Gabriela Cabezón Cámara: "Sería divertido un ejército de Monjas"
Tras, el éxito de 'Las aventuras de la China Iron', la escritora argentina recrea en 'Las niñas del naranjel' las peripecias de Catalina de Erauso, la Monja-Alférez
A través de la voz de Erauso, Cabezón Cámara cuenta episodios sangrientos de la conquista y restituye la ternura en tiempos de extractivismos salvajes
Conversamos con la autora sobre el trasfondo de un libro que la consolida como una de las voces más originales de la literatura en castellano
Utopía: la ferocidad conquistadora de Antonio -la Monja-Alférez- se disuelve como una nube negra que se hace lluvia en plena selva. Choca con las voces de una niñas guaraníes, con la lealtad animal de una manada, con el no tiempo que ocurre entre follajes. En 'Las niñas del naranjel', la escritora argentina Gabriela Cabezón Cámara (1968) opera nuevamente sobre historias conocidas, como hiciera en 'Las aventuras de la China Iron' al revisar el 'Martín Fierro' y en el a toda la literatura gauchesca y sus pulsiones. Pero esta vez se centra en la figura histórica de Catalina de Erauso (San Sebastián, 1585 o 1592-México, 1650), que fuera conocida como Monja-Alférez porque desde los 15 años, cuando huyó del convento en el que la había internado su familia, vivió una vida de varón: como paje y peón en España, como grumete en altamar, como conquistador y exterminador de indios en América.
Revisado en múltiples ocasiones desde los estudios de género o los decoloniales, el personaje es de una complejidad que Cabezón Cámara resuelve desde un ejercicio profundamente literario: la palabra, la escritura, no solo relata el mundo sino que lo transforma, aboliendo todo sentido moral de la veracidad histórica.
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Hablar con la autora -activista medioambientalista, feminista, intelectual- es aterrizar necesariamente en el presente esos asuntos.
¿Cómo te interesaste por el personaje de Erauso?
A través del amor. Fue hace unos dieciocho años. Estaba en la casa de una novia que tuve y a la que quise mucho. Ella tenía en el salón una acuarela de un artista argentino que se llama Fermín Eguía y había una persona como en gesto de asesinar a alguien con una lanza y tenía una armadura dorada. Y abajo decía la monja alférez. Me llamo la atención por lo obvio: armadura y monja no suelen ir juntas. No sé por qué, la verdad, sería divertido un ejército de monjas.
Y te quedaste con el personaje...
Me quedé con el personaje por ese contraste, investigué un poco quién era y descubrí que tuvo esta vida alucinante que era como una especie de picaresca del horror conquistador... No sé, es como un lumpen de la conquista. Ni siquiera es un buen ciudadano colonial. Y me quedó todo eso ahí flotando. Además mi última novela, la anterior a esta, terminaba en la selva y tuve esta especie de 'llamado de la selva'.
¿Hoy podría existir un personaje tan transgresor como Catalina de Erauso?
Son contextos históricos muy diferentes, con jerarquías de valores muy distintas a las nuestras. Lo único que libra al personaje de la hoguera es que tenía himen. Ahora no terminaría en la hoguera, pero tampoco zafaría.
¿Te interesaba especialmente el tema de la conquista?
Sí, me interesa por lo que fue históricamente y por lo que es en la contemporaneidad, que es tremendo, porque tenemos estados colonizados y coloniales...
¿Lo colonial existe en nuestros días?
No para nunca, sigue sucediendo y funciona igual que siempre.Cada vez que lees que en mi país se ha encontrado litio o plata o petróleo, eso significa que van, como mínimo, a desplazar o despojar de sus tierras a un pueblo originario.
Además del asunto del colonialismo, está el tema del género.
Sí, pero en la novela no tiene especial relevancia.
¿Dices más allá de que el personaje sea una persona que ha transicionado?
Es que en el presente de enunciación de la novela eso no tiene importancia, porque él está en una selva con dos niñas, un perrito, una perrita, dos caballos y dos monos, a nadie le interesa la cuestión del género. Él ya tiene 30 años de ser él. Hay una carta en la que habla de esa transformación, pero después él es como una especie de camaleón, va cambiando de nombre, de historia de identidad, de pertenencia constantemente. El personaje tiene algo de vertiginoso en esta determinación de mantenerse en su deseo cueste lo que cueste, algo que resulta muy interesante en términos narrativos.
¿Cómo así?
Por ejemplo, me permitía pensar dos velocidades: toda la parte de la carta a la tía, que es como la parte autobiográfica (si le creemos lo que dice), es como una catarata que cae a toda velocidad y con mucha fuerza en esta otra parte que es la de la manada en la que vive, de la que se ha hecho parte.
¿Hay una intención de retorno al la tribu?
Él no retorna porque no la tuvo nunca. Y para poder llegar allí tiene que pasar por unas cuantas transformaciones más. Sí diría que hay una exploración de la posibilidad de eso.
¿Y cuándo te decidiste a empezar a escribir su historia?
Apenas terminé 'Las aventuras de la China Iron'. Luego fue todo también vertiginoso porque vino la pandemia... Allí hice lo que pude, lo intenté. Al final me tomó como cinco años y medio porque no le encontraba la música, o eso que lo hace ser una pieza y no tres. Y era difícil salir también de lo oscuro.
¿Por qué lo oscuro?
Porque yo milito en socioambientalismo, milito contra el extractivismo, que para mí es sinónimo de militar contra la colonialidad. La cosa para los latinoamericanos y los africanos está muy oscura en ese sentido. Entonces me era difícil articular algo que fuera una ficción y no un grito de odio. Me costó mucho pasar eso, creo que fue solo con las voces de las niñas que pude hacerlo.
La novela está llena de naturaleza, ¿la escribiste en contacto con la selva?
Lo que más me sirvió fue ir a la selva, sí.
¿El Amazonas?
No, es una que se llama Selva Paranaense o Mata Atlántica. Es la selva que iba desde el norte de Argentina hasta Río de Janeiro como mínimo. Ahora queda más o menos un 7% de lo que fue, pero es bellísima. Fui con un fotógrafo naturalista, Emilio White, que es un genio. Bueno, para ver lo que ve Emilio tienes que ir a un lugar y quedarte quieto, sin hablar sin moverte, sin siquiera mirar de frente para ver si aparece un animal, porque tenemos una mirada muy predatoria nosotros. Y asustamos. La mirada más amorosa de un ser humano es predatoria para un animal.
¿Cuánto tiempo pasabas en esa quietud?
Fueron horas y horas de estar quieta. Al principio me quería morir de la ansiedad, hasta que un día que estábamos esperando que viniera un tapir a un barrero (un lugar donde hay agua con arcilla que tiene sal), un lugar de dos metros de largo por 70 cm de ancho, todo lleno de follaje, lleno de garrapatas... y yo casi me muero. Eso fue el primer día, pero el segundo me puse a mirar entre las hojas y ¿viste que sobre las superficies de agua tranquila hay como una especie de bichitos que hacen como una nube? Bueno, como estuve horas mirando, me di cuenta que se levantan, patinan sobre la superficie del agua casi sin tocarla, sin mojarse...
Y generan ondas...
Sí, pero yo pensaba que como eran miles de bichos, los círculos que creaban en el agua se iban a chocar unos con otros y se iban a romper, pero no, pasan unos sobre otros sin romperse... No entiendo cómo puede ocurrir algo así. Debe haber una explicación desde la física, pero yo no la sé. Qué se yo. O sentir la vibración de las alas de un colibrí... Es algo muy hermoso.
¿Y este tipo de observación tan precisa, tan meticulosa, tan paciente, la trasladaste a la escritura?
Lo intenté. Cuando volví, reescribí todo lo que había escrito sobre la selva.
¿Es imprescindible este tipo de trabajo de campo para escribir?
No. En este caso podía porque era accesible económicamente. Pero necesario no es. O sea, si hubiera escrito una novela que pasaba en Kuala Lumpur me la iba a tener que inventar. De hecho ni siquiera hubiera sido necesario ir a esta selva si yo hubiera sido capaz de ese grado de concentración, de presencia y de ausencia a la vez, pero yo solo fui capaz allí, antes no.
Hablemos un poco de lo que está ocurriendo en tu país... Hay quienes piensan que Milei es un personaje absurdo, pero otros piensan que es más bien peligroso...
Parece más peligroso que absurdo, sí. Y aparte lo absurdo lo va perdiendo con los días, porque te acostumbras, y eso es muy fuerte. Lo que era como un grotesco, otra vez la picaresca loca o enloquecida, termina siendo el presidente de tu país. Es un golpe. Como si nos hubieran tirado algo muy pesado encima. Lo que dice que va a hacer, su plataforma política es tremenda, de un neoliberalismo furioso.
¿Es siquiera posible hacer las cosas que dice que va a hacer?
No lo sé. Menem hizo cosas parecidas hace no tanto. Y sobre la base de un país menos roto, pese a que tampoco estaba bien. Depende las alianzas que haga, de la presión que haga la gente en la calle, depende de la propia reacción del 56% de gente que lo votó.
¿Es un giro brutal a la derecha por parte de los argentinos?
No creo que esa gente haya abrazado el fascismo, me parece que lo que abrazaron fue la idea de que todo vuele por los aires.
¿Cómo describirías en una palabra cómo está la clase cultural argentina con respecto a este tema?
Impacto. Es un shock. Se está viendo qué pasa. Hay como un repliegue reflexivo para tratar de entender y pensar. La crisis anterior de la Argentina en 2001 se resolvió por centro izquierda, y esta se ha resuelto por ultraderecha. Es un dato que hay que pensar.
Y sobre el tema queer ¿cómo dirías que ha evolucionado en los últimos treinta años?
Los últimos treinta años han sido un fenómeno de apertura y aceptación social, pero vamos a ver qué pasa ahora con la ultraderecha.
¿Dirías que hay un punto de no retorno en la consecución de derechos?
No, nunca se conquista nada. No hay nada en lo que no se pueda retroceder, no hay ningún derecho que no te puedan tirar atrás. Es una ilusión que nos encanta, pero cada vez que conseguimos algún derecho, viene alguien a sacarlo y hay que volver a salir a pelear.
¿Te sientes segura en el mundo como una mujer queer de 55 años?
Sí, al menos tanto como se puede estar. O sea, en cualquier momento te puede caer un piano en la cabeza, te puede pasar cualquier cosa. Lo que no me siento es especialmente insegura. Por ahora. En un mes te digo.