Y los casi mejores del año son… Por Juan Tallón
El escritor Juan Tallón reflexiona reflexiona acerca de la subjetividad de las listas de mejores y peores cosas del año y la vida, ahora que se acerca final de año
Me temo que necesitamos vivir bajo alguna clase de hegemonía, aunque sea fugaz, incluso ficticia
Quién sabe si lo más sensato no sería elegir a los "casi" mejores del año. Sería una aproximación más humilde y sensata a la grandeza de las creaciones humanas
Gastamos diciembre buscando lo mejor del año. O jugando a buscarlo, en realidad. El mejor disco, la mejor novela, la mejor exposición, el mejor montaje teatral… son un maravilloso pasatiempo. Después de todo, es mentira que siempre haya algo que hacer. A veces no hay nada en absoluto, y tienes que inventarlo, ya que el hastío acecha. En caso contrario, podrías llegar a sentirte como Pierre Bezujov, el héroe rico de Guerra y paz, cuando dice que su único conflicto es que "no sé a qué dedicarme". Es preferible no pensar en qué feos asuntos perderíamos las horas si no las empleásemos en discutir quién o qué merece ser considerado "lo mejor". Me temo que necesitamos vivir bajo alguna clase de hegemonía, aunque sea fugaz, incluso ficticia.
Hay cierta tiranía en la elaboración de las listas de los mejores, cuya forma es la que es porque a alguien le gusta así, y no de otra manera. Y punto. ¿Hacia donde se dirigiría el mundo, o al menos el fin de año, si no fuésemos capaces de distinguir a los mejores del resto? En el fondo, no soportamos el desorden, la mera acumulación de nombres, títulos, ideas. Necesitamos que todo esté perfectamente apilado. Nos agrada alinear las cosas de modo que haya una cúspide y un fondo, para luego interesarnos solo por la primera. Una cosa es no saber qué hacer algunos días, y otras desperdiciar el tiempo. Nadie malgasta su vida en elegir a los peores.
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El elenco de los mejores nos pone a salvo de lo numeroso, que se reduce con un chasquido de dedos a un club de cinco, de diez, de treinta, a veces de cien, y todo lo demás una especie de mano de Dios lo arroja a los montones de la mediocridad. Hay algo de ficticio, ocioso, tal vez infantil, en ungir algo como lo mejor, porque tú lo dices. Quién sabe si lo más sensato no sería elegir a los "casi" mejores del año. Sería una aproximación más humilde y sensata a la grandeza de las creaciones humanas, la aceptación de que la elección es un juego, y no un acontecimiento sagrado. En el arte se hace imposible zanjar quién es el mejor indubitablemente. Es un debate en el que se mezclan mesura y frivolidad. Te remangas, fijas tu posición sobre quiénes o qué son los mejores, y a continuación viene otro, también bastante remangado, y precisa una lista distinta, y después otro, y otro más, y al cabo el mundo está lleno de mejores.
No existe realmente el mejor álbum, el mejor libro, ni siquiera el mejor grifo. No existen los cien ni los mil mejores. Tales cifras apenas denotan una pasión exagerada por los números redondos. La gloria de verte reflejado en un catálogo que recoja "los equis mejores" dura lo que tarda en aparecer otro catálogo en el que nadie se acuerda de ti. Pero quién sabe si la música, la literatura, el teatro, hasta la fontanería, resistirían el paso del tiempo si no estuviésemos elaborando listas a todas horas. Evitan que la compleja densidad del mundo se desparrame en un gran magma. Pero, a la hora de la verdad, no se puede encerrar lo mejor en una lista, porque lo mejor es libre, no entra en un espacio acotado, es gaseoso, omnipresente, muy difícil de agarrar.