Isabel Allende: "Con los años he aprendido a decir no y a seleccionar con quién quiero estar"
"Lo que más me ha movilizado a hacer las brutalidades más grandes, y también los hechos heroicos, ha sido el amor"
"Me he casado por tercera vez a los 77 y, si sigo viviendo, es posible que me case una vez más"
"Empecé a ser escritora porque en el exilio no podía ser periodista, una profesión que me hacía muy feliz"
Empezó a escribir novelas con 40 años y ahora se cumplen 40 años de la publicación de 'La casa de los espíritus'. Isabel Allende es la escritora más leída en castellano y su secreto es simple: disfrutar con la escritura. "Escribir es lo que más me gusta en el mundo. Hay escritores que lo pasan mal escribiendo; entonces, ¿para qué lo hacen?", se pregunta divertida.
También disfruta con la vida, pese a que no le han faltado sinsabores como el exilio, algo que no ha borrado su corazón chileno ("eso no me lo puedo quitar"), o la muerte de su hija Paula. Nada de eso ha logrado eclipsar una manera de estar en el mundo tan guerrera como gozosa.
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A sus casi 80 años, se declara apasionada en el amor, al margen de la edad: "Yo siento la pasión como cuando tenía 20, 40 o 60 años", asegura. De eso dan fe sus tres matrimonios, el último con Roger Cukras, un financiero americano de ascendencia polaca con el que vive en una especie de confinamiento amoroso que funciona mientras la realidad no diga lo contrario. "Me casé a los 77 con Roger, pero si sigo viviendo, no descarto volverme a casar", afirma con un deje coqueto. En el amor, Allende no es de medias tintas y asume que el tiempo puede con todo, incluido el cariño.
En su caso, el tiempo no la ha vencido, pero sí ha cambiado su manera de vivir, ahora menos complicada desde que aprendió a decir que no. Ya no va a fiestas multitudinarias donde le caen "los camarones del de arriba" ni se presta a las agotadoras firmas de libros a las que acudía obligada. Esta rueda de prensa virtual en la que presenta 'Violeta' (Plaza & Janés), su última novela, lo demuestra.
"¿Ves? No hubiéramos podido recibir a tantos periodistas en Madrid", le dice a su agente con un guiño con el que parece cerrar alguna discrepancia de agenda. La escritora se muestra descansada y encantada de presentar su último trabajo: el apasionante recorrido a un siglo entre pandemias -de la gripe española al covid- a través de la conversación de la abuela Violeta y su nieto.
¿Qué hay en 'Violeta' de las mujeres de tu familia: tu madre, tu hija y tú misma?
De mi madre, la inspiración. Mi madre murió poco antes del covid y mucha gente que la conocía me dijo "tienes que escribir la historia de tu madre"; en parte, porque estábamos muy unidas (tengo la vida entera de mi madre en cartas que me escribía todos los días). Tenía material para una novela, pero cuando comencé a escribirla, vi que no podía emocionalmente. Además, mi madre, que era una persona extraordinaria, no tuvo una vida extraordinaria porque no podía mantenerse sola, no tuvo la libertad económica que yo deseé para ella. Y eso es lo que le di a Violeta, un personaje parecido a mi madre en el sentido de que es fuerte, interesante e irónica, con una gran visión respecto al futuro. Pero, a diferencia de mi madre, puede ser independiente económicamente. No hay feminismo sin independencia económica. De mí, algunas anécdotas de mi vida; creo que todos los autores hacen eso. De Paula hay poco, excepto la muerte de un personaje que se parece mucho a la muerte de mi hija.
'Violeta' demuestra que el amor mueve el mundo...
No solamente el amor, también el poder, la ambición, la codicia... Todas esas cosas mueven el mundo en una orientación que a veces el amor logra corregir, pero no completamente. En todas mis novelas lo que importa son las relaciones humanas, las emociones. Y, de todas ellas, la más poderosa es el amor, al menos para las mujeres. En mi propia vida, lo que más me ha movilizado a hacer las brutalidades más grandes, y también los hechos heroicos, ha sido el amor.
¿Incluso cerca de los 80?
Ahora que ya estoy vieja hay gente que me dice "bueno, pero el amor ya no tiene tanta importancia". Yo creo que lo tiene siempre. Yo me casé a los 77 y, si vivo lo suficiente, es posible que me case de nuevo. Creo en el amor firmemente.
¿Cómo ha evolucionado tu visión del amor desde que empezaste a publicar hasta ahora?
Desgraciadamente, sigo siendo igual de apasionada y romántica que cuando tenía 20, 40 o 60 años. Eso no cambia. Las relaciones cambian porque la edad, por supuesto, pesa. Las parejas que yo tenía cuando escribí mis libros anteriores eran todas más o menos jóvenes. Ahora me ha dado por tener parejas más bien ancianas. En esta novela, 'Violeta', hay varios amores. El primero es el amor de aquellas generaciones que se casaban para siempre, para tener hijos y ser madres de familia. A ella no le resulta. El marido es una lata y se enamora de un tipo extraordinariamente seductor, pero peligroso. Y vive con él ese amor apasionado que yo también conozco, ese amor que te hace hacer tantas cosas que si uno lo piensa luego no sabe ni cómo lo hizo. Al final de su vida, quiere un amor reposado y un amor feliz, con un compañero con el que no tiene nada en común. Eso es lo que me ha pasado a mí.
¿Cómo fue eso?
A los 77 me casé con un señor de origen polaco con el que no tengo nada en común. Y ahí nos pescó la pandemia. Nos quedamos encerrados en una casa chica por dos años ya en una eterna luna de miel. Está resultando de lo más bien.
Comenzaste a publicar con 40 años, ¿cómo llegaste a ese momento?
Empecé a ser escritora porque no podía ser periodista. Era periodista en Chile y era muy feliz. Era una profesión que me encantaba, tenía la sensación de que pertenecía a una comunidad, que conocía al país y que podía llamar a cualquier puerta para que me contestaran la pregunta más impertinente. Eso se terminó con el exilio, cuando me fui de Chile. Y durante mucho años viví en un silencio forzado hasta que por una casualidad terminé escribiendo 'La casa de los espíritus', y esa fue la novela que pavimentó el camino a las otras que vinieron después. Me dio una voz como escritora y como mujer.
¿Qué has aprendido en estos 40 años de escritura?
A tener confianza, no tratar de meter la historia en una camisa de fuerza. Tengo que tener la flexibilidad y la confianza de que lo puedo hacer, puedo escribir la historia para que se vaya desarrollando de una manera orgánica.
En tus novelas las mujeres y las niñas son imparables, ¿cómo podemos conseguir esto en la vida real?
Esto ya está pasando. Ahora se hace más énfasis en invertir en la educación de las niñas. Pero no podemos hablar globalmente. Todavía hay niñas que a los 8 años las venden para que se casen con viejos, aún hay niñas destinadas a la servidumbre o vendidas en prostíbulos... Son carne de cañón en las guerras, en las crisis económicas, en los campos de refugiados... Falta muchísimo por hacer, pero ya está sucediendo. Y hay mucha literatura que empodera a las niñas. Antes, en los cuentos, los héroes eran masculinos y las niñas eran unas princesas estúpidas que se quedaban dormidas y que tenía que venir un príncipe a despertarlas... Eso ya no ocurre. La literatura infantil o juvenil, incluso el cine, ya no es igual.
En tu evolución como escritora, ¿te has vuelto más pesimista? ¿Crees que el mundo en el siglo XXI es peor que en el siglo XX?
No. Ningún tiempo pasado fue mejor. Esa es una ilusión que tenemos, pero yo escribo novela histórica, novelas que van del año 1.540, más de 500 años de historia. Y no, no hay tiempo pasado en el cual hubiera más gente incorporada a la educación y a la salud, menos gente miserable muriéndose de hambre y de enfermedades incurables. El mundo avanza, pero muy lentamente. También es un mundo complicado. Tenemos mucha información y sabemos exactamente lo que pasa en todas partes. Estamos agobiado porque todo lo que aparece en las noticias son malas noticias. Las buenas no aparecen en ninguna parte, pero se está haciendo mucho bien, se está avanzando mucho.
Es decir, tienes esperanzas en el futuro...
Sí, hay una generación que está hasta la coronilla de lo que está pasando en el planeta... Creo que habrá cambios, lo único que siento es que no sé si viviré para verlos.
Cuando somos conscientes de que la vida llega a su límite, a veces cambiamos. ¿Casi a los 80 años ha mermado tu pasión por la vida? ¿Sigues asumiendo riesgos?
¡No! sigo siendo una mujer apasionada. Pero respecto al riesgo he cambiado. Hay cosas que ya no quiero hacer. Hay cosas que me fastidian no porque me parezcan arriesgadas, pero antes no me atrevía a decir que no a muchas cosas y ahora, a mi edad, he aprendido a decir que no. Por ejemplo, no me gustan las reuniones sociales. Yo soy muy baja. Si hay un cóctel, lo más probable es que todo suceda por allá arriba, todo el mundo de pie con un trago en la mano y que los camarones de la otra gente me caigan a mí en la cabeza. No me gusta y ya no lo hago. No voy a reuniones de más de seis u ocho personas. Se acabaron los festivales, las giras de promoción, las eternas colas para firmar... Todo eso que antes hacía obligada, ya no lo hago.
¿Eso de decir no afecta también a las personas?
He aprendido a seleccionar a las personas con las que quiero estar porque no quiero estar con todo el mundo. ¿Con quién quiero estar? Con los que quiero estar, estoy de verdad; con el resto, no.
¿Cuál es el siguiente paso en tu carrera?
No lo sé porque no sé si voy a estar viva mañana. Tengo mi calendario por unas pocas semanas y eso es lo que calculo que voy a estar haciendo. No hago proyectos a largo plazo. Nunca los hice, pero ahora más que nunca. Pienso en el presente. Quisiera seguir escribiendo por mucho tiempo más, pero eso depende de mi estado mental. Ponte que me ponga demente, paranoica, esquizofrénica o que me dé alzheimer... Con cualquiera de esas cosas se acabó la escritura.
¿Y tu objetivo vital?
El único plan es tener una vida lo más sencilla posible, sin complicaciones, con mi marido, mis dos perros y ya. No complicarme la existencia. Cuando me casé con Roger se vino a esta casa, de un solo dormitorio. Yo la compré con la idea de vivir sola el resto de mi vida con un perro. Y ahora tengo dos perros y un marido. En algún momento pensamos en buscar una casa más grande porque los dos trabajamos en casa. Muy rápidamente, decidimos que no merecía la pena porque a medida que uno envejece, uno quiere menos, no más. Quiere simplificar.
¿Así te sientes en este momento? ¿Más ligera de equipaje?
Iba a decir que estoy en la etapa de la vejez. Pero no quiero decir que me siento vieja. Siento que en el campo de la literatura no hay edad, es una de esas profesiones en las que se puede envejecer mientras tengas cerebro.
¿Con qué palabra describirías el mundo que estamos viviendo?
Cambio. Es época de cambios. Y el cambio siempre es revoltoso, desordenado, imprevisible, da miedo.