Como todas las adolescentes, Mayra Montero pensó que jamás volvería a enamorarse. La pequeña diferencia con el resto de adolescentes del planeta es que ella se había enamorado de un genio del ajedrez -ella tenía apenas 14 años, él 23- que acabaría convirtiéndose en una figura mundial, controvertida, casi doliente en su final asediado por la enfermedad mental y sumido en las tribulaciones propias de una mente atípica. Montero y Fischer pasaron una noche juntos en la Habana, en 1966. Después a ella la castigaron los padres y él siguió enrocándose en la vida. Nunca se volvieron a ver.
¿Cómo era la vida en la Cuba de su niñez y adolescencia? ¿Podría decirnos lo bueno y lo malo que recuerde de esa época?
Antes de que triunfara la Revolución, asistía a un colegio de monjas. Lo malo que recuerdo es que yo escribía las letras al revés, aún a esta edad sigo viendo palabras o números al revés. Para ese entonces, no se sabía, o las monjas no sabían, que se trataba de una condición que yo no controlaba. Me quedaba en el aula, llorando, emborronando las libretas… Me amenazaban con que no me dejarían salir hasta que no escribiera al derecho. Y en algún momento empecé a hacerlo bien, no recuerdo cómo. Cuando se nacionalizaron los colegios privados, y las monjas estaban a punto de salir con sus baúles rumbo a España, mi madre me llevó a despedirlas. Supongo que no lo lamenté demasiado.
En cuanto a lo bueno, ya con diez o doce años empecé a leer como posesa todo lo que me caía en las manos. Los libros eran muy baratos y se publicaba buena literatura. Cualquiera que lea mi novela verá que de bueno, bueno… no hubo mucho. Hoy no sé si eso me vino bien, al fin y al cabo pienso que las infancias felices están reñidas con la literatura.
¿Sabía usted de la existencia de Bobby Fischer antes de su llegada a la isla? ¿Era aficionada al ajedrez?
Muy poco, supongo que me sonaba. Se había hablado mucho de él el año anterior, cuando debió viajar a Cuba para participar en el torneo Capablanca In Memoriam y el gobierno estadounidense no se lo permitió. Terminó jugando por teletipo. Mi padre intentó por todos los medios aficionarme al ajedrez, él lo jugaba bien. Pero yo aprendí, malamente, a mover las piezas.
¿Cómo fue el momento preciso en que ve por primera vez a Fischer? ¿Hablaba usted inglés? ¿Él hablaba español? ¿Cómo lo abordó?
Todo lo que cuento en la novela sobre ese primer y único encuentro es verdad. No tuve que tirar mucho de la ficción, es decir, nada. Mi inglés era muy malo, en fin, ahora tampoco es bueno. Mi papá también insistía en que lo aprendiera. Llegó a ponerme un profesor que me daba clases particulares, un hombre ya mayor que procedía de una de esas islas de habla inglesa, Barbados me parece. Era obeso, llegaba jadeante luego de subir las escaleras, siempre vestido de traje y corbata en medio de aquella canícula tropical… Me hubiera gustado saber cómo fue a parar a Cuba en aquellos años tumultuosos y qué fue de su vida. Mi inglés era muy basto, pero Fischer hablaba un español entendible.
Evidentemente visto desde una perspectiva actual, el hecho de que usted tuviera 14 años y el 23 hace saltar las alarmas. Sin embargo, usted misma no lo considera un abuso o una violación. ¿Hoy podría entender otras relaciones con la misma diferencia de edad (en el mismo periodo de la adolescencia) de la misma manera que entiende la que tuvo con Fischer?
No sé cómo es en Europa, pero en el Caribe casi todas las muchachas, a partir de los catorce, quizás antes, ya están “tonteando” seriamente. ¿Ha prestado atención a las letras del reguetón, a los famosos 'perreos' en fiestas y conciertos, a la manera de vestir y de conducirse de esta nueva generación de adolescentes? Se está poniendo el énfasis en la edad, pero también hay abuso, mucha violencia hacia las niñas y adolescentes por parte de varones que a lo mejor no llegan a los 18. Hay mucha hipocresía en no reconocer que hoy en día las relaciones sexuales comienzan muy temprano. ¿Cuál es la diferencia, que ambos son menores? Teóricamente, ninguno de los dos puede consentir. En el caso de Fischer, con el paso de las horas me di cuenta de que, mentalmente, ajedrez aparte, era casi un niño.
Otros aspectos de la vida de Fischer fueron durísimos, como su deterioro mental o su antisemitismo recalcitrante. ¿Puede usted ver en esos aspectos a la misma persona con la que tuvo esa aventura en La Habana?
No. No era la misma persona. Sí que era un poquito raro, aunque en unas pocas horas no se puede valorar la actitud ni la mentalidad de nadie. Pienso que su deterioro mental en realidad vino después, luego de esa partida con Spassky en 1992, en Belgrado. Fischer se convirtió en apátrida, fue rechazado por el mismo país que lo encumbró y en el que fue adorado. Vivió un exilio muy tortuoso.
¿Le contó a alguien en ese momento de su noche con el ajedrecista? ¿A sus amigas tal vez?
Mis amigas lo supieron, claro.
En ‘Como un mensajero tuyo’, novela que publicó en 1998, otro personaje célebre, Enrico Caruso, llega a la Habana y también tiene un romance con una mujer local. ¿Tiene algo que ver con su historia con Fischer?
Tal vez sea una especie de reflejo. La obra de un novelista, y juzgo por la mía, es un juego de espejos con algunos temas o sensaciones que se repiten. Pero yo, en 1920, no estaba en condiciones de pedirle un autógrafo a nadie. Créame que, dada mi profunda devoción por la ópera, hubiera corrido a pedírselo a Caruso. En febrero pasado, en ocasión del concierto del contratenor Jakob Josef Orlinski, volé a Madrid tan solo para oírlo. Luego hice cola para que me firmara su disco. No tengo remedio.
Cuenta usted que su madre la castigó no dejándola salir al día siguiente del encuentro y que por eso no pudo volver a ver a su amigo como habían quedado. ¿Recuerda cómo se sintió en ese momento? ¿Se había enamorado? ¿Le costó ‘olvidarlo’?
Días más tarde, al verme totalmente abatida, mi padre me llevó al Hotel Vedado, donde estaba su restaurante favorito, y allí almorzamos con un buen amigo de él, un abogado de apellido Tariche. Como estaba llorosa y cabizbaja, mi padre le dijo: “Es que se ha enamorado”. Tariche, que era ya mayor y había sido un Don Juan, estuvo hablándome un buen rato. Entre otras cosas, me aseguró que me enamoraría muchas veces. Lo miré entre lágrimas, no probé bocado. Pero con los años comprendí que tenía razón.
¿Tuvo algún contacto, por mínimo que sea, con Fischer en años posteriores?
Ninguno. No dejaba dirección ni rastro en los lugares por los que pasaba. Yo emigré a Puerto Rico, me hice periodista, algunas veces pensaba en él, pero ya había crecido, tenía otra vida, no tenía caso volver sobre esa historia contrariada.
¿Le ha costado como mujer de 72 años, mirar a la adolescente de 14 años que fue sin juzgarla?
71, si no le importa. Ya es bastante onerosa esa cifra para agregarle otro número. Es la tragedia de los que nacemos en noviembre o diciembre. Nos pasamos todo el maldito año con la edad que no tenemos. Y para contestar su pregunta, de algún modo sigo siendo la adolescente de 14. No me ha costado mirarla a la distancia, al contrario, por momentos me he apiadado de ella, y por momentos también la he envidiado. Como dice Silvio Rodríguez en una canción perfecta, con la que me identifico plenamente: “En esa época se amaba tanto, qué se yo: ¡qué época tanta de amores!”.