Le gustaban la naturaleza, la tranquilidad, la brisa marina y la cerveza, es decir que Tolkien podría haber sido un hobbit. En el supuesto de que un hobbit hubiera tenido la capacidad de inventar mundos tan minuciosamente detallados que hay quienes se pasan una vida estudiando sus libros -'El Silmarillion' sería algo así como El Antiguo Testamento, en este mundo paralelo- y aún así trastabillan.
El legado literario del lingüista, filólogo y profesor John Ronald Reuel Tolkien (1892- 1973), no sería, hay que reconocerlo, tan universalmente popular hoy en día sin la trilogía cinematográfica de Peter Jackson, que a principios del milenio llevó a nuevas dimensiones las aventuras en la Tierra Media de elfos, enanos, orcos, magos, hombres y los anillos de poder.
Aunque en el empaque de una serie de novelas de aventuras y cuentos de fantasía, la totalidad de la obra de Tolkien es en realidad una gran fábula moral. Hay que tener en cuenta el contexto en el que fueron escritos 'El Hobbit', 'El Señor de los Anillos' o 'El Silmarillion'. Tolkien pertenecía un grupo de profesores de Oxford autodenominados los Inklings, de profundas convicciones cristianas. Otro miembro del grupo era, por ejemplo, C.C. Lewis, autor de 'Las crónicas de Narnia', que es otra gran alegoría religiosa. Pero esa es otra historia.
En ese ambiente de grandes reflexiones espirituales y moralizantes es que Tolkien empezó a tramar la historia de un pequeño ser capaz de disfrutar de los placeres de la vida, pero de una bondad intrínseca: un hobbit. Fue a partir de esa pequeña semilla, que Tolkien cultivó un universo entero. Pero no se quedó en las alegorías y enseñanzas del cristianismo, sino que como buen lingüista y conocedor de las raíces culturales que se esconden en las palabras, incorporó a su creación mucha de la cultura antigua europea, lo que conocemos como paganismo.
Pensado en principio como una continuación de 'El Hobbit', el 'Señor de los Anillos' ocuparía las siguientes tres décadas en la vida del autor, y establecería las líneas generales de la historia la Tierra Media, el continente en el que transcurrían las aventuras de los personajes de distintas razas que la habitan. Los elfos son como ángeles, blancos, bellos, puros; los orcos como demonios, oscuros, retorcidos, malévolos; y los hombres son, bueno, como hombres. Y ansían por encima de todo el poder.
El asunto es que ese continente llamado Tierra Media requería estar en un planeta, y esa planeta en un universo. Y sus razas y criaturas requerían un origen. De esa manera Tolkien empezó a trabajar en 'El Silmarillion' (publicado ya póstumamente), que más que una novela es una especie de Biblia que cuenta el origen espiritual de todo aquello.
Semejante construcción arquetípica le sirve a Tolkien para contar a su manera el universo, con sus guerras (el mismo había combatido traumáticamente en la I Guerra Mundial, que como se sabe fue una especie de infierno en la tierra), sus monstruos y sus héroes tentados por el mal pero finalmente capaces de resistirlo o redimirse. Personajes como el popular Gollum, no fueron concebidos para el merchandising sino como una metáfora bastante despiadada de la degradación humana ante su propia ambición. Lo mismo que los orcos, que algunas ves fueron Elfos pero fueron torturados y mutilados hasta convertirlos en seres más monstruosos por dentro que por fuera.
La popularidad el libro en los 60, tuvo que ver precisamente con una lectura espiritual del mismo, interpretándolo como una alegato en favor de la vuelta a la naturaleza, a la paz, el amor y la hermandad. Los hippies eran la auténtica comunidad del anillo. Con la pérdida de esas aspiraciones pacifistas y el auge del capitalismo de consumo, el libro fue desdeñado ideológicamente y pasó a la categoría de fantasía. No fue sino hasta el nuevo milenio, con el resurgir (necesario) de la cuestión ecológica, que volvió a conectar con esa parte del interés público. Peter Jackson y los efectos especiales se encargaron de hacer el resto.