Tras ‘Las mujeres de Federico’ y ‘Los hombres de Federico’ la periodista Ana Bernal-Triviño cierra la trilogía dedicada a la vida del poeta y dramaturgo con ‘Vuelve Federico’, acompañada de las ilustraciones de Lady Desidia. Un libro en el que Federico García Lorca regresa a los lugares, y por tanto también a las personas, que marcaron su vida para “hacer un ejercicio de memoria histórica sobre su figura, no solo desde el punto de vista de su obra, sino también desde el personal”.
Este libro es diferente y la pretensión de Bernal-Triviño es que quién se deje envolver por sus páginas acompañe a Lorca “a hacer un recorrido desde cero por su vida y a sus dilemas. Hacerle volver a vivir y plantear de nuevo situaciones, pero pensando en sí mismo y en salvarse”.
Un cierre a su historia en el que reflexionar sobre las injusticias que se cometieron en el asesinato de Federico García Lorca con el que la periodista espera que haga pensar, y mucho, en hacer “un ejercicio de memoria colectiva de si como sociedad hemos estado a la altura de las personas que fueron eliminadas de nuestro país de una forma tan cruel”. No espera arreglar nada, sabe que no puede, pero sí quería hacer algo digno para su figura que culmina con esta última entrega.
¿Qué has descubierto sobre la figura de Lorca a lo largo de estos tres libros?
No es que haya descubierto algo porque tengo muy estudiado, machacado y releído todo sobre la obra de Lorca. Si acaso he ahondado más en la parte humana, en la parte de las relaciones, en cómo hablaba y se escribía con sus parejas, profundizaba más en sus cartas personales y algo que cayó en mis manos, que fue una suerte tremenda, fue el libro de las cartas personales de su madre Vicenta a él. Con estos libros lo que busco es que la gente se aleje de Federico García Lorca como imagen y entre en el Federico García Lorca persona, porque creo que su figura se ha deshumanizado, incluso dentro de la cultura, y toca humanizar a ese Federico como es, una persona normal y corriente, creativa, entregada a su trabajo, pero que en su huerta de San Vicente si era necesario se ponía su batín y sus zapatillas. Esa es la imagen cercana de Federico que quiero trasladar.
De los lugares a los que regresa en el libro, ¿cuál es tu favorito?
Elegiría muchísimos. Me encanta ver a Federico en la huerta de San Vicente, pero también en las Ramblas de Barcelona con esas floristas, o en Cadaqués y ese encuentro con Dalí. Pero también me encanta Fuente Vaqueros, donde nació, hablando al pueblo de su amor por los libros; el viaje que hace a Nueva York; o cuando está en Madrid, concretamente con las mujeres que marcan su vida. Me quedo con todos esos escenarios.
¿Qué hubiese sido de él si no lo hubiesen asesinado?
Es la pregunta que yo me hice con 14 años cuando estaba leyendo 'La casa de Bernarda Alba' en el instituto. Cuando acabé de leerlo pregunté qué más había de ese autor y mi profesora me dijo que había sido fusilado. De esa conmoción es de donde creo que nace mi vinculación con Federico García Lorca y de donde nacen estos libros. Nos hemos perdido obras de teatro inmensas y al Lorca más político en cuanto a crítico con su tiempo. Estaba en un culmen y nos arrebataron una vida profesional y personal que nos hubiera llenado aún más de empatía ante las injusticias.
¿Cómo era la relación de Federico con sus padres?
Era una persona muy cercana y familiar que sentía un gran respeto por sus padres, pero también un eterno agradecimiento porque sin ellos él no hubiera podido salir adelante. Con su padre la vinculación es más de respeto, porque aunque luego vio el éxito de su hijo y lo disfrutaba, primero quería que estudiase derecho, como su hermano. Pero la relación más particular y preciosa la tenía con su madre, de amor muy puro y se ve en esas cartas que he podido leer para dar forma a muchos diálogos de este libro.
En Granada se encuentra con muchos amigos, ¿por qué Emilia Llanos es tan especial?
Porque recuerda a ese Federico adolescente que empieza a hacerse preguntas, que tiene dudas sobre sus sentimientos sobre Emilia porque fue su amor platónico. Emilia se enamoró de él y arrastró una gran culpabilidad por no haber podido salvarlo en esos días en Granada cuando se entera del fusilamiento de Lorca. No lo quiere creer, incluso en los últimos años de su vida ella decía que lo veía. Era una amistad plena, una persona a la que Lorca miraba a los ojos y sabía que ella lo comprendía, había compartido gran parte de sus incertidumbres y de sus miedos y por eso era una persona tan especial para él.
¿Qué supuso para Lorca mudarse a Madrid?
La libertad. Salir de un espacio limitado, al final Granada se le quedaba pequeña y no le permitía crecer como quería, así que en Madrid descubre un mundo para el desarrollo literario sin que sea fuertemente juzgado, sino un espacio de creatividad donde él podía experimentar algo que en Granada no iba a poder tener. También le abre un mundo de relaciones infinitas, de descubrir realidades que no alcanzaba, de tener contactos con editoriales o imprentas, con responsables para financiar obras de teatro. Consigue una proyección profesional que no tenía y, sobre todo, un gran desarrollo personal que le lleva a relacionarse con las figuras más emblemáticas y con más peso de la generación del 27.
¿Por qué introduces la muerte en una conversación con Dalí?
Porque una de las grandes bromas que Federico hacía en la residencia de estudiantes y que también hizo en Cadaqués era fingir su propia muerte, incluso hay recreaciones, imágenes o documentos en los que el propio Dalí lo menciona. Con Dalí, que era una persona muy metafísica, muy vinculada con el mundo de los sueños, me llevaba a preguntarme de qué podían hablar los dos después de tanto tiempo, de qué podían reflexionar, y creo que era esta conversación de la muerte. Y también para poner el peso en cómo una persona fue fusilada por sus ideas políticas y, sin embargo, Dalí fue una persona que tuvo un peso muy notable en el franquismo, el que fue verdugo de Federico.
¿Cómo influyó en su obra conocer a Dalí, Buñuel o Juan Ramón Jiménez?
De los tres Juan Ramón Jiménez a través de la poesía, también por los contextos personales que tuvieron, fue el que más le llegó a influir, con el que más podía conversar, siempre con respeto y viéndolo como maestro. Mientras que con Dalí fue la experimentación absoluta y con Buñuel tuvo esa relación de compañerismo absoluta, personas de la misma edad, con otra serie de complicidades, compartieron esa residencia de estudiantes, con Juan Ramón sí que es cierto que existía una vinculación personal y prácticamente familiar.
¿Sabremos algún día dónde están los restos de Federico?
Tengo una teoría, pero nunca me atrevo nunca a compartirla, aunque me encantaría que fuese realidad porque dentro de todo el horror creo que sería algo que me reconfortaría el alma. Creo que nunca se va a saber donde están sus restos y no se hará público y mi teoría justificaría ese silencio, incluso por parte de la familia. Además, la familia quiere que el lugar del fusilamiento represente a todo el pueblo que fue fusilado y que no destaque un nombre sobre otro. Supone una herida de un Lorcar que fue alejado de su familia, por eso este libro viene a cerrar esa herida de la injusticia no solo por su fusilamiento, sino porque fue una de tantas personas que ni siquiera tuvo un juicio, ni pudo defenderse o despedirse de su familia.
¿Es esa la principal cuenta pendiente que tenemos con él?
Sí, creo que con él tenemos muchas cuentas pendientes. Todo se hizo mal con Lorca, incluso el silencio posterior que durante años hubo sobre él, negar que fue un crimen político, que es una versión muy interesada, y que actualmente se este utilizando incluso por marcas o representantes políticos que en su momento no sé si habrían alzado la voz contra el propio franquismo. Tenemos una cuenta pendiente con humanizarlo y no utilizarlo como una marca o un producto de forma continua