Alejandro Gándara: "Si no hubiese tenido el equipaje de los griegos me habría vuelto loco en la pandemia"
Hablamos de su nuevo libro, ‘Dioses contra microbios’, con nuestro colaborador, premio Herralde, Nadal y Anagrama; y uno de los escritores españoles más respetados
En él se pregunta que haría un griego en la pandemia y lo compara con nuestro modo de estar: ¿Qué resistencia tenemos al cambio? ¿Cómo pensamos el miedo? ¿Y la muerte?
Cincuenta años lleva Alejandro Gándara estudiando a los griegos. "O quizá más", dice al teléfono desde la Sierra de Gredos, donde vive con su familia desde octubre. Cómo sentían, qué hacían con ello, qué tenemos de entonces los de ahora y qué no. Cinco décadas que salieron como un géiser en este confinamiento, cuando la pandemia se impuso y tocó revisarse. ¿Qué tal me adapto al cambio? ¿Qué papel juega la comunidad? ¿Cuándo me siento solo? ¿Quién soy ante el dolor? ¿Qué hago con el miedo? ¿Y con el amor? ¿Cómo pienso la muerte? El resultado es un libro, 'Dioses contra microbios. Los griegos y la covid-19', en el que va tirando del hilo y donde muchas personas que lo están pasando mal pueden encontrar un poco de consuelo.
Con su mujer y sus dos hijas pequeñas en el centro de Madrid. Así inició el confinamiento Gándara (Santander, 1957), premio Herralde, Nadal y Anagrama, director de la Escuela Contemporánea de Humanidades. Con la particularidad que lo terminó con un nuevo libro, su decimosexto. "Habla de la filosofía que se ocupa del arte de vivir, de cómo dar forma a los dilemas de la existencia. La idea ha sido pensar lo que haría un griego y compararlo con los recursos que teníamos nosotros, lo que hacíamos y cómo. Un ateniense había pasado a los 50 años tres guerras, cuatro hambrunas y tres pestes… estaban acostumbrados a las transformaciones violentas, a los golpes duros, y les habían dado recursos culturales para ello: era importante adaptarse a los acontecimientos, que no eran un flujo continuo y constante como nosotros lo percibimos", explica.
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La educación, la clave
Como siempre, la clave está precisamente en la educación. La pitagórica, una paideía integral, tenía más que ver con las tareas diarias, el conocimiento del cuerpo y las estrellas… Es decir, con todo. La nuestra con las destrezas técnicas sin apenas reflexión; sobre todo ahora, con las humanidades arrinconadas. "Somos seres productivos, empleados que saben inglés: el día lo entregamos a ganarnos un salario y a obedecer las leyes y a los jefes… Nuestro pensamiento en consecuencia está mucho más sometido al exterior".
Curiosamente, el comienzo del encierro no fue fácil tampoco para él: "Lo llevé mal, sin subirme por las paredes ni guillotinar a nadie, pero en el sentido de no darme cuenta hasta que mi mujer me dijo, 'oye, qué haces'. Recuerdo un día que me hice 8 km corriendo por casa, en mi cabeza era hacer ejercicio y era bueno, pero subió el vecino a quejarse. Muchas veces la tensión no la percibimos, necesitamos al otro. Es un buen ejemplo de la resistencia al cambio que tenemos: quería seguir haciendo lo de antes a pesar de que el mundo había cambiado radicalmente", explica. "Si no hubiese tenido equipaje griego me habría vuelto loco, no habría entendido nada y no habría sabido cómo tratar conmigo o con los que tenía cerca".
¿Cómo puede saber uno qué tal va de resistencia al cambio?
Si proyectamos mucho a futuro, mal. Si lo que tienes en la cabeza es una línea muy recta, una continuidad en el tiempo, te vas a sentir agobiado cuando se interrumpe. Y lo hará. No nos agobia no salir de casa, somos bastante caseros en realidad, sino no poder cumplir con los planes. Hay que tener más relación con el momento presente si se quiere sufrir menos. La necesidad de control sobre las cosas, mal. Ser muy ordenado, querer que la gente haga solo lo que debe, tener un alto concepto de uno mismo y del deber ser… Estos ‘controladores’ no se manejan bien con lo imprevisible.
¿Debería servir esta pandemia para conocerse mejor?
Debería, pero no servirá. Para eso hay que estudiar. El tiempo no enseña nada, hace a la gente imbécil más imbécil y a los tristes más tristes. Hay que discutir con los otros, crear espacios con relaciones profundas, hacer comunidad… y lo demás son tonterías. Sin estudio, diálogo y comunidad la vida es muy difícil y cualquier pequeña dificultad se convierte en una montaña difícil de escalar.
Otro de los pilares del libro es cómo las palabras se han usado como un virus
Eso es, cómo la comunicación oficial ha convertido a las palabras en el auténtico virus. La imagen del virus se ha propagado por la mente de la gente hasta que no han podido pensar en otra cosa. No porque no existiese, sino porque se ha usado el lenguaje con estructura masiva. Nadie se ha ocupado de cómo podíamos cada cual afrontar lo que se nos venía encima. Los niños han sido abandonados, la universidad, que podían ser los 'lideres intelectuales', no ha aparecido ni una sola vez… y todo ha sido sustituido por futurólogos y espontáneos. Eso ha sido absolutamente destructivo: lo que más daño ha hecho ha sido la falta de sentido de esta pandemia y nuestra incapacidad para afrontar el cambio, así que nos hemos visto en una sociedad de enfermos mentales: absolutamente neuróticos y afrontamos el virus como si fuese la imagen de la destrucción absoluta.
Otro capítulo es la cuantificación: ¿cómo nos ha influido el tsunami de cifras?
Cuantificar en un contexto en el que no se podía hacer, porque el número de contagios da igual si no sabes cuántos test se has hecho y a cuánta gente, por ejemplo, era absurdo. Eran números imaginarios. Ha sido una cosa disparatada de una cultura que roza el analfabetismo científico. No nos han dejado otro modo de pensar la realidad que no fuera esa: o éramos muertos, o supervivientes, o estábamos en la Uci, o asintomáticos, o supervivientes… pero no había categorías humanas más allá.
¿Por qué hemos pasado tanto miedo?
El miedo lo quita la comunidad. Si estás solo, es decir, si no hay modo de que te sientas reconocido y útil para los otros, simplemente estás aterrorizado. Pero no por el virus, sino porque la vida te aterroriza. Y eso nos pasa a todos en cierto sentido. Una persona sola es el caldo de cultivo del terror, su sopa primigenia. No tener a nadie con quien hablar, con quien compartir valores, ritos, mitos… aun así afloró una cierta de comunidad espontánea, comenzó a hablar de las cosas que importaban. Aún queda algo, a poco que se le estimule volverá a aflorar.
¿Qué relación hemos tenido con el cuerpo?
Las multinacionales dirigen el mundo, así que lo que le queda al poder político es ejercer su poder sobre el cuerpo. Cómo morimos, cuándo y por qué, por ejemplo. El aborto. El género, que es una categoría de pensamiento (una cosa es la persona y otra la descripción de alguno de sus aspectos físicos). Es asombroso que decidan algo así: es directamente maltrato. Todos nos vamos de vacaciones a la vez, descansamos fines de semana, los niños tienen que ir a la escuela siete horas al día… el confinamiento es solo una de las cimas de ese ejercicio de poder. Aunque fuera necesario como en este caso, no ha dejado de ser clamoroso. No me parece tolerable: no se ha firmado un pacto social que diga que dejamos nuestro cuerpo en manos de otros.
¿Cómo se puede hacer bien un duelo sin despedida?
Hay que pensar dos cosas: la primera es que el que ha muerto se acordó de los suyos con toda seguridad, ahí hubo un reencuento. Para él los suyos han estado, no ha estado tan solo como parece. Y para los otros, lo mismo: han estado con él en la forma que han podido, que es en su mente, en su corazón y en su alma. La ausencia de una despedida no se repara fácilmente, pero no tiene por qué ser trágica, solo dolorosa, como tantas otras cosas en la vida. De mucha gente no nos hemos podido despedir y tenemos que hacer algo con ello. Podemos hablar de ellos, recordar sus momentos...
¿Cómo pensamos la muerte hoy?
La muerte está en la vida, es parte de lo mismo, pero la tenemos pánico. Nuestra estructura vital está hecha para proyectar en el tiempo y conseguir objetivos, y en consecuencia no podemos detenernos mucho en la enfermedad ni en el duelo ni en el consuelo. Es un atentado contra el control que nos cuesta tolerar.
¿Dónde se aprende a consolar?
Hay que estudiar, pero no como papagallos. La gente consuela muy raro. Una amiga le dijo a su hijo que la muerte era como ir a dormir y el niño estuvo insomne unos seis meses. Hay que saber qué se puede consolar y cuáles son las palabras, hay que llevar al otro a un mundo donde haya paz y sosiego, aliviarle del peso que es el daño por una pérdida… Y no es fácil porque no hay reglas generales. Desde luego no los libros de autoayuda, que solo ayudan a los que los escriben. Hay que tener ese hábito de observar al otro y tenerle en cuenta.
¿Crees que esto va a ser un trauma?
Tiene todas las características de un trauma. No por las condiciones objetivas, que podrían ser leves comparadas con otras pandemias o una guerra. Pero sí ha sido capaz de destruir gran parte del tejido económico y nuestra capacidad de asimilar estos golpes es enormemente baja… nos ha pillado subiendo al Everest en bragas. Si vas a mirar en la mochila y no tienes ropa de abrigo, poco más se puede hacer.
¿Qué le dirías al Alejandro que se acercó por primera vez a los griegos desde lo que sabes ahora?
He sido muy gilipollas, le tendría que repetir varias veces esta entrevista hasta que le entrase en la mollera. Yo quiero saber por qué estoy aquí, por qué esta broma de que soy un nano segundo de luz en el universo y luego tengo que sumergirme en la más completa oscuridad para siempre. En eso me he concentrado muchísimo y a veces no he podido porque ha sido una tarea más fuerte que yo, y he tratado de huir y de evadirme, pero al final siempre vuelvo a lo mismo. Solo hay un tema, ese, y hay que dedicarle la vida.