Francisco Umbral, el quinqui vestido de dandy que sobrevivió a la muerte de su hijo
El documental ‘Anatomía de un dandy’, nominado a los premios Goya 2021, reconstruye la figura de un hombre que nunca superó la temprana muerte de su hijo Pinchi
Escribía sin reposo y en sociedad lucía como un auténtico dandy, una pose para ocultar su tragedia
Considerado uno de los cronistas más mordaces de su tiempo, sus columnas periodísticas habituaron a muchos lectores a abrir el periódico por la página final
Fue intenso, agudo, fecundo e inagotable. A veces, irascible. Y, sin embargo, Francisco Umbral sintió que su vida podría acotarse en seis años, los que vivió su hijo Pincho, que falleció a causa de una leucemia en 1975. Lo de antes y lo que vino después, "caos y crueldad", como él mismo dijo. Encontró en la palabra el modo de sobrevivirse a sí mismo y ya no paró. "Ni un día sin línea, ni un día sin periódicos, ni un día sin pan, ni un día sin amor", recitaba. Con sus contraportadas, muchos lectores se habituaron a abrir el periódico por el final. No necesitaba reposo, escribía, en palabras de Miguel Delibes, uno de sus mentores, al hilo del pensamiento. Y puesto que pensaba con la palabra adecuada, releerse era para este lírico metido a columnista simplemente una "suerte de narcisismo".
Una razón para volver a él
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La presencia de su viuda, María España, en la vida intelectual vivifica su figura. Su última aparición ha sido en la localidad madrileña de Majadahonda, donde aún vive en la casa que compartía con su marido, en un encuentro con Mario Vargas Llosa, con motivo del galardón literario que le ha otorgado la Fundación Francisco Umbral que ella preside.
Aún con más fuerza, el documental 'Anatomía de un dandy', dirigido por Charlie Arnaiz y Alberto Ortega (guion de Óscar García Blesa, Emilio González y Álvaro Giménez Sarmiento), está haciendo resurgir al escritor y, sobre todo, nos permite descubrir al ser humano sin máscara, sin sus exabruptos de genio y sin el elegante dandismo con el que cubría su desconsuelo. Gracias a la generosidad de su mujer, el público puede escuchar unas emotivas cintas de audio en las que Umbral habla con su hijo.
Cuando se conocieron, ambos quedaron deslumbrados. Él, ese hombre rubio y alto que paseaba por las tardes vallisoletanas con paso largo y sueños de poeta. Ella, "una de esas chicas a las que llevaba a remar al Pisuerga". Se casaron en 1959 y en 1968 nació Pincho. Con él, Umbral se vio a sí mismo en su propia infancia, en el envés del tiempo.
Cada cinco o seis meses el niño es otro. El niño es sucesivo. Creía amar a un solo niño y he amado a muchos, a uno distinto cada día
"Estoy oyendo crecer a mi hijo", escribe en 'Mortal y Rosa', para muchos su mejor libro. Es esa novela de la vida que estaba escribiendo cuando surgió la tragedia. En sus páginas, Umbral va desgranando sus emociones. Le sorprende la fugacidad de la infancia: "Cada cinco o seis meses el niño es otro. El niño es sucesivo. Creía amar a un solo niño y he amado a muchos, a uno distinto cada día".
Una manera de evadirse del mundo
De repente, topa con la enfermedad del niño y sus palabras se convierten en uno de los testimonios más lacerantes de la literatura española. "Solo encontré una verdad en la vida, hijo, y eras tú. Sólo encontré una verdad en la vida y la he perdido. Vivo de llorarte en la noche con lágrimas que queman la oscuridad. Soldadito rubio que mandaba en el mundo, te perdí para siempre. Tus ojos cuajaban el azul del cielo. Tu pelo doraba la calidad del día. Lo que queda después de ti, hijo, es un universo fluctuante, sin consistencia, como dicen que es Júpiter, una vaguedad nauseabunda de veranos e inviernos, una promiscuidad de sol y sexo, de tiempo y muerte, a través de todo lo cual vago solamente porque desconozco el gesto que hay que hacer para morirse".
Sólo encontré una verdad en la vida y la he perdido. Vivo de llorarte en la noche con lágrimas que queman la oscuridad. Soldadito rubio que mandaba en el mundo, te perdí para siempre
En 'Anatomía de un dandy', la voz de Aitana Sánchez-Gijón, que lee algunos de los fragmentos de 'Mortal y rosa', acentúa aún más ese tormento del padre al narrar su desolación. Umbral nunca consiguió reponerse, pero la palabra le ayudó a sobrevivirse a sí mismo. Con el lenguaje articuló un destino, puso argumento a sus días y eje a las horas.
"La obra -decía- estructura una conciencia, ayuda a vivir. Lo de menos, al final, quizá, sea la obra". La literatura se convirtió en su manera de no estar en el mundo, de expresar su repugnancia hacia la sociedad. Pero bastaba una gota de sangre, "ese quejido mudo de mi cuerpo, para que todo se borre y yo me reduzca a mi dolor".
Prefirió "beber el dolor a morro"
Tal era la intensidad de la herida que le dejó la pérdida del hijo que creyó ser "el único cadáver que ha escrito un libro en la historia de todos los tiempos". Era una herida que podría describirse celular y le afectaba a nivel físico, emocional y espiritual. Decidió no huir de su dolor ni dosificarlo. "No quiero cucharaditas de plata para sufrir. A morro, directamente, bebo a borbotones sangre de niño, muerte de niño, la hemorragia necia y dulce del mundo".
Con 'Mortal y rosa' alcanzó su madurez literaria y acedó su carácter. Disfrutaba del oficio de escribir "de una manera pecaminosa". Por la mañana, como escritor político. Lírico por la tarde. Al mismo tiempo, fue forjando esa figura de un dandy algo soberbio, empeñado en llamar la atención. Lo conseguía con sus actitudes, su forma de vestir y de vivir, sus expresiones vehementes y ese punto narcisista que le hacía necesitar la ovación. Su dandismo era una mezcla de buen gusto, culto a sí mismo y cierta insolencia.
El dandismo nos lo otorgan los comerciantes. O los críticos literarios, un siglo más tarde
Vestía impecable con su pañuelo perfectamente encajado en el cuello y sus icónicas gafas de pasta. Se acomodaba con gracia en el sillón, la cabeza siempre erguida y las piernas cruzadas. Era un fenómeno estético y hacía de la elegancia estética un deber y, a la vez, un placer. Desde que publicó su libro 'Larra.
Anatomía de un dandy', en 1965, sentía que habían quedado dos con la definición de dandy puesta como una levita: Larra y él. Y lo constataba al comprase el abrigo Pierre Cardin de todos los inviernos. "El dandismo nos lo otorgan los comerciantes. O los críticos literarios, un siglo más tarde", declaró. Después de Quevedo, el dandismo estético se quedó, según su opinión, en señoritismo y el moral en revolución.
Años de hambre, pocos libros y muchas mujeres
Su dandismo es pura provocación y le da el placer de preguntarse cómo eran las ligas de Madame Bovary, afirmar que Bocaccio son los siete pecados capitales en una sola cópula, hablar del gatillazo de Stendhal o calificar a Wilde como un falso dandy que descuida los botones del chaleco para que respire el corazón. Por estas cosas cabe imaginar su gozo al retratar con su pluma a artistas, intelectuales y políticos de todo pelaje. Se convirtió en cronista imprescindible de la vida en España. Para muchos, el mejor.
Gonzalo Torrente Ballester destacó que la fuerza creativa tan poderosa de Umbral venía precisamente de los años del hambre y de esa adolescencia sin demasiados libros, pero con mujeres. "Hizo su aprendizaje de la vida literaria en ese Madrid que describe en 'La noche que llegué al Café Gijón'. Fue testigo, por tanto, de la más feroz transformación de la sociedad española que se recuerda". Sin más técnica que retina y muñeca y con un manejo riguroso de lenguaje, hizo de Madrid un género literario y su propio esperpento.
En el documental, nominado a los premios Goya 2021, su amigo y biógrafo Eduardo Martínez Rico le rinde su particular tributo con estas palabras que bien pueden definir la figura del autor de 'Mortal y rosa': "una persona sensible y muy divertida, con la que uno disfrutaba mucho. Un gran conversador. También una persona muy compleja, pero que atesoraba una gran riqueza literaria, periodística y humana".