Las mejores cartas de amor de escritores: "Cómo me gustaría gozar contigo"
Para el escritor francés Nicolas Bersihand, autor de 'Cartas al amor' (Somos B), el goce y la felicidad se dicen y se escriben tanto como se viven
Conversamos con el autor acerca del final de la correspondencia escrita como forma de transmitir el más noble sentimiento
Y seleccionamos algunas de las cartas más impactantes entre las (cientos) que forman el volúmen
Joaquín Sorolla dedica casi toda su correspondencia a Clotilde -su esposa, musa y mecenas-, a narrar puntillosamente su vida cotidiana. Lo que come, lo que ve, lo que pinta, el agotamiento y el peso de las horas: "Me voy a comer, ya te he contado mi vida de hoy, es monótona, pero qué hacerle...". Pero entonces, de repente, el amor: “todo mi cariño está reconcentrado en ti, y si bien los hijos son los hijos, tú eres para mí más, mucho más que ellos, por muchas razones que no hay para qué citarlas; eres mi carne, mi vida y mi cerebro. Pintar y amarte, eso es todo, ¿¿te parece poco??".
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"Creo, efectivamente, que las cartas son el gran depósito de la memoria humana", dice el escritor francés Nicolas Bersihand que ha reunido en 'Cartas al amor' las más desgarradas y apasionadas epístolas dedicadas a la personas amada. "Y desde luego, las cartas de amor dicen más sobre este sentimiento que mil tratados o novelas". Después de una exhaustiva labor de años en los que ha buceado en ríos de amorosa tinta, ¿es posible que haya alcanzado a obtener una definición del amor? "Lo que rescato de tantas lecturas epistolares es que el amor, entendido en su sentido amplio -no limitado a la pareja- es el sol de la vida humana, sin rival alguno. El amor mueve nuestras mejores virtudes: la curiosidad, la empatía, la ayuda, el deseo, la admiración… que son la mejor medicina contra lo contrario del amor: el odio, la agresividad, la guerra… Pero incluso allí gana el amor, porque somos capaces de amar a quien odiamos.
Dice Pessoa que "todas las cartas de amor son ridículas"... ¿Estás de acuerdo?
Para nada, y sospecho que él tampoco, a juzgar por todas las cartas que recogí en este libro, y las suyas propias que escribía a Ofelia. Creo que las cartas han sido la herramienta más democrática para que las personas no escritoras, puedan expresar sus sentimientos y las cartas de amor, aún más: ¡Qué lugar tan fundamental han ocupado! Ahora que desaparecen las cartas, dejan un vació que las nuevas tecnologías no pueden llenar. Volviendo a Pessoa, el escribió una carta muy tierna a Ofelia firmada por Bernardo de Campos, uno de sus heterónimos, uniendo la creación literaria con el amor real en una carta que no tiene precedentes ni copia.
¿Crees que nuestra concepción del amor evoluciona según evolucionan nuestras ideas y capacidades como humanidad?
Si, hay una historia del amor, modalidades, palabras, pensadores, escritores y sobre todo realidades. Una historia mundial, con sus diferencias geográficas y lingüísticas que componen la gran saga del amor. Hoy en día, vivimos el final de cierto amor y de las cartas de amor y quise rendir homenaje a esta época larga, de más de 4000 años de escritura de cartas. Junto con las críticas, que me parecen muy legítimas y necesarias, hacia el amor romántico, también cabe preguntarse ¿cómo será la vida amorosa en el siglo XXI sin cartas ni amor?
Y para cada persona ¿cambia con el paso de los años?
Sí y se puede leer en las cartas: el Víctor Hugo adolescente no es el mismo que el anciano, y en cuanto al amor, también cambia. Galdós no ama de la misma manera a Emilia Pardo Bazán que a Teodosia Gandarias: 20 años separan a estos dos amores. Pero creo que hay personas, sobre todo mujeres, cuyo amor no decae ni cambia en profundidad: Gertrudis Gómez de Avellaneda, por ejemplo, o George Sand quien encontró el gran amor al final de su vida, con un humilde obrero, sobre quien escribe en una carta "él ama como nunca había visto hacerlo a nadie".
¿Hay alguna carta que te haya parecido especialmente sorprendente?
Una carta de la escritora andaluza Fernán Caballero (Cecilia Böhl de Faber y Ruiz de Larrea) a la Iglesia para pedir, tras el fallecimiento de su tercer marido, ingresar en un convento: el amor o la muerte. Y la gran pasión que unió una mujer ucraniana, Roxelana (1520-1558), quien se enamoró tanto del sultán Solimán el Magnífico que se convertiría en su esposa, la Sultana Hürrem. A cambio, él renunciaría por ella a su harem.
¿Es muy diferente la carta de amor pública (los poemas, por ejemplo) que la privada?
Creo que los textos destinados a la publicación (poemas, novelas, artículos y hasta cartas públicas) tienen un receptor equivoco: el gran público, la posteridad, la crítica, el mundo entero… Mientras que una carta es privada está destinada a una persona en concreto, escrita en unas circunstancias singulares, lo que hace que su contenido sea exclusivo y muy original. Me parece que la carta es el documento más auténtico que existe, aunque por supuesto da lugar a mentiras… Si existiera una especie alienígena que quisiera saber lo que es la humanidad, le recomendaría que leyera nuestras cartas porque en ellas está la verdad del género humano: su belleza, su miseria…
¿Cree que hay gente aún escribe cartas de amor o que se puede dar algo parecido en las apps?
Correos dejará de entregar cartas en breve salvo las de Hacienda, que necesitan una prueba oficial de entrega. Se acabó la época de la correspondencia por cartas. Hemos entrado en la nueva era de la correspondencia digital con sus pros (simultaneidad, accesibilidad casi universal…) y sus contras (acoso, ghosting…). No es la primera mutación de la correspondencia: antes, Maratón tenía que correr para entregar mensajes dictados. Propongo vivir y pensar sin nostalgia esta verdadera ruptura antropológica de la correspondencia, con todos sus efectos sobre nuestra vida.
Laforet, Mistral, Eva Perón… la sección hispana en la antología es nutrida… ¿El amor es diferente según la lengua?
Sí en tanto cada una tiene matices propios, intraducibles, aludiendo a maneras de vivir y sentir específicas de un idioma, de un país. Intenté rescatar una parte sustancial de la correspondencia amorosa en español para dejar claro que no es inferior a las de otros países o idiomas y situar su lugar central dentro de la vida cultural, intelectual y también política e histórica. Creo que el amor ilustra a la perfección la necesidad humana de usar el lenguaje para vivir plenamente. Los hechos consumados, la realidad vivida no lo son todo para la especie humana: a diferencia de lo que ocurre con otras especies, el goce, la felicidad, se dicen y se escriben tanto como se viven. Y las cartas lo demuestran: la necesidad de explicar a la otra persona todo lo que siente es parte misma del acontecimiento amoroso.
¿Cuál es la lengua del amor para ti?
El castellano, sin ninguna duda. Como francés de origen, no entiendo ni comparto la leyenda que acompaña el francés como el idioma del amor, ni de que París sea, dicho de paso, la capital del amor. Más allá de mi vida personal, me asombra la riqueza lingüística del idioma español para expresar sensaciones, realidades, sentimientos amorosos. El campo lexical dedicado al amor es tan amplio en castellano, sin equivalente en los otros idiomas europeos que yo pueda leer. Por ejemplo, todos estos matices: el amorío, la ilusión (no ilusoria), el cariño, celar, querer, el desamor…. son propios al idioma castellano, intraducibles a otros idiomas, y sobre todo desvelar realidades humanas que demuestran los mil y un matices del amor en el español. De hecho, una noble francesa, la condesa de Aulnoy, escribió en el siglo XVII que "el amor nació en España". Solo en castellano se puede crear este neologismo, la “cartamor”, que junta, sin ni siquiera la separación de un espacio o una preposición, para subrayar el evento capital que fue en la historia la invención de la carta del amor, la gran celestina de los enamorados, la protectora del amor. Así que, definitivamente, el castellano es para mi el idioma mayúsculo del amor.
Has publicado 'Cartas eróticas', 'Cartas a la madre' y ahora 'Cartas de amor… ¿Por qué escogiste estos tres temas?
Porque son tres ejes centrales de la vida, en los cuales las cartas han tenido un papel fundamental. Y la especia humana dejó en estas 3 líneas cartas sublimes, tanto a nivel literario como sentimental.
¿‘Cartas al amor’ cierra tu ciclo epistolar?
Para nada. Al revés, es el inicio en España de muchas otras publicaciones y actividades epistolares, que espero tener el placer de entregar pronto.
La carta más pasional
Las cartas de Gertrudis de Avellaneda a Ignacio Cepeda
Yo he mandado siempre en mi corazón y en mis acciones con mi entendimiento, y ahora mi entendimiento está subyugado por mi corazón, y mi corazón por un sentimiento todo nuevo, todo extraordinario. ¡Posible es, Dios mío, que cuando yo me creía libre ya del dominio del amor, cuando me persuadía haberlo conocido, cuando me lisonjeaba de experta y desilusionada, haya caído como una víctima débil e indefensa en las garras de hierro de una pasión desconocida, inmensa y cruel!… ¡Posible es, Cepeda, que yo ame ahora con el corazón de una niña de trece años!… ¿Qué es esto que por mí pasa? ¿Qué es esto que yo siento?… Dímelo, dímelo, porque yo no lo sé. Es harto nuevo para mí, te lo juro. Y yo he amado antes que a ti, he amado, o lo he creído así, y, sin embargo, nunca, nunca he sentido lo que ahora siento. ¿Es amor esto? No, hay algo de más, no es amor solamente. Es el infierno, que se ha venido a mi corazón. ¡Qué feliz era! ¡Cuán tiernamente te amaba! ¡Los ángeles me envidiarían! Y ahora, ahora, ¡cuán desgraciada! ¡Cuánto sufro! ¡Cuánto, querido mío! ¿Y por qué? ¿Qué ha sucedido? ¿Qué cosa me atormenta? Nada, yo no lo sé. ¿Es acaso que Dios castiga el exceso de amor, haciéndolo un martirio? ¿Es que el corazón humano es estrecho y se rompe cuando está demasiado lleno?… ¿Es un presentimiento de desgracia? ¿Es una plenitud de felicidad? ¿Es un defecto de mi organización, o una inconsecuencia de mi espíritu?… Yo no lo sé, pero estoy abatida, padezco, soy desgraciada […]. ¡Cuidado, Cepeda, cuidado!… Ten cuidado de mi corazón, tenlo…, mira que puedo morir.
La más mística
La carta de Sojourner Truth, esclava negra que pronunció el famoso discurso “Ain’t a woman”.
Queridos amigos:
He visto más de cien Años Nuevos antes de este, y os envío una felicitación de Año Nuevo a todos y cada uno de vosotros. Hablamos de un comienzo, pero no hay más comienzo que el principio de un mal. Todo lo demás viene de Dios y es de eternidad a eternidad. Todo lo que tiene un principio tendrá un final. Dios es infinito y todo lo que es bueno es infinito. Jamás contemplaremos a Dios, solo alcanzamos a verlo en el otro. Él es un gran océano de amor, y vivimos y nos movemos en Él como los peces en el mar, llenos de Su amor y espíritu, y Su trono está en los corazones de Su pueblo.
Se me ocurren estas ideas desde que tenía cien años, y puede que, si vosotros, amigos míos, vivís también hasta los cien, tengáis mejores ideas que estas. Se ha convertido este en un mundo nuevo. […] Me alegro de que os acordéis de mí y de poder enviaros mis pensamientos con la esperanza de que se multipliquen y den fruto. Si vivo para ver otro día de Año Nuevo, espero poder enviar más pensamientos nuevos.
La más dolida
La de Manuela Sáenz, entonces casada, al general Simón Bolívar.
Muy señor mío:
Recibí su apreciable que disgusta mi ánimo por lo poco que me escribe; además que su interés por cortar esta relación de amistad que nos une al menos en el interés de saberlo triunfante de todo lo que se propone. Sin embargo, yo le digo: no hay que huir de la felicidad cuando esta se encuentra tan cerca. Y tan solo debemos arrepentirnos de las cosas que no hemos hecho en esta vida. Su Excelencia sabe bien cómo lo amo. ¡Sí, con locura!
Usted me habla de la moral, de la sociedad. Pues bien sabe usted que todo eso es hipócrita, sin otra ambición que dar cabida a la satisfacción de miserables seres egoístas que hay en el mundo. Dígame usted: ¿quién puede juzgarnos por amor? Todos confabulan y se unen para impedir que dos seres se unan. ¿Por qué S. E. y mi humilde persona no podemos amarnos? Si hemos encontrado la felicidad, hay que atesorarla. Según los auspicios de lo que usted llama moral, ¿debo entonces seguir sacrificándome porque cometí el error de creer que amaré siempre a la persona con quien me casé?
Su querida a fuerza de distancia,
Manuela
La más prohibida
Federico García Lorca a Eduardo Rodríguez Valdivieso
Quiero que lo sepas. Puedes contar con mi corazón y con mi alegría y con mi pena y con todo lo mejor de mi pensamiento. No quiero que estés triste. Tu carta me ha emocionado mucho y me ha hecho quererte mucho más. Te veo solo lleno de amor y de espíritu y de belleza, y siento tu soledad como un hermoso paisaje donde yo me dormiría para siempre. También yo estoy solo, aunque tú me creas acompañado porque triunfo y recibo coronas de gloria, pero me falta la corona divina del amor. No quiero seguir hablándote. Amigo mío lejano, deja que coja tus manos y nota tú en mi silencio la expresión más honda de mi sentir. Ahora tengo una enorme gana de verte, un deseo de hablar contigo, de viajar contigo, de llevarte a mundos que no conoces donde tu alma se ensancharía sobre los cuatro vientos. Pero estamos los dos atados y, aunque tenemos por fuerza que romper las cadenas, son muchas las horas que estamos el uno sin el otro. De todos modos, siempre me asalta la idea de si tú no me querrás como yo a ti. Eso no lo sé. De todos modos, dímelo.
Mi amistad vuela como un águila y tú puedes matarla con un tiro de rifle. […] ¡Cómo me gustaría gozar contigo el aire de la primavera granadina, el olor pagano de los templos, las ráfagas verdes que manda la Vega vestida de novia por los habares[!] Pero quiero ir enseguida contigo. ¿Me recibirás bien? Porque si no quieres no voy.
Adiós, Eduardo, ya ves qué carta te escribo. Dan las dos en este momento. Fernandillo, que es el sueño de los niños, llama a la puerta con su corona de anémonas; yo me entrego a él pensando en ti.
Adiós. En esta carta llena de ternura va la verdad de mis sentimientos; si tú los rechazas, ellos como patitos asustados vendrán a buscar las amargas aguas de mi realidad. Contéstame mucho y muy largo.
Un abrazo fuerte de tu siempre,
Federico
La más poética
Stéphane Mallarmé a Maria Gerhard
Señorita:
Hace muchos días que no la veo. A medida que una lágrima iba cayendo de mis ojos, le pareció grato a mi tristeza que tomara una hoja de papel y me esforzase en traducir lo que esa lágrima contenía de amargura, de angustia, de amor, y, para serle franco, diría también que de esperanza. Ahora, mis lágrimas solo son de desesperanza. Todas las mañanas miraba y apilaba esas cartas con la idea de enviárselas, creyendo, atrevidamente, no que las leería todas, sino que simplemente pasearía la mirada al azar por algunas frases, y que de esas pocas frases ascendería hasta usted esa suerte de claridad que nos enerva y que sentimos cuando alguien nos ama. Ese rayo debería de abrir en su corazón una misteriosa flor azul, y esperaba que el perfume que nacería de ese florecimiento no le resultaría ingrato.
¡Y yo lo respiraría!
A ese perfume lo llaman amor.
[...]
Discúlpeme —oh, mi reina— si me permito tutearla en esta letanía extática. Y es que, ya ve que estoy como loco, como extraviado, desde hace algunos días. Cuando una flecha se clava en una puerta, la puerta sigue vibrando mucho tiempo después: una saeta de oro me ha herido, y tiemblo, consternado. Sáquemela o húndala más profundamente, pero no se deleite hurgando en mi corazón. Diga sí o no, pero hable. […] Así pues, permítame contemplarla y adorarla… ¡y esperar!
Adiós, la abrazo con lágrimas en los ojos: enjúguelas con un beso, o cuando menos con una sonrisa.
¡La amo! ¡La amo! Es todo cuanto sé decir y pensar […]. Iré a verla de nuevo al liceo; me hace feliz verla, aunque sea de lejos; cuando usted gira la calle, veo un fantasma de luz y todo resplandece.
Stéphane