Juan Vilá, sobre la juventud de los noventa: "Fueron años salvajes, con un hedonismo casi suicida"
El escritor publica ‘Tan difícil como raro’, una novela que echa la vista atrás desde la cincuentena
Basado en gran parte en hechos biográficos, pone la lupa en un grupo de amigos que empieza a estudiar filosofía
Amor, fiestas, nihilismo, placer, desencanto... hasta que uno de ellos decide suicidarse y todo cambia
“Nosotros, lo repetiré una y mil veces a lo largo de este librito, éramos una panda de gilipollas”, escribe Juan Vilá (1972) al comienzo de ‘Tan difícil como raro’ (Anagrama), una novela que echa la vista atrás, hacia aquellos noventa de “decepción y desencanto” que siguieron muy deprisa al entusiasmo La Movida, y se fija en un grupo de amigos que comenzaron a estudiar filosofía entre el nihilismo del momento y lo salvaje de la juventud. Basado en gran parte en hechos biográficos, todo iba de pasarlo bien hasta que uno de ellos decidió suicidarse.
Como un detective descreído de lo íntimo, Vilá mira atrás desde el presente para intentar descubrir no sabe muy bien qué sobre su amigo. Sobre por qué Roberto, su mejor amigo en la veintena, decidió matarse. Quizá solo el hecho de volver desde la madurez a aquel suceso que marcó la vida de todo el grupo ya consuele. ¿Por qué unos se salvan y otros se rompen? ¿Qué es eso que lo cambia todo?
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Pero también habla del amor, del sentido de pertenencia, de las fiestas, de las ganas. De quiénes fueron esos que nacieron en los setenta, disfrutaron del esplendor de los noventa y se desmoronaron con el nuevo siglo. “Fueron años muy libres y salvajes. Todo ese desencanto del que hablaba antes provocó un hedonismo casi suicida. Es ese espíritu que Mañas llevó al extremo en sus 'Historias del Kronen'. La rebeldía también se quedó ahí y no fue a ninguna otra parte”, explica Vilá. Preguntamos más sobre esa generación que ahora ronda los 50.
¿Qué has querido contar en 'Tan difícil como raro'?
Parte de mi juventud, y la de algunas de las personas que más he querido y que han tenido destinos muy trágicos.
Gloria, Manuel, Bea, Roberto, Ana: ¿cuánto de tu biografía hay en este grupo de amigos de filosofía?
Los personajes de Ana y Roberto son reales. Yo también me identifico bastante con ese Juan que cuenta la historia. Pero quizá los demás me los haya inventado. Que cada uno lo interprete como quiera.
¿Los grupos de amigos de los 90 estaban hechos de una pasta concreta?
Hay una base que es siempre muy parecida en la juventud. Es un momento en el que entablas relaciones muy intensas, quizá porque aún estás a medio hacer. Me gusta decir que nunca he estado ni estaré tan cerca de nadie como de Ana y de Roberto, lo que no significa que les haya querido más que a otras personas, pero sí habla de un tipo muy determinado de relación que luego no suele repetirse.
¿Cómo era esa generación de veinteañeros que retratas que seguía a La Movida?
Teníamos muy poco que ver con ese entusiasmo de la Movida. Creo que los noventa fueron años de decepción y desencanto, de un cierto fatalismo, sin grandes certezas políticas —ni tampoco interés por el tema— después de la caída del Muro de Berlín, con la primera guerra del Golfo en marcha y la de la antigua Yugoslavia, que fue de una crueldad tremenda. Con la gran crisis del 93 después de las olimpiadas de Barcelona y la Expo. Son los años del grunge, de Kurt Cobain volándose la cabeza, de cierta angustia y cierto nihilismo. O así es como lo recuerdo yo.
Todo va de pasarlo bien hasta que uno se suicida. ¿Cómo influye un trauma así en el futuro de un grupo de amigos?
En un primer momento, ese golpe tan tremendo sirvió para unirnos a todos. Como digo en la novela, corrimos a buscar consuelo y protección en la manada. Luego el grupo se acabó desintegrando, en parte porque es ley de vida, pero supongo que también por una necesidad de distanciarse de la tragedia y seguir adelante. Me gustaría, de todas formas, creer que parte de ese vínculo aún sigue vivo, aunque sólo sea como el reconocimiento de que en una situación tan difícil todos estuvimos donde tenías que estar e hicimos lo que teníamos que hacer.
¿Por qué crees unos se salvan y otros se rompen?
No tengo ni idea y le he dado muchas vueltas al tema. Nadie en realidad lo sabe y quien diga lo contrario es un farsante. Odio la palabra resiliencia. Creo que es la forma más fea de nombrar el misterio.
¿Crees que los ochenta y la Movida se mitificaron?
Sí, y no termino de entenderlo. Imagino que es una idealización basada en las canciones de la época.
¿Cómo ha aprendido el amor la generación de los nacidos al principio de los 70? Ensayo y error, supongo. Aunque eso no funciona cuando repites siempre los mismos errores.
¿Para siempre como el de sus padres?
Eso fueron más bien nuestros abuelos. El divorcio se aprobó en España en 1981. Nuestros padres ya nos enseñaron que el para siempre suele ser una excepción.
¿Cómo se trataba la enfermedad mental en los 90?
A veces me da la impresión de que caemos en cierto adanismo al hablar de salud mental. Como si todo lo acabáramos de inventar ahora. Nací en el 72 y ya había un psicólogo en mi colegio, como conté en mi novela 1980, que me diagnosticó dislexia. Con 13 años tomé por primera y última vez en mi vida antidepresivos. Woody Allen lleva, al menos, desde los setenta haciendo películas sobre sus traumas y nadie ha popularizado tanto el concepto de terapia, incluso le dio un toque de sofisticación y lo convirtió en algo deseable. El estigma yo creo que cayó entonces y en los noventa la gente hablaba de depresión, ansiedad, se cogían bajas por estos temas, iban al psicólogo, etc. Los que podían pagárselo, claro. Ahora, en todo caso, hay una mayor demanda y es mucho más caro. Quizá no hayamos descubierto nada sino que estamos empeorando.
¿Cómo hace las paces uno con sus muertos?
Yo procuro no olvidarles y, sobre todo, seguir queriéndoles.
¿Qué le dirías a aquel veinteañero de los 90 que fuiste desde lo que sabes ahora?
Nada será como esperas, lo que no significa que siempre vaya a resultar horrible, pero sí distinto. Y sobre todo, resiste. No hay grandeza alguna en lo contrario.
Dices que esa generación se desmoronó con el nuevo siglo. ¿Por qué?
Algunos se desmoronaron, y de esos son de los que yo escribo. Pero la mayoría no, y ahí siguen. O ahí seguimos. Yo tampoco me he desmoronado. Y si lo hice, encontré la forma de levantarme.
Un deseo para tu generación en 10 años.
En lugar de uno, pediré tres, como si fueras el genio de la lámpara: que no duela mucho, que no duela todo, que no duela siempre.