En 1861, Benito Pérez Galdós llegó a Madrid procedente de Las Palmas de Gran Canaria. Tenía diecinueve años. Su madre, Dolores, había puesto particular empeño en que saliera de casa hacia la Península. En su decisión influía la presencia de su bellísima sobrina Sisita, que había llegado a Canarias desde Cuba con su madre viuda. Sisita era hija de una relación 'pecaminosa' de José María, su hermano, y de la viuda norteamericana Adriana Tate. De la misma edad, Benito y Sisita iniciaron un romance que alarmó a toda la familia. No era para menos. Otros dos hijos de Adriana se casaron con un hermano y con una hermana, respectivamente, de nuestro novelista, de modo que la temperatura emocional en casa de los Galdós debía estar bastante caldeada. En el centenario de su muerte, repasamos la persona detrás del escritor de los 'Episodios Nacionales'.
El dolor de abandonar a su amada en Las Palmas debió verse pronto compensado por la oportunidad de vivir libre de la tutela materna en Madrid. Se matriculó en la universidad para estudiar Derecho pero su carrera universitaria terminó nada más empezar. Sus estudios, nos dice él mismo, se distinguieron "por los frecuentes novillos que hacía", ya que prefería "gandulear por las calles gozando en observar la vida bulliciosa de esta abigarrada capital". De hecho, nunca se graduó.
Durante toda su vida guardó celosamente su intimidad, pero es de sobra sabido que tuvo grandes amores. Quienes le trataron, coinciden en que algunos de sus personajes son retratos más o menos elaborados de sus amantes. La asturiana Lorenza Cobián, modelo del pintor Emilio Sala, es comúnmente reconocida como el retrato vivo de Fortunata. Analfabeta y muy natural, se negó siempre a aprender a leer, y no quiso casarse con el escritor porque, como decía, "pasar por los altares acaba pronto con la ilusión". Como la protagonista de Fortunata y Jacinta, Lorenza creía que el amor se vivía sin restricciones ni reparos. Con ella tuvo Galdós su única hija, María, a la que adoptó tras la muerte de Lorenza.
Concha Ruth Morell, otra de sus amantes, pudo ser el primer apunte de la protagonista de Tristana. El tono de las cartas que intercambió con el novelista recuerda el vocabulario de los amantes de la novela. "Hormiguita de mis entretelas", "chiquita mía", "quiéreme mucho y sigue mis consejos", le dice él en esas misivas, en las que también le da instrucciones para avanzar en su carrera como actriz de teatro.
A Teodosia Gandarias, su apasionado amor de vejez, se refería siempre Benito como "adoradísima y divina Teo". Galdós sentía debilidad por las actrices (algunas de ellas protagonizaron sus obras de teatro), pero también sentía gran fascinación por las escritoras.
Se rumorea que tuvo un romance con la autora Sofía Casanova y está confirmado que también tuvo un amorío con Emilia Pardo Bazán, otro de los grandes nombres de la novela española del XIX. Los dos escritores vivieron su idilio con enorme discreción, de tal modo que su relación, que duró un par de años, fue descubierta a posteriori por los críticos al leer las cartas que se cruzaron. Para entonces, ambos habían fallecido hacía tiempo.
Galdós vivió en una casa regentada por sus hermanas solteras a las que, con el tiempo, se uniría María, la hija que tuvo con Lorenza Cobián. Esta familia extendida y numerosa era una importante carga económica, además de la noche madrileña, por lo que Galdós tuvo siempre grandes necesidades de dinero. Quizás esto explique que sometiera a sus personajes también a minuciosas esfuerzos de ahorro.
Doña Lupe en Fortunata y Jacinta, Torquemada en la serie de novelas que lleva su nombre, y Benina en Misericordia pasan la vida haciendo economías. Pero Galdós no supo someterse a tales sacrificios. Gastador impenitente, era incapaz de gestionar su economía doméstica. "Estos días hemos gastado una pequeña fortuna", le escribe alarmado a Concha Morell tras haber pasado juntos una temporada de verano en Santander. Esta precariedad se hizo particularmente grave en su vejez. De hecho, Ramón Pérez de Ayala, que lo trató entonces, lo describió como "víctima regular de prestamistas y usureros".
A comienzos del siglo XX fue candidato al Premio Nobel. Haberlo ganado habría aliviado en parte sus problemas de dinero, pero la oposición de los conservadores españoles arruinó su candidatura. Los tradicionalistas nunca lo aceptaron ni aprobaron su obra. Veían en él todo lo que odiaban: el espíritu liberal y dialogante, el optimismo por el futuro, la fe en la democracia, la voluntad de progreso, el afán de libertad.
También el anticlericalismo y, sobre todo en su madurez, al escritor comprometido con el socialismo y la política de izquierdas. El novelista representaba la otra España, la que pudo ser, pero también el optimismo de la nación futura y posible. Por ello, su lectura sirvió de consuelo para quienes en el siglo XX vivían un exilio largo y doloroso. Luis Cernuda, en su poema 'Díptico español', hace un elogio bellísimo del novelista y de su obra.
Como muchos escritores del XIX, escribió para vivir. Lo intentó primero en el teatro, y le fue mal. Después escribió para los periódicos, y le fue mejor. Estaba viviendo momentos turbulentos de la política española del XIX de la que fue testigo de excepción. Participó en las manifestaciones de la noche de San Daniel y, según él mismo dijo, se ganó "un par de mamporros propinados por un guardia". Vivió con entusiasmo y grandes expectativas la revolución liberal de 1868 y los años del Sexenio. Consciente de la importancia de lo que estaba viendo y viviendo, fue entonces cuando decidió pasar del artículo de prensa a la novela.
Empezó a escribir su primera novela, La Fontana de Oro, en 1868, el año de la revolución; la publicó dos años más tarde, en 1870. Habiendo hecho un viaje a Francia como corresponsal, descubrió a Balzac. Aprendió mucho de su lectura, y en 1876 publicó Doña Perfecta, la primera de sus 'novelas españolas contemporáneas'.
Poco antes, en 1873, había comenzado una serie de novelas cortas dedicadas a los momentos que marcaron la historia española del XIX. Llamó a estas obras ‘Episodios Nacionales’ y las agrupó en cinco series. Se convertirían, al completarse, en la más vibrante reflexión histórica sobre la vida nacional en el XIX español. Todavía en el siglo XX, algunos de esos episodios se usaban en el bachillerato para informar a los jóvenes alumnos de la realidad española moderna.
Era un trabajador infatigable, capaz de escribir varias horas al día sin interrupción, y lo hacía a lápiz para poder trabajar con mayor rapidez. Empezaba su jornada con el primer albor del día. Después un paseo por la ciudad, preferentemente en las inmediaciones de la Puerta del Sol, donde ocurren muchas de sus novelas, o por los desmontes del Príncipe Pío o la Ribera del Manzanares. O iba a las tertulias de los cafés donde tuvo grandes amigos.
Fue gran amigo del doctor Tolosa Latour, fundador del Hospital del Niño Jesús de Madrid, al que usó como modelo de su personaje Augusto Miquis. Y lo trataron, o se cartearon con él, los nombres más importantes del XIX y comienzos de XX. Mesonero, Pereda, Clarín, Pardo Bazán, Marañón, Unamuno.
Escribía las novelas de un tirón, corrigiendo más tarde el manuscrito completo. Publicó más de cien títulos, incluyendo setenta y ocho novelas, veintiséis obras dramáticas, y múltiples colecciones de artículos y narraciones breves.
Algunas novelas las terminó en pocos meses. Podía escribir toda una serie de Episodios Nacionales con disciplina y método, novela tras novela, y, cuando terminaba, se iba de vacaciones a recorrer algún lugar de España- Santander preferentemente, donde compró una casa de verano, o a ver Europa en compañía de Pereda o Pardo Bazán.
Galdós fue madrileño de adopción, devoción y corazón. Se identificó plenamente con la capital. Parece haber vivido en sus calles, paseando, viéndolo todo como Robinson urbano que todo lo devora con los ojos, y todo lo registra. Pero no fue observador impasible ni proyectó una mirada superficial sobre su entorno. Se paró a ver y quiso comprender a los seres anónimos que poblaban las calles, quiso entender a los seres que veía, y les dio voz representando por escrito sus ideales y aspiraciones, sus prejuicios de clase, sus manías y deseos, sus escrúpulos morales o la falta de ellos, y, en fin, sus triunfos y tribulaciones.
"Imagen de la vida es la novela", dijo en su discurso de entrada en la Academia. Y es importante esa frase, porque representó como nadie el bullicio de la vida nacional. Fue testigo privilegiado de una España que se hacía a marchas forzadas, trepando como podía por la cuesta de la modernidad y el progreso. Es el gran pintor de la clase media española que, en el XIX, surgía con grandes dificultades. Pero también supo ver la clase alta y los protagonistas de la riqueza y de las finanzas. De la misma manera que usó de una ternura infinita para pintar la miseria o la pobreza extrema.
¡Qué gran lección de humanidad encierra su novela Misericordia! Fue el primer escritor español que creó personajes femeninos auténticos, vigorosos, heroínas caracterizadas por la voluntad y por un tesón a prueba de infortunios. Gloria, doña Perfecta, Rosalía de Bringas, Fortunata, Isidora, Jacinta Arnáiz, Benina, Cruz del Águila son todas ellas miembros de esa clase extraordinaria de mujeres inolvidables, que Galdós creó para la historia de la literatura.
*Ignacio Javier López es catedrático de Literatura Española Moderna en la Universidad de Pennsylvania donde ha dirigido el Departamento de Lenguas Románicas durante más de una década. Es autor de varios libros sobre la novela decimonónica, y ha editado seis novelas de Galdós: 'Gloria', 'Doña Perfecta' y 'Las cuatro novelas de Torquemada', todas ellas en Cátedra.