"La pasamos bien jugando", dicen los argentinos. Para el escritor Galder Reguera (Bilbao, 1975) el fútbol es más que una diversión o un pasatiempo. Lo que desde pequeño era su gran pasión a día de hoy es su trabajo. "Mi vinculación con el fútbol es total. Te confieso que, a veces, cuando veo las líneas pintadas en el campo, cuando huelo el césped, cuando toco un balón, me emociono", nos dice el escritor durante su entrevista con Uppers.
El autor heredó esta obsesión de su abuelo, fiel hincha del Athletic Club, como lo es ahora él. La familia y el fútbol son dos ejes sobre los que giran todos sus proyectos. En verano de 2019 publica dos obras: 'La vida en fuera de juego' y 'Quedará la ilusión: Una correspondencia durante el Mundial de Rusia', escrito junto a Carlos Marañón Canal. Un año después llega otra obra: 'Libro de familia'.
La idea de escribir su último libro 'Hijos del fútbol' (Planeta) comenzó a germinar cuando se dio cuenta de que su hijo mayor, que entonces tenía cinco años, se estaba convirtiendo en "un futbolero terrible": "Su proceso de descubrimiento del mundo, que en gran parte era a través del fútbol, me hizo recordar la relación que yo tenía con el balón y, en última instancia, reflexionar sobre si quería legarle esta pasión que ha determinado tanto mi vida", explica. Hablamos con el sobre sobre la pasión, la paternidad, los recuerdos de la infancia y, por supuesto, sobre fútbol.
Fundamentalmente es un libro sobre la paternidad, sobre cómo ser padre te hace volver a mirar las cosas desde una perspectiva distinta, revisar la idea que tienes de todo. Los elogios que más me han emocionado han sido los de lectores a los que el fútbol no les gustaba. Por otro lado, también hay una suerte de juicio al fútbol desde la perspectiva de un hincha.
Sí, claro. En realidad, se da mucho porque es la primera gran pasión que pueden compartir. Después llegarán más: el cine, la literatura, el arte, por ejemplo. Pero la ventaja del fútbol es que se viven al mismo nivel. Mis hijos y yo compartimos la pasión por la lectura, por ejemplo, pero leemos libros diferentes.
A mí me encantan Pisón, Ander Izagirre, los cómics de ciencia ficción… y a mis hijos sus libros infantiles. En fútbol, sin embargo, vemos los mismos partidos, animamos al mismo equipo, compartimos plenamente la experiencia.
No, no creo. No conozco a nadie que se haya dejado de hablar con alguien a quien quería por una discusión por los colores. La pasión llega hasta donde la dejamos. Ese es otro tema del libro.
Porque es una de las relaciones fundamentales que tejen el mundo.
Oh, sí. Muchísimo, por suerte. Yo tuve la suerte de que mi padre (mi padrastro, en realidad) estuvo muy implicado en nuestra crianza, pero entonces lo que él hacía era anecdótico. Hoy día cada vez los padres se implican más en la educación de sus hijos. Eso es bueno. Fundamentalmente, me atrevo a decir, para ellos, para los padres, que están descubriendo lo maravilloso que es vivir el día a día del crecimiento de un niño.
Porque lo que comentaba antes: es un espacio que se comparte. Lo bueno de un partido es que lo juegas con amigos, lo bonito del estadio es acudir de la mano de alguien a quien quieres a la grada. A mí me llevaba mi abuelo, mi aitite, de quien hablo en el libro. Ir a San Mamés era una gran experiencia en gran parte porque era compartida con alguien a quien amaba. Si me hubiera llevado al cine, quizá hubiera escrito un libro sobre la pasión por el celuloide.
Antes tenían un papel secundario, porque el fútbol ha sido un ámbito históricamente machista. Cada vez hay más mujeres en todos los estratos del fútbol: jugadoras, dirigentes, hinchas. Cuando voy al campo veo muchas madres y muchas niñas. Diría que el papel de las madres hoy es el mismo que el de los padres. Por suerte, ha dejado de ser algo exclusivamente masculino.
La pasión es buena. Tener mucha pasión es muy bueno. No hay buena literatura, ni buen cine, ni buena música sin pasión. Tampoco buen fútbol, ni buenas gradas. No creo, querido decir, que haya demasiada pasión por el fútbol, sino que hay personas que tienen una relación viciada con el fútbol, eso sí, como la podrían tener con cualquier otra afición.
El padre que grita a su hijo desde la grada, el tipo que insulta al rival, el que lanza una botella al campo… esa gente daría problemas en cualquier otro ámbito.
Lo que les digo cada día: que disfruten jugándolo, que aprendan viéndolo, que no se indignen jamás en un partido, que lo usen como un medio para relacionarse con buena gente, que sean conscientes de la suerte enorme que tienen de poder acudir de vez en cuando a San Mamés, que jamás insulten a nadie, que comprendan que para los hinchas de otros equipos sus colores son tan importantes como el rojo y el blanco para nosotros.
Sí, claro que lo son. Pero no, no habría conflicto si se hicieran de otro equipo. Ellos se lo perderían, ser del Athletic es la mejor elección de todas las posibles.
Las tardes de domingo en San Mamés con mi abuelo. Todo lo que rodeaba ir al campo. Era un hombre maravilloso, ¿sabes? ¡Le quise tanto! Para mí el Athletic y San Mamés son él. Le veo cada domingo, en la gente, en los colores, en el himno.