John Banville: "Nunca he conocido a un hombre adulto, todos van buscando a su mamá"
El escritor irlandés visita Madrid con nueva novela negra bajo el brazo, 'Las hermanas Jacobs'
Banville ha matado a su alter ego para las obras de crímenes, Benjamin Black, en todos los países menos en España
Premio Princesa de Asturias (2014), Booker (2005) y Kafka (2011), suena como candidato al Nobel
Pide una copa de vino, siempre blanco, que irá tomando a sorbos cortos tras cada respuesta. Como una especie de ritual en la entrevista: reflexión profunda, broma que desactiva la solemnidad, sorbito. Y así. A veces la broma se cambia por una anécdota ligera, pero nunca se deja en la conversación solo el peso. Eso no. Para un irlandés de Wexford del 45 eso es “tomarse demasiado en serio” y, tal y como nos cuenta en un hotel de grandes ventanales del centro de Madrid, donde ha venido a presentar 'Las Hermanas Jacob', su última novela, “no hay nada peor que creerse un genio”. Y menciona a otros que no tuvieron ese cuidado: Picasso y su admirado Joyce, por ejemplo. También Sinatra, que suena de fondo en el bar: “Era un tipo horrible”, añade brindando.
Una especie de juego dialéctico dual, el de la profundidad y la ligereza, que ha trasladado incluso a su propia literatura, creando un alter ego, Benjamin Black, para la saga de novela negra que comenzó hace casi dos décadas. Es decir, tampoco se deja solo al escritor profundo de ‘El Mar’ o ‘Las singularidades’, obras que supusieron un punto de inflexión en su carrera y que le han hecho sonar en las quinielas para el Nobel, sino que se mezclan, sin agitar, con el detective descreído. Uno y otro, John y Benjamin, le han servido durante años para ir entendiéndose, dice, hasta que decidió matar al segundo, dejándole vivo solo en España, donde sus misteriosos crímenes son seguidos por miles de lectores.
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Puede que, a sus 77 años, tras un Premio Princesa de Asturias (2014), un Booker (2005) o un Kafka (2011), tras dos matrimonios y cuatro hijos, y a pesar de que esté seguro de no haber conocido “nunca un hombre adulto", uno que no "busque a su mamá como si tuviese 5 años”, esté preparado para ser, sin complejos, los dos al mismo tiempo. “Como Doctor Jekyll y Mr Hyde”, añade sardónico.
¿Quién es John Banville?
Ni idea. La persona que escribe los libros que hayas leído deja de existir cuando me levanto del teclado. Así que para los dos es una persona igual de misteriosa.
¿Y quién es Benjamin Black?
Un tipo que está muerto (risas). Solo sobrevive en España, en el resto de países lo he matado. En realidad no tendría que haber escrito bajo un pseudónimo, fue una tontería, tendría que haber dicho desde el principio que me apetecía escribir novela negra en lugar de solo una intensa obra posmodernista y punto.
¿Es verdad que cuando escribes como Banville apenas llegas a dos párrafos en una mañana y con Black te haces tres páginas?
¡Dos frases, no dos párrafos! Totalmente cierto. Lo cual es fantástico, porque una oración es una cosa muy complicada que tiene mucha chicha y me encanta concederle su espacio.
¿Uno es para las cosas que te hacen sufrir y otro para pasarlo bien?
Escribo también críticas, artículos, cartas… Cada vez soy una persona diferente, pero todas soy yo. De ahí viene lo de Doctor Jekyll y Mr Hyde, Stevenson tenía esas ansias de separarse de sí mismo y ser otro siendo los dos. Ojalá pudiese yo ser otro.
¿Qué otro?
(Se lo piensa) Cataros, el gran poeta romano. Pero seguramente me habría tocado ser el emperador Calígula (risas).
¿Cuál de los dos, John o Benjamin, te hace sentir más joven?
Buena pregunta. Supongo que las novelas negras te dejan jugar más y tienes menos responsabilidad. Personajes, tramas, todo es más entretenido. Siempre digo que empecé a escribirlas como un juego superficial, pero pensándolo mejor ahora creo que sobre los 50 necesité ir en una dirección distinta para liberarme de mí mismo.
¿Cuando detectas que te estás tomando demasiado en serio activas el sentido del humor?
Van por ahí los tiros. Como no me conozco, tampoco puedo pretender que me conozca nadie más. El humor es una forma de explicarme a mí mismo ante mí pero también alejarme de los demás. No hay nada como un buen chiste para separarte y tomar distancia del otro. Mi primera mujer, que era de Estados Unidos, cuando nos conocimos en los años 70 vino a Dublín a verme y fuimos a cenar con unos diez amigos, que hablaban de política con mucha seriedad. Se levantó uno muy vehemente, una especie de macho Alfa, y tras un discurso enorme, dijo: ‘Estos son mis principios, si no os gustan, tengo otros’. Y todos explotamos en risa menos ella, que no entendía nada. Le dije: ‘cariño, bienvenida a Irlanda, aquí somos capaces de hacer lo que sea para hacer reír”. El humor es una cosa muy seria: protege contra esa solemnidad, contra el peligro de tomarte demasiado en serio.
No te gusta la solemnidad
Detesto la idea de los grandes hombres. No existen, solo existen los grandes hechos. El individuo siempre es como ese personaje del Mago de Oz que tenía un vozarrón enorme y luego lo manejaba un hombre muy pequeñito. No soporto esa cosa pomposa de creerte una figura única. Soy un gran amante de James Joyce, pero se obsesionó con él mismo y eso es despreciable.
Hablando de Joyce, ¿es cierto que quisiste ser escritor desde que leíste ‘Dublineses’ en el colegio?
Totalmente. Fue un punto de inflexión. Mi hermano me lo dio y descubrí que el arte podía concederme una vida mejor que la que tenía. Inmediatamente comencé a escribir imitaciones horribles de Joyce. Años después, metí todo en una caja y lo tiré a la basura.
¿Todo?
Todo, fue una evolución importante. Tenía veintitantos y necesitaba liberarme. Lo volví a hacer después: estuve en Iowa en los ochenta y compré unos cuadernos preciosos de tapa dura y un día los quemé en la chimenea al volver a Irlanda. Un amigo me dijo: ‘¿qué habrás escrito ahí que te avergüenzas de ello?’. Pero no: solo sabía que tenía que destruirlos.
¿Tuviste una infancia feliz?
Mucho. Era el favorito del profe, lo pasé fenomenal, lo cual es una cosa funesta para un artista, lo peor que le puedes hacer.
Cuando te llegó el tiempo de la universidad decidiste no ir
Me fui a trabajar para una aerolínea espantosa, un trabajo de oficina pero que me permitía viajar barato por todo el mundo. Recuerdo un vuelo de Londres a San Francisco en primera en Lufthansa, cuando ir en primera era otra historia, por 2 dólares. Esa fue mi universidad. Mi madre quería que fuese arquitecto. Me dijo: ‘Si vas a ser artista, sé uno en el que gane dinero al menos’. Pero yo lo que quería era largarme y ser libre. Quizá fui impaciente, me hubiese gustado esos tres o cuatro años bebiendo, haciendo casi nada, enamorándome de chicas.
¿Por qué crees que en tus libros suele haber hijas únicas?
¿Las hay?… Es verdad, pero no intencionado. Cuando falleció mi primera mujer, hace dos años, mi hija de 34, que no es su hija sino de mi segunda mujer pero eran muy amigas e íbamos de viaje a menudo juntos, la admiro muchísimo, me dijo hablando de sus parejas: lo que pasa con los hombres es que ya están cogidos, o son gays o son espantosos.
¿Estás de acuerdo?
Sí, los chicos de ahora son muy inseguros y por eso son groseros, toscos. Nunca he conocido a un hombre adulto, uno que haya crecido de verdad, van buscando eternamente a su mamá. Y allá arriba Dios diciendo: ‘a ver cuándo crecéis de una vez’. Mi hermano, que es mayor que yo, me dijo una vez que se hizo maestro de escuela para poder seguir en el colegio (risas).
¿Y tú crees que has crecido?
Tampoco. Pero eso es bueno cuando eres artista. Te ayuda. Baudelaire dijo que ser un genio consiste en poder llamar a la infancia a voluntad. Piensa en Picasso: son dibujitos de niño, algunos maravillosos, pero infantiles. Él mismo decía que con 15 podía dibujar cualquier cosa, pero que decidió luego conscientemente hacerlo como un crío. La verdad es que Picasso era un gran fraude. Un buen amigo suyo dijo: ‘Pablo antes era buen pintor, pero ahora es solo un genio’. Si lo piensas bien es muy profundo: ‘volverse’ un genio. ¿Quién quiere eso? Es muy difícil mantener el sentido del humor y serlo al mismo tiempo.
¿Cuál crees que ha sido la mejor década de tu vida?
Finales de los sesenta hasta finales de los 70. Me fui a California, un chico irlandés que nunca había visto un aguacate ni una chica desnuda, y de repente el mundo era una promesa abierta. ¡Una especie de segunda infancia con chicas! Y empecé a aprender que podía escribir. Todavía vivíamos en esa celebración de que había acabado la segunda Guerra Mundial. Mi hijo mayor tiene 50 años y la más joven 26, para ellos la vida se ha vuelto complicadísima, muy diferente. Una de las pocas cosas que me reconcilia con ser mayor es ver las vidas que tienen ahora mis cuatro hijos.
¿Te parece que era más sencilla tu vida entonces que la de ellos ahora?
Sí. Solo teníamos una cosa que temer: la gran bomba. Recuerdo cuando la crisis de los misiles cubanos, tenía unos 16 y fui con mi madre a una exposición de aficionados en Wexford. Pensaba: mañana podría estar muerto y estoy viendo estas pinturas espantosas con mi madre sin salir de mi pueblo (risas).
Princesa de Asturias, Booker, Kafka… ¿qué premio te ha hecho más ilusión?
No lo digo porque esté en España, pero la Princesa de Asturias. Fue maravilloso, lo pasé muy bien, discursos cortitos de 3 minutos, esa Reina Letizia que me cayó fenomenal… Odio las ceremonias que duran mucho. El Booker fue horrible, aburridísimo, mi editora tensísima. Hasta tres horas después de entrar no mencionaron el ganador y yo pensé lo primero: cuánta gente me odiará en este momento (risas).
¿Un deseo para los próximos 20 años?
Volver a vivir: lo haría todo igual. La vida es fabulosa, con todos los errores y fracasos. Estaba celebrando el otro día los 40 años de una persona muy famosa que no voy a decir quién, y le dije: ‘Vive, vive todo lo que puedas, no tienes ni idea de lo rápido que se llega de los 40 a los 70. Has estado hasta ahora ascendiendo por la montaña, después vas cuesta abajo por la misma ladera. Coge todo lo que te ofrezcan, échate una amante, todo. Agarra la vida y vívela toda’.