La familia de Sergio del Molino no votó a Felipe. Ellos eran más de Carrillo. Él tampoco: tenía tres años en su primera victoria y 17 en la última. Lo deja claro al principio para evitar suspicacias. Pero un día, hace poco, el Sergio periodista vio un cara a cara de Felipe con José María y quedó “fascinado”. Sobre todo, por “la crueldad sorda con la que abortaba los intentos Aznar de ganarse su simpatía, lo que se dio en llamar su 'carisma'. Salí de allí convencido de que había un personaje desaprovechado”. Así que dicho y hecho, esa misma noche se puso a investigar para dar forma a ‘Un tal González', su novela sobre el icono sevillano en el 40 aniversario de su primera victoria en las urnas. "Nos estamos perdiendo un personaje shakespeariano", explica.
¿Qué es ‘Un tal González’?
Una novela sobre la figura y la influencia de Felipe González entre 1969 y 1997, escrita por un narrador nacido en 1979, a medio camino entre su propia memoria y la curiosidad histórica. Una mirada al ayer desde el hoy por parte de un miembro de la última generación que tiene un recuerdo nítido y consciente de aquello. Desde ese punto de vista, se me puede discutir todo, pero no se me puede impugnar. Otros tendrán otra visión del personaje y de la época que contradigan la mía.
Empecemos con lo que no hay, ¿qué has dejado fuera adrede?
Muchísimas cosas. Me he centrado en el protagonista y sus circunstancias. He tratado de comprender a los personajes. Yo no quiero contar la verdad, sino mi verdad. Por eso es un relato casi impresionista, basado en escenas con unidad de tiempo y lugar, pero que no siempre conforman la trama principal de la historia. Prefiero la anécdota al hecho mayúsculo, y ahí he sacrificado al rey, por ejemplo. Al 23-F se alude, pero no está explícito. Ojalá pudiera contar tantos años de historia en una sola escena anecdótica. No tengo ese talento.
¿Esperabas que levantase ampollas?
La única razón por la que podía no levantarlas era que pasase inadvertido. Sé bien que hay una parte de este país que cree que lo que digo en este libro es indecente e intolerable. Son dos partes, en realidad, una está a la derecha y otra a la izquierda, pero se parecen mucho, emplean los mismos argumentos y se escandalizan con el mismo gesto de beata hipócrita. No escribo contra ellos, pero su enfado me importa muy poco. No debato con puritanos ni con fanáticos. La recepción del libro también me ha desvelado que hay una corriente poderosa de españoles que sienten un orgullo íntimo por la transformación del país en la democracia y están muy preocupados por su deterioro actual. Este libro está escrito para ellos, en medio de tanto ruido.
¿Quién es Felipe?
Un político que representó las esperanzas y aspiraciones de una gran mayoría de españoles en un momento crítico de la historia, y supo encauzar la transformación del país pese al desencanto, la decepción y, finalmente, la oposición de muchos de sus compañeros de viaje.
¿Quién es González?
Para la derecha y para la izquierda situada a la izquierda del PSOE, un César soberbio, un Maquiavelo sin escrúpulos, un tirano manipulador, amigo de corruptos e instigador del terrorismo de Estado.
¿Dio lo que prometió?
Si reducimos todas sus promesas a una sola, enunciada en la campaña de 1982, “que España funcione”, sí. Consiguió que un país estancado en una crisis profunda, amenazado de ruina, con una democracia endeble y unos problemas de desigualdad social gravísimos se convirtiera en pocos años en una democracia avanzada integrada en Europa, salvando en una década un abismo de siglos. Los gobiernos de Felipe González consiguen el sueño pospuesto de tres siglos de progresismo español, desde que los ilustrados crearon las Sociedades de Amigos del País hasta la derrota en la guerra civil. Es el final feliz de una historia que muchos daban por muerta.
Te he leído decir que traicionó a todos
La crueldad de Felipe es proverbial: ha sacrificado amistades, afectos y coherencias ideológicas en el altar del proyecto político. Nunca ha temido desdecirse o perder amigos por hacer lo que creía que debía hacer. Su historia es un rosario de traiciones personales e ideológicas que muchos no le perdonan y que está en el origen del mito del desencanto. Es una constante que empezó antes del gobierno, que ya se vio en la forma en la que desplaza a los jefes del PSOE en el exilio en 1972 y 1974, y que se repite una y otra vez: con la OTAN, con Nicolás Redondo y la huelga del 88 y con Alfonso Guerra, por ejemplo. Todos esos divorcios se explican como sacrificios necesarios para desarrollar el proyecto político. Quienes le tienen por un cínico puro lo entienden como traiciones trágicas para acaparar el poder. Vistas con perspectiva histórica, no importan sus motivaciones, da igual si tomó esas decisiones por compromiso con el bien común o por egoísmo: el hecho es que beneficiaron a la sociedad española y contribuyeron a asentar y consolidar la democracia. Un presidente más sentimental habría escrito otra historia, yo creo que peor.
¿Fue cruel Felipe González?
Sin duda, es uno de sus rasgos más constantes. Aunque casi todo el mundo le es leal, inspira una lealtad que he visto en muy poca gente.
¿Quién fue el más leal con Felipe?
Carmen Romero. Y creo que lo sigue siendo, pese a todo el dolor que le supone.
¿Crees que falta la narración de los hijos de la Transición después de tantas novelas y películas de los hijos de la Guerra Civil?
Está todo por escribir. No hemos hecho más que empezar.
Naciste en 1979: ¿qué piensa la generación de tus padres de Felipe?
Yo crecí en una casa antifelipista. Mis padres jamás le votaron y manifestaban hostilidad por el personaje. No eran militantes, pero sí muy simpatizantes del partido comunista, y esa es la tradición en la que yo me he criado. Yendo más allá, creo que la generación de mis padres se debate entre la nostalgia y el repudio, y entre el recuerdo de un tiempo esperanzador y el desencanto que lo estropea. Yo soy ajeno a esos dilemas, los veo con frialdad de observador, no me afectan.
¿Y los tus abuelos?
Mi abuelo era muy carrillista. Fue aquilatando una conciencia filocomunista y muy anticlerical anclada en los recuerdos de la guerra y en toda la literatura sobre la misma que le obsesionaba. Consideraba a Felipe y al PSOE unos traidores a la lucha democrática.
¿Y la tuya, nacida al final de los 70 y principios de los ochenta?
Quienes tienen opinión, en general, la tienen negativa. Se ha asentado una mitología que cuenta la transición como un compadreo de las élites franquistas y posfranquistas para diseñar una democracia ficticia. Ese es el relato dominante, aunque sospecho que es mucho más minoritario de lo que parece y, a la luz de los resultados electorales, tiene muchísimo menos tirón del que presume. .
Tenías tres años cuando llega al poder: ¿Lo hubieses votado de haber podido?
No. También tenía 17 años cuando se presentó por última vez. Me faltaban unos meses para poder votar, pero no lo habría hecho. Solo lo habría votado desde mi visión de cuarentón, como señoro que sabe cosas que aquel chaval no podía saber de ninguna manera.
¿Cómo crees que se verá lo del Gal en 10 años?
Más o menos como ahora. Tiene que pasar más tiempo para que la historia deje de vivirse con la pasión actual. Cuando muera Felipe, pase un tiempo, no queden ya protagonistas y el relato apele solo a la historia, y no a la memoria viva, se acomodará en un rincón menos vistoso del que ocupa ahora. Será una trama secundaria de aquellos años. Hoy es de las principales.
¿Qué le debemos a él de la sociedad que somos en 2022?
Te puedo decir lo que le debo yo, como hijo de la democracia: le debo la estabilidad de haber vivido toda mi vida en paz, resguardado por un Estado garantista y social. Le debo haber podido ir a la universidad, pues mi familia no habría podido llevarme con las condiciones previas a la reforma que impulsó en 1983. Le debo, por tanto, que estemos haciendo esta entrevista, pues no habría sido escritor en otra España, y le debo también hacerla sin dolor, gracias a un tratamiento carísimo para una enfermedad que no podría permitirme atender en un Estado sin la sanidad pública que impulsó su segundo gobierno. A algunos les parecerá poca cosa. Tal vez porque añoran una España en la que personas como yo no podían escribir libros ni participar en el debate público. A lo mejor les gustaba más el régimen censitario anterior.