Eider Rodríguez o deconstruir a un padre alcohólico: “Este libro es un conjuro contra la vergüenza”
Tras una carrera centrada en los cuentos, Eider Rodríguez se lanza a su primera novela, 'Material de construcción"
En ella disecciona a su padre, con problemas de adicción, para ir viendo cómo construyó su propia identidad
"La vergüenza es sin duda la emoción que más atraviesa a la hija de un alcohólico", explica la autora vasca
Eider Rodríguez (1976, Rentería) está considerada una de las mejores cuentistas del país. Lenguaje directo, amor por lo sucio, sequedad afectiva, ternura subterránea. Pero tras su último libro, algo pasaba. No podía escribir. Estaba bloqueada. Hasta que se dio cuenta: “Quería escribir sobre mi padre”, dice en nuestro encuentro en Madrid en la librería Tipos Infames, donde ha venido desde Hendaya a presentar ‘Material de construcción’, la novela (primera) que ha sentido en su estómago y en su cabeza durante años sin ser consciente de ello. “Descubrí que quería escribir sobre mi padre, su alcoholismo y cómo eso ha configurado mi identidad”, añade.
Su idea era saber por qué bebía su padre. No lo ha conseguido. Su idea era deconstruirle para ir construyendo a la protagonista. Sí lo ha conseguido. Y se ha llevado por el camino hallazgos muy interesantes: “Todo en esa niña estaba atravesado por la vergüenza, y este libro es un conjuro contra ella”, explica. Vergüenza de él, de llevar alguna amiga a casa, algún novio, de los tumbos por la calle. “Quería mirarle a los ojos y tener un diálogo imposible, porque murió en 2019, decirle cosas y que él me contase”, explica. “Luego me dio cuenta de que también era una carta de amor”.
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Su hermana pintora, que no tiene personaje en esta novela de no ficción (que no es un libro de memorias ni autoficción), ha sido la encargada de la portada. Y quien se encontró por casualidad en el garaje una caja de cartas que su padre guardó sin decírselo a nadie. Ni siquiera su madre Ana Mari, la fuerza y el humor del libro, sabía que estaban allí. Así que quizá sí que Eider ha conseguido ese diálogo que deseaba desde cría: la voz real de Juan Mari, sus expresiones y su modo de decir las cosas han podido ser parte también de su obra.
Todo, ubicado en la Rentería de los ochenta y los noventa: periferia industrial, olor a azufre, poteos, yonkis en los soportales, pelotazos y el independentismo quemando a cada poco la sede del Psoe (la más incendiada del País Vasco), a sesenta metros de su balcón. También ardía el monte de enfrente. Violencia, violencia, violencia. “Todo ardía. Ardía por dentro nuestra casa y también lo de fuera. He intentado no quedarme solo en lo íntimo, sino también en lo social. No solo es un duelo entre él y yo, sino un duelo de un pueblo concreto y una clase concreta. Esto sucedía de puertas para dentro de un piso de clase trabajadora de Rentería, pero también en un montón de pisos cerca”, explica.
Su familia tenía además una empresa de azulejos y materiales de construcción de todo tipo (de ahí el nombre) en pleno boom inmobiliario, cuando los últimos solares de las periferias y las costas se fueron llenando en masa de edificios. Aunque tras el esplendor, llegó su decadencia. "A veces mi cabeza unía el declive de mi padre y de la empresa de construcción familiar", explica.
¿Cómo nació esta aventura de hablar a tu padre?
Escribo por impulsos. Terminé un relato y no encontraba el impulso, estaba sin ganas. Me di cuenta de que quería escribir de mi padre. Un día se lo conté a mi editora y me dijo: 'pues escribe'. Y yo dije: 'pues claro'. Muy sencillo, a lo vasco (risas). Al día siguiente compre un corcho, cartulinas y chinchetas y ya estaba el mapa.
¿Estaba en el inconsciente?
Totalmente, soy super lenta con los relatos. Es la primera vez que me pasa esto. Ha sido un proceso no divertido, pero sí gozoso.
¿Cómo es ser la hija de un hombre alcohólico?
Ha conformado y ha configurado mi identidad. Se habla de ello en el libro: intento ver qué es un borracho y qué es ser su hija, cuando esas palabras apenas dicen nada. Hay algo que atraviesa todo y es la vergüenza, eso sí. Es un tema que me ha marcado: tener vergüenza de ti, de tu entorno, no invitar a nadie a casa para que no vea quién eres realmente… Al final es como vivir con un disfraz. Disimulando.
Es más compleja de lo que parece la vergüenza
Desde luego. Hay también una vergüenza de doble filo, porque de niña ese personaje proyecta su vergüenza sobre los demás, intenta avergonzar a otra gente que cree que es más paria que ella en su imaginario. Y sobre su padre: quiere que él se avergüence también de quién es para que deje de beber. La vergüenza es sin duda la emoción que más atraviesa a la hija de un alcohólico.
La vergüenza es sin duda la emoción que más atraviesa a la hija de un alcohólico
Es un tema que ha marcado además a toda una generación
Es como invisible. En el País Vasco, beber socializando es lo normal. Si tienes horario partido, se hace el poteo antes de ir a comer y al salir también, muchas veces hasta caer rendidos y rendidas. La parte bonita es que se socializa y la fea es que muchas veces el alcohol sustituye a los amigos: les da igual con quién estén, que lo importante es el siguiente vino.
Estaba muy integrado además que no es lo mismo ser un yonki que un borracho
Eso es, está tan integrado incluso en la ayuda institucional que no había tanto problema en decir mi primo o mi hermano es heroinómano, pero era diferente decir que era alcohólico, porque es algo de lo que no se habla en las familias. No quiero decir que no sientan vergüenza las familias de la heroína, pero sí creo que se entiende mejor paradójicamente la adicción a la heroína que al alcohol.
Hay una imagen muy interesante cuando cuenta que arde periódicamente la sede del Psoe en Rentería
Sí, la veíamos arder desde el balcón. Y el monte de enfrente también. Había fuegos por todos lados. Sí que me interesaba plasmar toda esa violencia, contra sí mismo de mi padre y la violencia político policial del conflicto vasco. Incluso una un poco más soterrada del ‘nosotros’ y ‘vosotros’, en el que no se sabía muy bien quién era uno y otro: una convivencia hostil. Sí tengo el sentimiento de haber pasado una adolescencia y una juventud en un lugar hostil. Hoy en día ya no es tan así.
¿Le vas deconstruyendo para construirte a ti en el libro?
Con los mismo pedazos. He ido deconstruyéndole a él para, con esas mismas piezas o materiales de construcción que le iba quitando, ir construyendo la identidad de niña protagonista.
Está deseando todo el tiempo que él la mire
Ni la mira ni le ve, nunca está. En este sentido el libro ha sido una manera de mirarle de frente y de hablar con él en un diálogo imposible, claro, porque está muerto [murió en 2019 de un ictus].
¿Te hubiese gustado decirle algo que no le dijiste?
Me hubiese gustado decirle muchas cosas estando vivo y consciente, porque se las dije inconsciente. Pero bueno, se las he dicho ahora.
¿Te has liberado?
Sí. Es un conjuro contra la vergüenza. Estos días dando entrevistas me he dado cuenta de que la traducción al castellano, no el escribirlo en euskera, me ha servido para acercarme. Y sí, he sentido que cerraba un duelo. Esto es una novela biográfica, no hablo de personas, sino de personajes. Pero al autotraducirme al español les he puesto a esos personajes la voz y las palabras en su idioma, porque mis padres no sabían euskera, así que de alguna manera ha sido hacerles personas de nuevo. El libro en euskera ha sido crear un artificio para poder hablar de esto con la suficiente distancia y el libro en castellano ha sido volver a acercarme y soltarlo. Ha sido un proceso de duelo precioso.
¿Qué te ha resultado lo más difícil?
La primera línea. Me costó mucho. Lo tenía todo listo con colores y decisiones, pero ese salto tardó. Era la de dedicatoria: “No eres tú quien hablará; deja que el desastre hable por ti, aunque sea por olvido o por silencio (Maurice Blanchot)
Tenías ganas de soltarlo todo, ¿no?
Sí, es como si lo hubiese tenido ahí atascado. Pero escribirlo ha sido muy libre.
No hay en ningún momento la posición de víctima
No me interesan nada las posiciones de víctima. Supongo que tendré ahí mi trauma con ello, pero no me gusta. Me parece que es paralizante, bloqueadora, que te instala, no se puede contestar, que impide el diálogo. Entonces nunca me interesa esa posición, ni en mi como escritora ni en la vida. No se puede mercadear con el dolor. Cada vez me chirría más, me parece que se usa para establecerte en ese dolor y ya, pero bueno, ¿ahora qué? Es mucho más interesante avanzar o desde luego moverte de dónde estás.
¿Tú te has movido?
Sí. Al escribir la sinopsis me di cuenta de que estaba escribiendo una historia de amor. Es una historia triste, pero también hay luz. Y están las cosas que no le dije, unas buenas y otras malas, pero en esa balanza no sale mal parado.
En un momento del libro dices algo tipo: “Le he dicho a mi hermana que no va a estar en el libro, no le va a gustar. Le he dicho a mi madre que va a salir, no le va a gustar”. ¿Qué ha dicho tu madre?
(Risas) Mi madre aún no lo ha leído, no sabe euskera y en castellano acaba de salir. Pero vaya, lo tiene y supongo que lo lea. Ella ya sabía que yo iba a escribir de esto y había un consentimiento implícito. Mi madre ha sido un pilar fundamental en mi vida y la fuerza: un huracán. Es la luz fundamental para mí y el humor y la tozudez para seguir hacia adelante.
¿Tu hermana lo ha leído?
Fue una de las primeras lectoras. Lo leyó, le removió… No meterla fue por razones literarias, tenía que justificar algunas escenas más con una niña 8 años menor. Y supongo que para protegerla, porque esta es mi historia. Ese trozo que has leído por ejemplo no está en el libro en euskera. Mucha gente me lo ha preguntado por qué no está. Ella ha pintado la portada, está en la piel del libro.
¿Qué piensas que diría tu padre del libro?
“Está bien” (risas).