Revista Peonza o cómo ha ido cambiando España según lo que damos de leer a los niños
Peonza nació en 1986 como una sencillo boletín para profesores y acabó ganando, como revista ilustrada, el Premio Nacional de Fomento de la Lectura
Hablamos con el maestro y crítico José Luis Polanco, uno de los mayores expertos del sector, participante en esta aventura desde los inicios
¿Cómo hemos cambiado? De la escasez de relatos buenos en la Transición, hemos pasado a las joyas diversas de ahora, que corren el peligro de pasar inadvertidas por la avalancha de títulos y "almíbar"
Nació hace 36 años. En el 113 de la calle Alta de Santander. Primero como un boletín, luego como una revista. La hicieron entre colegas. Profesores de nueva hornada que eran, además, amigos. Y que querían que otros profesores y amigos supiesen qué era lo bueno de entre la literatura infantil y juvenil que llegaba y se empezaba a hacer en España. Eran los ochenta y aún estaba demasiado cerca lo oscuro, lo de antes, aquello de la letra con sangre entra y los pizarrines. Así que Peonza nació de las ganas de otra cosa. Y acabó ganando, sin medios, el Premio Nacional de Fomento de la Lectura. Hablamos con José Luis Polanco, en la aventura desde los inicios, para que nos cuente cómo ha ido cambiando la educación en España a través de lo que damos a leer a los más pequeños.
“Empezamos en el 1986, para ayudar a los maestros y maestras de las escuelas unitarias de los pueblos desperdigados de Cantabria, con chavales a su cargo de diferentes edades y apenas medios, a subirse al sistema educativo de la Transición. Pretendíamos que esos niños y niñas tuvieran buenos libros en sus escuelas y que los leyesen, claro. El diseño de la peonza de la cabecera fue de José Ignacio López, Iñaki, figura destacada del humorismo gráfico cántabro”, explica con humildad José Luis Polanco.
Entre todos (arriba en la foto los miembros de Peonza) hicieron lo imposible. El ‘no’ ya lo tenían. Así que se reunían una vez a la semana en el viejo piso del suegro de uno de ellos (Enrique Torre), con suelo de madera que crujía, a ver qué metían en el siguiente número. A ver a quién contactaban. Cuál era la última novedad. Por sus páginas pasó la Champions de los ilustradores y los autores de cada una de las últimas cuatro décadas del sector.
El italiano Roberto Innocenti, el mexicano Gabriel Pacheco, Quentin Blake (ilustrador de los libros de Roald Dahl), las españolas Asun Balzola, Elena Odriozola o Beatriz Martín Vidal, José Ramón Sánchez (que enseñaba por la tele a dibujar a los niños), Delicado, Auladell, Ana Juan, Cobas, Prado. Y también escritores como Ana María Matute, Carmen Martín Gaite, Juan Farias, Gustavo Martín Garzo, Agustín Fernández Paz, Gonzalo Moure, Joan Manuel Gisbert (“el preferido también de mi hija cuando niña”, dice Polanco), Docampo, Eliacer Cansino, Ricardo Gómez, Xosé Neira o Carlo Frabetti. En definitiva, la 'creme de la creme' de los que saben cómo conectar con quienes más quieres.
¿Cómo definirías Peonza a alguien que no la conoce?
Una revista trimestral, editada en Santander, destinada a maestras y maestros, profesores, bibliotecarias, libreros, madres y padres, y con un objetivo: transmitir el gustazo que es leer.
¿Qué le dirías a aquellos chavales veinteañeros que os remangásteis desde lo que sabes ahora?
Les recordaría unas palabras de Twain: “Dentro de veinte años te sentirás más desilusionado por las cosas que no hiciste que por aquellas que hiciste. Así que suelta amarras. Navega fuera de la bahía segura. Atrapa los alisios en tus velas. Explora. Sueña. Descubre”.
¿Cuéntame alguna anécdota de aquel piso donde empezásteis?
Colocamos unos caballetes y unos tableros como mesa de trabajo. Recuerdo el buen ambiente: todos éramos maestros jovencísimos desperdigados por colegios de Castro Urdiales, Liérganes, Vargas, Villanueva de Villaescusa, Santander, Cayón o Pesués, de una punta a la otra de Cantabria. Eran los años 80, el país estaba dando los primeros pasos en la democracia, y teníamos grandes deseos de cambio. Queríamos aportar para transformar la sociedad. No sé si éramos ilusos.
¿Te quedas con el maestro joven que fuiste o el de más experiencia de la madurez?
No sé con quién de los dos… Aunque la experiencia ayuda mucho en la escuela, tal vez preferiría al joven: la escuela es apasionante, pero exigente y dura en muchos momentos, y se necesitan grandes dosis de energía y de ilusión. Para la revista, por el contrario, elegiría sin duda mi yo de ahora: la experiencia, las lecturas, el conocimiento, los contactos.
¿Qué fue lo primero que pensaste cuando os dieron el Premio Nacional de Fomento de la Lectura?
Lo primero fue la satisfacción de ver reconocidos más de treinta años de trabajo. También agradecimiento, claro; aunque no lleve premio en metálico, que nos hubiera venido muy bien, pues siempre andamos con el agua (de la economía) al cuello. Y me acordé de los compañeros de Santander Educativo, Quima, Almina, con quienes tanto aprendí.
¿Cómo fue ese momento?
Lo habitual, imagino. Llamadas, alegría, satisfacción. Una copa de champán en el Hotel Hoyuela, en el Sardinero, donde nos reunimos ahora. Pero no lo hemos celebrado como merece, la pandemia se metió por medio. ¡Se lo recordaré al grupo! ¡No todos los días pasa algo así!
¿Qué ha sido lo más difícil y lo más fácil?
Lo más difícil: la constancia, los plazos para tenerla a tiempo, la burocracia para pedir ayudas y la cuestión económica. Estas tareas no le gustan a nadie. Lo más grato: las lecturas de nuevos libros y los cafés con digresiones que nos traemos entre todos.
¿Habéis aprovechado para conocer a escritores e ilustradores que admirabais?
Claro. Y han escrito artículos y nos han facilitado imágenes sin pedir nada a cambio. Peonza ha resistido, en gran medida, gracias a su generosidad. Así que aprovecho la ocasión para darles nuevamente las gracias; y ya de paso, también a maestros, profesoras, bibliotecarios, artistas y promotores de la cultura que nos han ayudado.
¿Les estamos endulzando demasiado a los niños los cuentos?
Hay en efecto muchos libros intrascendentes, demasiados ositos, almíbar, libros muy agradables a la vista y que apenas dicen nada. Pero los hay, también, de calidad grandísima y sobre temas importantes: amistad, amor, relaciones padres e hijos, cuidado de la naturaleza, acoso escolar, homosexualidad, diversidad, injusticia social, emigración o guerras. De eso no había antes. O no así. Pero lo importante es que leamos también los adultos: ¿de qué sirve recomendarles leer si nunca nos ven con un libro en las manos?
¿Es mejor ahora la literatura infantil y juvenil o crees que se ha perdido algo valioso por el camino?
Se publica muchísimo, más que nunca; mucho, muy malo, es cierto. Pero hay también libros muy buenos. El problema es que los buenos suelen pasar como si fueran del montón. Ahí es donde Peonza, CLIJ, Lazarillo y otras revistas juegan un papel importante. La labor de la crítica es más necesaria que nunca, pero no se valora. ¿Qué fue de aquellos suplementos culturales que los periódicos dedicaban a los niños? ¿Qué espacio tiene la crítica de libros para niños en la prensa o la televisión?
Tres libros infantiles que ahora sean una joya para ti
'Historias de ratones', de Arnold Lobel; 'Frederick', de Leo Lionni y 'Cuentos por teléfono', de Gianni Rodari. Y si quieres estar al día, puedes ir a ver Peonza, en la sección de tu Biblioteca.
Tres juveniles que no pararías de regalar
'Viernes o la vida salvaje', de Tournier. Alguno de Fernández Paz: 'Corredores de sombra' o 'Noche de voraces sombras'. Y 'El guardián entre el centeno', de Salinger. Me encantó 'El Santo', de Caterina Riba. Y London, Poe, Twain, Melville, Andersen, Perrault, los hermanos Grimm. También Martín Garzo, Moure o Gisbert.
¿Qué libros les has regalado últimamente a tus nietos?
'El sueño de Matías', 'Bicicletas', '¡Oh!', 'A qué sabe la luna', 'Max no tiene sueño', 'Chófer de sandías'. Los de 'Sapo y Sepo' ocupan un lugar preferente. Pero, por mucho que sepas de libros, los niños siempre te sorprenden con sus elecciones.
Un deseo para Peonza en 10 años
Que siga bailando con brío otros diez más.