Manuel Rivas: "No sé si ando más o menos rápido, pero me mueve la energía del deseo"
Rivas se ha convertido en el primer escritor en lengua gallega que recibe el Premio Nacional de las Letras Españolas
El escritor de 67 años acaba de publicar 'Detrás del cielo' (Alfaguara), una novela sobre la caza de un jabalí que arrastra una leyenda criminal
El año pasado, el autor gallego publicaba 'La tierra oculta' una recopilación de algunos de sus libros más celebrados
En 'Detrás del cielo', su última novela, una partida de cazadores de lanza a la captura de El Solitario, una jabalí casi mitológico que habita las mentes de los miembros de la cuadrilla. En esa exploración, especie de noir naturalista, Rivas nos alcanza una nueva lectura de esa muralla verde que soporta la violencia humana y la no humana. Una especie de diálogo, como siempre, entre mágico y coloquial, que denuncia la 'depredación social y natural' a partes iguales.
Al autor acaban de concederle el Premio Nacional de las Letras Españolas y pocas veces se ha visto tanto consenso en celebrarlo.
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¿Qué significa para ti que además de tus méritos literarios el jurado te ha otorgado el premio destacando tu compromiso firme con tu propia lengua? ¿Qué significa para ti en estos momentos la lengua gallega?
Yo utilizaría la palabra vivero: es como el vivero, la primera tierra donde brotas. Y son las primeras palabras también, esas con las que nombras por primera vez las cosas, el polen lingüístico… Además yo soy nacido en el año 57 y las circunstancias, digamos, sociopolíticas o culturales en las que me crié, eran complejas. En la escuela hablar gallego era hablar mal. Ahora lo miro con cierta ironía, con cierto humor, porque teníamos un maestro que nos hacía decir frases como, “los pájaros de Guadalajara tienen la garganta llena de trigo”. Eso era una tortura realmente siendo gallego.
También por eso te largaste a escribir en gallego desde siempre...
Sí, y esos primeros poemas, o lo que llamé el primer poema, ‘A negra tierra’, lo hice ya pensando en la tierra. El primer verso decía, “De falar, falarei coa terra”. Es decir, de hablar, hablaré con la tierra.
Toda una declaración de intenciones que además casi configura tu obra entera...
Sí, es como un punto cero, ¿sabes? Yo siempre vuelvo a ese momento, que es curioso, porque ese poema lo hice en una clase del Instituto, después de acabar un examen de matemáticas. Escribí los primeros versos en medio del folio que tenía para hacer las operaciones. Entonces se acercó un profesor y me dijo "pero tú qué estás haciendo" y agarró el papel y lo leyó. Era un hombre muy serio, castellano, de Ávila. Y volvió y me dejó el papel encima de la mesa y me dijo, "no está mal, pero qué tristes son ustedes". [Risas]. Creo que entonces me dije que no quería ser del club de los tristes.
¿Qué significa entonces para ti ser el primer escritor en gallego que reciba este premio?
Para mí es una responsabilidad. Realmente lo vivo así. No es, ah, qué bien y voy a hacer un brindis y tal. En realidad te hace pensar en tanta gente que escribe y que escribe muy bien. Y en que la cultura es para compartir, no para competir, ¿no? Por lo tanto, lo veo como algo que es también un premio a esa resistencia creativa de tanta gente. Después de todo, a la hora de escribir uno no escribe con medallas, vuelves a estar desnudo.
¿Y cómo crees que el joven Rivas, que empezaba a escribir esos poemas, se hubiera tomado un premio como este?
Bueno, no planificas esto cuando empiezas a escribir. Escribir no es como ir por una autopista, es más bien ir a campo traviesa, y siempre a ras del suelo. Es algo muy frágil, te caes, te levantas. Y es un andar orillero, ¿sabes? Muy por la orilla, porque estar en el centro, en el foco de atención, puede ser una obsesión, y eso para escribir no sirve. Para la literatura, más bien tienes que estar en los márgenes, tienes que estar en la orilla, porque es el mejor sitio para ver.
Bueno, el premio te ha puesto en el foco, como dices tú. ¿Te has sentido 'mayor' con este reconocimiento, Manuel?
Evidentemente, soy consciente de los años que pasan. Mira, este fin de semana vengo de hacer el montanismo por la zona del Bierzo y por ahí. Y seguramente subía mucho mejor hace dos años… Claro, el cuerpo lo nota, digamos. Pero ¿Qué pasa? Que lo que tengo es cada vez más curiosidad. Como que una cosa compresa a la otra. Es verdad que cada vez tienes también más miedos, más inquietudes, porque, bueno, cómo va el mundo también, ¿no? Sí. Pero, por otra parte, cada vez me parece más asombroso.
¿Dirías que en la naturaleza hay algo parecido al bien y el mal o que se rige por otras reglas ajenas a lo moral?
Yo creo que en la naturaleza hay pulsiones… Pero más allá de eso, es un gran enigma. Creo que en la naturaleza hay una rebelión... Sí, que hay resistencia contra la injusticia en muchos seres. Eso, para mí, es una expresión de compasión, de que hay sentimientos, hay solidaridad, porque conocemos especies que se ayudan, ¿no? Están ahí... Los murciélagos tienen una especie de hospitales... Es una vida por descubrir, es un mundo por descubrir todavía al que tenemos muy infravalorado porque esa especie de mirada supremacista humana que nos ha hecho tanto daño. El ser humano se siente con derecho a pisotear lo que sea y eso tiene que cambiar.
¿Cómo?
Necesitamos una revolución, pero en realidad es una revolución que está en marcha. Te voy a contar una historia: yo estaba en una marea del Gran Sol, de pesca en las costas de Irlanda, unos 20 días. Una de de las experiencias más duras que viví en cuanto al mundo de la explotación laboral. Pues bien, una vez allí, en uno de los arrastres quedó atrapado un delfín. Y los pescadores, los pescadores de verdad, la gente que estaba allí, se sentían mal porque conocían la vida animal y les dolía ver allí un delfín moribundo. Y lo que ocurrió fue que al poco tiempo el barco fue rodeado por delfines. Era un coro, ¿sabes? Era como el coro griego antiguo, algo que te sobrecogía completamente, porque además no había donde escaparse, no podías dejar de oír aquel llanto de los delfines alrededor del barco. Y la cara de los pescadores era una cara de piedad y de horror. Todo el camino desde Irlanda hasta Coruña vino detrás nuestro la manada de delfines. Una experiencia sobrecogedora.
¿Para contar cosas como esa sirve la literatura?
Mira, para mí la literatura es la mejor forma de contar cosas que están en el lado oscuro, que están en zonas de sombra, que también son enigmas humanos. Entonces, en esta novela, por ejemplo, se escucha a todo Dios, habla todo Dios: habla gente que me resulta simpática y otra que me resulta antipática. Porque es un medio de conocimiento para mí también, de exploración, de aventura, y por supuesto de goce estético. Lo que yo no hago es novelas para adoctrinar, ni hago un discurso. Decía Cunqueiro cuando alguien le afeaba su 'falta de compromiso': "Pero, ¿de qué coño me está hablando? ¿es que además de hacer sonetos quiere que haga la reforma agraria?".
En la novela se cuenta tanto la depredación social como la natural, ¿no? Y tenía curiosidad por saber cómo diferencias la una de la otra...
Para mí son procesos paralelos que tienen que ver con el poder despótico, ese poder que quiere dominar a los demás, incluso las mentes, y que siempre está insatisfecho. Porque el poder despótico no solo quiere sumisión, sino que además quiere que le quieran, ¿no? Encima.
¿Quién ejerce ese poder despótico ahora mismo en nuestra sociedad?
Bueno, aquel que no espera respuesta. El que tiene los instrumentos para dominar a las personas, utilizando las leyes o sin las leyes.
¿Crees que en cualquiera de nosotros puede haber un poco esa pulsión despótica?
Por supuesto. Ese es un tema que procuré que estuviera presente, que impregnara la novela. Porque cuando hablamos de poder despótico, no solo hablamos de la figura de un dictador real o en potencia. Hay mandatarios elegidos por métodos democráticos, pero que su forma de ejercer el poder muda en un poder despótico. Pero también se da en la sociedad y en los ámbitos privados, digamos. Eso que se llaman micropoderes, claro, dicen micropoder, pero cuando te toca un micropoder encima, joder, de micro nada. Es un macropoder de carallo. Un padre tirano puede joder la vida de una persona, ¿no? O de varias.
'Detrás del cielo' está compuesta casi totalmente de diálogo. Es como si hubieras querido precisamente dejar hablar más que nunca a los personajes, darles esa voz...
De acuerdo. Es que yo creo que conocemos, empezamos a conocer a alguien cuando abre la boca. Puede haber factores de la apariencia, que bueno, sabemos que las apariencias engañan. En el costumbrismo se utilizaba mucho esto de descripción, de cómo era el personaje, cómo vestía, cómo se peinaba, cómo llevaba la barba si la llevaba, qué costumbres tenía, qué café iba, y parecía que eso era lo que determinaba la personalidad de alguien. Puede ser, pero también puede no ser. Es decir, una persona puede llevar una sotana de cura y después, pues, vete tú a saber qué es, cómo es. Entonces, para mí es fundamental oír a los personajes.
¿Incluso a las personas no humanas, como dices tú?
Sí, por eso es muy oral la historia. Y me gusta que la naturaleza se exprese a su manera. Como ese manto de niebla casi sólida con el que empieza la novela y que es como la naturaleza queriendo detener algo. De hecho el comienzo de la novela está como muy ralentizado, ¿no? Porque es la naturaleza que queriendo detener lo que va a ocurrir, queriendo proteger a los suyos.
Me ha llamado mucho la atención también la irrupción del chisme, casi como un personaje más de la novela. ¿Te ha costado incorporar esta tecnología a ese universo natural?
Recuerdo que cuando escribí una novela que se llamaba 'Todo el silencio', que estaba ambientada en el periodo de los años 70-80, es decir en tránsito de lo que era el contrabando al narcotráfico en Galicia, yo estaba bastante cómodo porque no aparecían móviles. me gustaba que para llamar por teléfono los personajes tenían que irse a los bares a meter fichas y cosas de estas. O utilizar radioaficionados. Llenar de móviles una historia es algo que no me gusta aunque de trate de una película. Eso de que parezca que la gente todo lo resuelve con el móvil es como si se sustituyera la acción, prácticamente. Entonces, al escribir esta novela me decía, mirando el cacharro, "pues al contrario, vamos a convertirlo realmente en un personaje". Y fue incluso como pasar de ese desinterés y de ese desafecto que le tenía en otros libros, al extremo opuesto. Y me dije, "yo creo que lo que necesitan estos cacharros es afecto". Y entonces, como ves, hay una relación muy íntima entre el narrador, que además es un chaval de campo, un chaval rural, con 'el Chisme'. Son como un dúo.
Acabas de cumplir 67 años ¿en que momento vital dirías que estás?
Sí, cumplí este 24 de octubre, fíjate, el día que salió el libro. Bueno, antes te hablé de la curiosidad y me gusta mucho una expresión de Borges que hablaba de 'la lógica del asombro', porque parece que son como dos palabras contrapuestas, lógica y asombro. Yo creo que en ese sentido, soy de los que piensan que cada día comienza la vida, ¿sabes? Creo mucho en la palabra re-existencia.
¿Resistencia?
No resistencia, ni recilencia, sino re-existencia, es decir, ver cada día como una nueva experiencia de vida. A mí me gusta re-existir.
¿Y que nos puede llevar a re-existir?
Creo que hay en nuestro interior, y también en la sociedad, una puga freudiana que atraviesa la historia de la humanidad, que es una lucha entre la pulsión del deseo y la pulsión de la muerte. La pulsión erótica, digamos, y la pulsión de la desgana. Y yo lo que noto es que a mí me mueve la energía del deseo, que es una energía alternativa. Entonces, no sé si hoy ando más rápido o menos rápido, pero por dentro cada vez son más intensas esas ganas de gozar de la vida. El mejor refugio que podemos encontrar es echarnos de bruces en el mundo.