Pérez-Reverte tiene un territorio. Y un campo semántico. Y lo revisita con cada nuevo protagonista, se llame Alatriste o Falcó: lo suyo, viene diciendo, es el hombre, épico, incomprendido, arrojado, que solo cuenta consigo mismo, algún amor enquistado y la lealtad de los suyos para sobrevivir en terreno hostil. Porque el mundo es cruel. Brutal. Y no parece que vaya a mejor. "La vida está llena de hijos de puta”, resumirá más tarde, tras echar una aspirina efervescente en un vaso de agua en el Palace madrileño. Veintiún años como reportero de guerra y 36 novelas después, ahora es el turno del Cid, pero no del que hablan el franquismo o Abascal o aquel del Cantar que le regaló su abuela Adela cuando era un niño y que hemos leído varias generaciones de españoles, sino del suyo, su 'Sidi': el muchacho desterrado a la frontera antes de convertirse en leyenda.
"Me interesaba cómo se forma un líder, por qué mecanismos te metes en la cabeza de alguien para que te siga y dé la vida por ti. Y no eran moñas cualquiera, sino tíos muertos de hambre, crueles, durísimos… Mi novela es un manual de liderazgo. A lo mejor a un ejecutivo de Toshiba o Iberdrola le puede ser útil. Un hombre que hace eso y sobrevive y oscurece a los reyes de la época es un tipo especial (…). Que Abascal lo reivindique no le quita valor. Presume del Cid, pero no es su patrimonio", explica.
Este "marino lector que escribe", por ese orden, dice que no se casa con nadie, ni izquierdas ni derechas, ni dios ni rey (por seguir con el campo semántico), aunque a veces parece que todos saben con quién va. "Un día me preguntó un periodista, ¿cuál es su ideología? Y yo le dije: No tengo ideología, tengo una biblioteca de 30.000 libros". Y películas. Eso también. De hecho, todo surgió de una tarde en el 'far west': "Estoy viendo por enésima vez la trilogía de John Ford en mi casa, John Wayne, ya sabes, 'Fort Apache', 'Río Grande' y 'La legión invencible', y pienso: '¡si nosotros tuvimos nuestro lejano oeste con esa frontera del siglo XI, hasta había incursiones apaches con los musulmanes y los cristianos!'. Esa épica. Y me pregunto, ¿cómo habría contado Ford al Cid? Y me pongo a hacer un western con el Cid. No quería repetir lo ya hecho. ¿Qué novelista profesional no se pone con esa idea? Caballería, polvo, sudor, noches al raso, miedo, emboscadas…", explica.
Lo dicho. Tiene muy claro el tipo de historias quiere contar. "Cada uno tiene una parcela del mundo que le interesa. Soy heredero de mi propia vida. He conocido más Alatristes que Einsteins, y más Cides que Simones de Beauvoir. Y claro, me he especializado en ese sector, que no siempre el más simpático, pero sí muy emocionante. Hay un hilo de parentesco entre mis personajes, ya sean hombres o mujeres: Tánger Soto, Irene Atler, Eva de Falcó… son mujeres muy potentes, independientes, que luchan, que no necesitan a los hombres para nada y a veces son sus adversarias, tías que tiran por la ventana cuando atacan los indios. Son mis amigas, mis colegas periodistas… Mis mujeres", añade, sabiendo de lo que se le achaca y negando la mayor. "Y en esta no las hay porque en las mesnadas no las había, no se puede mirar el siglo XI con ojos del XXI".
Parece que la fórmula es eficaz. Todas sus novelas se han colocado en la lista de las más vendidas y la mayoría han sido traducidas a cuarenta y pico idiomas. ¿Qué le dirías desde los 68 años al Arturo joven, que se fue a la frontera de la guerra para hacer periodismo?, le preguntamos. "Ese chico lo hizo bien. Y pagó sus precios. Salió al mundo como un 'pringao', con una mochila llena de libros, una camisa de algodón y una navaja multiusos a ver qué pasaba. Cuando no existía el sida y no había móviles. Ese chico vivió 20 años en territorio comanche. Fue muy feliz y también muy desgraciado. Y aprendió todo lo que sabe. Lo bueno y lo malo. Acertó, lo hizo bien no porque fuera muy inteligente, sino porque había sido educado. Y esto es importante. Me hicieron leer desde niño, teníamos biblioteca en casa, estudié latín y griego y traduje a Homero, Jenofonte y Cicerón y cuando salgo entonces al mundo y veo el dolor, la vileza, la infamia, tengo una formación que me permite digerirlo. Si no me habría vuelto loco, habría terminado en una casa de putas de Bangkok. O pisando una mina. O tirándome por una ventana. Pero la educación me permitió que hasta el horror fuera nutritivo", explica.
Por eso le preocupa que a los chavales se les esté privando de una buena educación, no mediatizada, porque les quitan los elementos de análisis necesarios para entender la vida: "es están dejando indefensos y maniatados". Para él, "la inteligencia está penalizada en España" y somos "un país enfermo" que nos merecemos nuestros síndromes: "todo el sistema está hecho para machacar a cualquier niño que destaque, para igualarlo en la mediocridad. Es que no juega al fútbol con los otros, pregunta demasiado… Toda individualidad es machacada por el sistema. Están poniendo muy difícil tener líderes y sale lo que sale. Ahí los tienes en el Parlamento, todo lo que es brillantez está siendo sistemáticamente exterminado desde el colegio. Un Cid es imposible ahora mismo".
La pregunta al revés le deja sin embargo unos segundos descolocado. ¿Qué crees que te diría ese Arturo joven viéndote aquí sentado, hablando de tus libros? "Nunca me lo he planteado. Muchas veces pensé que no sobreviviría. Estás en un calabozo cagando sangre porque tienes disentería, te dan una paliza unos negros y cuando te van a dar un machetazo no sabes por qué no lo hacen, deja al blanquito ese, dicen, en Nicaragua me pusieron contra una pared con una pistola en la cabeza… Nunca creí que llegaría a ser adulto, mayor. Tuve suerte. Mi yo joven estaría sorprendido de verme vivo, manifestaría su sorpresa", explica.
Pero hubo un momento de inflexión. Un día que cambió el resto y en el que comenzó a trazar el plan B. La salida. La vuelta a casa. "Lo cuento porque es una buena historia para un periodista", dice. "No quería seguir durmiendo con un ojo abierto", insiste. Y lanza la escena: "En el año 76 estaba en Bangkok con un viejo periodista, que no diré cómo se llamaba, y me llevó a un burdel a fumar opio, y estuve tomando copas con él, que yo nunca he ido con ninguna en mi vida, pero un periodista frecuenta esos ambientes, y entonces lo miré y me dije: 'yo no quiero acabar así, con 70 años, en un garito de mala muerte… No'. Me pude ir a tiempo, la literatura me salvó. Ahora escribo mis historias, sin amo ni jefe", explica satisfecho.
Y el plan no pasa por dejarlo. Sobre todo ahora, que se siente reconocido, está impecable de salud y se lo pasa en grande leyendo un año entero sobre un mismo tema, para luego filtrarlo en una peripecia de ficción. Cuando ese momento llegue, el de bajar el ritmo, será porque le imaginación se le haya acabado o sus novelas dejen de venderse. Entonces cogerá su velero y se irá a leer en alta mar, otro de sus placeres. "¿Bajón? Bajón es ser el médico de Sarajevo y que te maten a treinta y tantos a tu alrededor. Soy emocionalmente muy estable, por eso llevé la vida que llevé. Sería un desagradecido hijo de puta si renegase de la suerte que he tenido. Ojo, no me la han regalado, he pagado mis precios, que son muy altos". Y un par de palabras que vuelven a repetirse. 'Pagar precios'. El reverso tenebroso de toda historia de éxito. Aunque siempre lo deja botando, sin concretar.
-¿Qué precios son esos? -insistimos.
-Precios muy altos –dice con una sonrisa y una pausa-, pero son para mí.