Juan Trejo o cuando tu hermana es todas las víctimas de la heroína: "No se ha hecho justicia con los que cayeron en los 80"
El escritor barcelonés, ganador del Premio Tusquets en 2014, emprende en su nueva novela la búsqueda de su hermana muerta
'Nela 1979' es también el retrato íntimo, doméstico, de una sociedad cuyos hijos fueron arrasados por la heroína
La novela de Trejo propone, finalmente, un viaje confrontacional contra el olvido como única manera de reivindicar a las víctimas
Todo empieza en un zoo. Ese lugar de animales enjaulados, atrapados en la grisura de una Barcelona esquizofrénica, aterida por las décadas de dictadura y tempranamente desencantada por todo lo que vino después. Cuatro años después de la muerte de Franco, la familia Trejo, inmigrantes extremeños, se entera de que la hija rebelde, -"un problema, un elemento disruptivo y desestabilizador"- acaba de morir sola en Valencia, con apenas 21 años.
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Testigo solitario de ese momento, esa hecatombe familiar que arroja a sus padres al silencio y la enfermedad, es un niño de nueve años: Juan Trejo. El mismo que cuatro décadas después, en medio de una escena cotidiana, en la tranquilidad de su hogar de clase media catalana, ve una reposición de 'Sonrisas y lágrimas' y es incapaz de contener el llanto.
Manuela Trejo, Nela, por propia voluntad, murió según la escasa información oficial -refrendada tozudamente por la familia- a causa de una perforación estomacal. Lo cierto es que, lejos de casa, Nela había caído en las garras de la heroína. Un descubrimiento que dejó a la familia fracturada para siempre.
Ya hablando de tu anterior novela, 'La máquina del porvenir', citabas la frase “salvar a una persona es salvar al mundo”. ¿Qué has salvado y qué no con la escritura de 'Nela 1979'?
No era mi intención salvar a nadie con este libro, pero sí, en la medida de mis posibilidades, dignificar la figura de mi hermana Nela sacándola del olvido a la que la había sometido nuestra familia y, por extensión, rescatando de la desmemoria a la generación a la que perteneció: la que creyó en cuerpo y alma en la contracultura de mediados de los años setenta.
¿Por qué crees que España fue un territorio tan propicio para la violencia de la heroína durante toda la transición?
En primer lugar, a principios de los ochenta (es decir, después de la muerte de mi hermana), España era todavía un país a medio hacer en el ámbito de la nueva democracia y la nueva legislación. Era una tierra en la que los negocios de todo tipo encontraron un terreno fértil y salvaje, muy propicio para el tráfico de drogas. Para completar la ecuación, el desencanto que sintieron muchos de los jóvenes de la época al ver que el cambio de régimen no iba a conllevar un cambio en los modos de vida generó una frustración enorme, insalvable, que fue también el caldo de cultivo ideal para el establecimiento de una droga refugio (no ya de drogas expansivas como el LSD o el hachís) que fomentaba el solipsismo y la inacción.
Una droga que acabó con toda una generación en Bilbao, en Madrid, en Barcelona, en Valencia. ¿Había factores diferenciales en Barcelona, donde nació Nela, o en Valencia, donde murió?
De lo que yo hablo en 'Nela 1979' es de la Barcelona previa a lo que se conoció como la “epidemia de la heroína”. A mediados de los años setenta, la heroína aún estaba vinculada al ámbito de la contracultura, del “rollo” como se la denominaba por aquel entonces, propio de la clase media y alta. Sólo podían consumir heroína, en esos años, o bien aquellos que viajaban a lugares como Paquistán, Turquía, Tailandia y Amsterdam (es decir, jóvenes con dinero y cultura), o bien aquellos que conocían a los que viajaban a esos lugares. A mediados de los setenta, conseguir heroína era difícil y se basaba en un círculo de amistad y confianza. Lo que implicó también que quienes la consumían tenían afán de transgresión y, al mismo tiempo, un enorme desconocimiento de los peligros que implicaban la droga que estaban consumiendo. Luego la cosa, a partir de 1980, fue muy diferente.
She's leaving home
Tras el dolor silenciado por la pérdida de Nela, dices que lo que salió de tu casa fue otra familia.
El olvido del pasado reciente, ejemplificado en la problemática que había supuesto primero la huida de casa y después la dolorosa muerte de mi hermana, fue uno de los elementos fundamentales para la transformación, para poder dar el salto al futuro y apostar por el cambio (sobre todo socioeconómico) que estaba marcando el nuevo rumbo del país. Después de años de oscurantismo y de estancamiento, la familia también apostó por una aséptica socialdemocracia íntima, por así decirlo.
¿Fue en ese sentido 'útil' para tu familia?
Sí, resultó útil. La familia dio un salto hacia delante. Hubo que pagar un precio elevado, pero la familia inició un nuevo camino, con nuevas costumbres y nuevos rituales. A pesar de eso, se mire por donde se mire, lo que ocurrió con la epidemia de la heroína, a la que se sumó un factor demoledor como el sida, fue una pérdida enorme, de unas dimensiones que todavía no se han tratado en profundidad, de manera justa, en este país.
¿El paso de la ficción a la no ficción (o a la escritura personal) ha sido difícil o natural?
Para mí no ha supuesto un verdadero cambio. Creo que a partir de mi segunda novela, la frontera entre realidad y ficción, entre lo inventado y lo personal, se ha ido difuminando. De hecho, yo entiendo que en el libro que más hablaba de mí, de mis interioridades, por decirlo de un modo un tanto ridículo, fue 'La máquina del porvenir', que, en teoría, es un puro artefacto narrativo de ficción. Por otra parte, 'Nela 1979', que habla de cosas contrastables, es el libro que más me ha exigido a la hora de utilizar recursos propios de la literatura: la estructura, el estilo, la voz, el ritmo, la creación de personajes…
¿La búsqueda del familiar perdido es también la necesaria revisión de las grietas familiares? Es inevitable pensar en 'El invencible verano de Liliana', de Cristina Rivera Garza.
Leí el fantástico 'El invencible verano de Liliana' cuando ya andaba metido en este proyecto y supuso para mí una enorme fuente de inspiración. El propósito de Rivera Garza en esa obra es titánico: encontrar una nueva forma de narrar aquello que es necesario cambiar respecto a la violencia de género y a la comprensión de la realidad de las mujeres y lo lleva a buen puerto con mano maestra. Mi libro es bastante más modesto, pero leer a Rivera Garza supuso un tremendo empujón, porque me dio a entender que, a través de la literatura, yo también podía lograr mi objetivo con 'Nela 1979'.
Luego de la Guerra Civil, con sus víctimas tantas veces desaparecidas (que algunos siguen buscando) ¿crees que las pérdidas de la generación barrida por la heroína gatillaron el trauma?
Más bien creo que el olvido al que nos “acostumbró” el trato a las víctimas de la Guerra Civil permitió que olvidásemos con bastante naturalidad a las víctimas de la heroína de los años ochenta. Son traumas diferentes, creo, que responden a un mismo patrón y que inciden, dolorosamente, en un modo incompleto y sin duda injusto de entender la historia reciente de este país. Con la Guerra Civil ya hay un trabajo de recuperación de la memoria, lento e inestable, pero ahí está. Con las víctimas de lo que ocurrió en los ochenta, con la heroína y el sida, con el estigma que sufrieron aquellos que perdieron a hijos y hermanos, todavía no se ha empezado a hacer justicia, a mi parecer.
La tiranía del olvido
Admites la imposibilidad de llegar a conocer la esencia de quién fue tu hermana, es como un camino sin salida. ¿Es la novela la historia de un fracaso?
Durante buena parte de la investigación y escritura de 'Nela 1979' creí que ese iba a ser el resultado: casi un tratado sobre la frustración y la imposibilidad de narrar la vida de alguien desaparecido. Por suerte, algo ocurrió hacia el final del proyecto que lo cambió todo y que me obligó a replantear sutilmente el enfoque. Se abrió una luminosa puerta cuando encontré en Italia a los familiares y amigos del que fue la pareja de mi hermana. Eso le dio un enfoque completamente diferente a todo.
¿Cómo ha cambiado tu percepción de Nela antes y después de esta novela?
El cambio ha sido radical. Empecé este proyecto con la intención de encontrar algo de luz en una historia familiar, y también como país, oscura y triste. Pero poco a poco mi hermana fue manifestándose a través de la escritura, a través de los mecanismos de la literatura, y pude verlo todo desde una perspectiva nueva, esclarecedora y luminosa, que cambió por completo mi modo de entender a mi hermana y, por extensión, a mi familia y también a toda una generación olvidada.
Es especialmente conmovedor cuando compruebas, y comprobamos poco a poco, que aunque Nela era una ‘extraña’ para ese niño que fuiste, para ella sí que eras alguien significativo, esa relación de ‘prescriptora’ que tenía contigo, la carta que te escribe, ese momento ‘Sonrisas y lágrimas’… ¿Crees que finalmente tu hermana sí te enseñó algo?
A lo largo de mi investigación, de mi recuperación del recuerdo de mi hermana, efectivamente, a un nivel estrictamente personal, una de las cosas más emotivas y conmovedoras fue rememorar el cariño y el interés que ella sentía por mí, su hermano pequeño. Esa voluntad formativa, la de ofrecerme otro posible punto de vista de las cosas. Saber más de ella me ha enseñado muchas cosas, ha sido toda una lección. Porque al observar desde el 2024 su vida, puede apreciarse, entre otras muchas cosas, su reivindicación, en un tiempo francamente bárbaro, de su lugar en el mundo como mujer.
En un momento de la carta que te escribe te dice: “que no te dicten, escribe lo que te guste, lo que te dé la gana”… ¿Cómo les eso desde la perspectiva del escritor en qué te convertiste?
No me había parado a pensar en esa frase, pero ahora que lo dices, de algún modo ese consejo o mandato suyo es el que puso en marcha la escritura de este libro… cuarenta años después. En cierto sentido, he escrito sin que “me dictase” la versión oficial, ya fuese la de mis padres o la que se impuso en lo que hoy conocemos como Transición.
Estableces una relación entre la muerte de tu hermana y de la muerte ‘por olvido’ de tus padres, que padecieron Alzheimer. ¿Dirías que el olvido produce enfermedad, deterioro, muerte?
Olvidar voluntariamente, elegir olvidar algo oscuro, doloroso o traumático entraña un elevado precio a pagar; ya sea a nivel personal o como país. Ahora lo sabemos, hemos podido comprobarlo en decenas de casos. Si lo que se pretende es vivir en armonía, en una casa o en una tierra, tarde o temprano hay que airear aquello que, por doloroso, no quiso mirarse o analizarse mientras ocurría. Me parecía incluso demasiado obvio señalar que mis padres murieron por enfermedades relacionadas con el Alzheimer, pero me temo que ese ha sido el mal de toda una amplia generación, la de la larga posguerra española, que tuvo que mirar a otro lado para poder seguir avanzando, progresando, y que no sólo acabaron ellos olvidándolo todo, sino que no tardaron en ser olvidados como generación, dejados de lado en pos, precisamente, del progreso. Lo cual, dicho sea de paso, tampoco es justo.
Un niño de 9 años sufrió, a su manera, la muerte de su hermana mayor. Pero es solo un hombre de 50 el que ha sido capaz de acercarse a ella en profundidad. ¿Crees que hubieras podido escribir este libro con 20 o 30 años?
De ninguna manera. Empecé a escribir, después de varios años de investigación, cuando entendí que no escribiría este libro como el “hermano pequeño” de Nela, sino como el posible hermano mayor o incluso como su posible padre; mis hijos rondan ahora la edad en que ella murió. Sólo desde esa (inevitable) madurez, en la que uno ha comprendido que juzgar a los demás no sirve absolutamente de nada, he podido enfocar esta historia desde una voluntad de equidad, de respeto y, por qué no decirlo, de amor.
¿Qué le dirías a ese niño?
Que no se preocupe tanto, que no se aferre a sus miedos y que ponga toda su energía en aprender a confiar en la vida.
¿Y a Nela?
Que la quiero.