de hacerla y la cierran, aunque después aún resten el viaje, las esperas, los retrasos, la ansiedad, los imponderables, en fin. Pero lo peor, digamos, ha quedado atrás: la maleta buscando llenarse con todo lo que uno cree que le hará falta, incluyendo lecturas y medicinas.
Esa maleta vacía, a la espera de su contenido, se vuelve un pequeño drama, uno de esos, quiero decir, que no llamas "puto drama" si no bromeando, casi irreales. Pero quién no se ahoga esos días, inevitablemente, en una piscina sin agua. Cada uno se queda sin aire a su manera. Ocurre, y ya.
Es tremendo hacer una maleta no tanto porque haya que llenarla de prendas acordes a unas necesidades y usos razonables, que también, como de pequeñas decisiones. He ahí el drama verdadero, abismal y ridículo: ¿qué incluyes y qué no? En realidad, en la maleta se meten síes y noes. Lo que finalmente no se incluye, después de unas dudas que te carcomen durante días, también viaja, aunque en su caso como ausencia, silencio, hueco.
No hay maleta, me temo, que no contenga errores, ya sea porque incluiste algo que no vas a necesitar en absoluto, ya porque no metiste algo que al final echarás muchísimo de menos. La vida de cualquier persona sería infinitamente más llevadera si no tuviese que estar tomando decisiones todo el tiempo, aunque la mayoría sean pequeñísimas y automáticas.
Incluir y excluir: eso es lo que te destroza los nervios ante la maleta. ¿Cómo no sentir miedo al empezar a hacerla, o simplemente al pensar en hacerla? Acabar de hacerla tampoco es la panacea, porque en ese momento te ronda el terror a si habrás olvidado algo importantísimo, pero no por ello evidente. Preparar una maleta es "igual de comprometido que urdir una ficción, soñar un libro o construir un universo poético", decía el narrador de un cuento de Eloy Tizón titulado 'Los horarios cambiados'.
Una maleta con un poco de todo, incluso con todo, es una tentación muy humana, y quizá irrealizable. Pero la idea de estar preparado para cualquier eventualidad, por muy lejos que uno se encuentre de su casa, reconforta. Ese tipo de maletas solo son abordables si comienzan a prepararse con semanas de antelación, si es que no meses. Te obligan a trabajar con listas, que cada poco se someten a supervisión ya que el propósito final es no olvidarse absolutamente de nada.
En el lado opuesto, una maleta ligerísima y pobre representa otro sueño inalcanzable, y muy arriesgado. Hay que valer para aspirar a una maleta casi vacía, que te exigirá nada más que unos minutos antes de salir a tu destino. Supongo que una maleta no es una suma de necesidades, sino el reflejo de un carácter. Eres de tal manera, haces tal maleta. No hay más. Felices vacaciones a todos los viajeros.