Joanna Bergin atiende a Uppers con el mismo recelo con el que nos recibiría su madre, la escritora Edith Aron, al saber que el motivo de la conversación es La Maga, protagonista femenina de ‘Rayuela’ y uno de los personajes más enigmáticos de la literatura latinoamericana. ¿Qué llamó la atención de Julio Cortázar para convertir a Edith en su musa? ¿Por qué a ella le disgustó tanto? La Maga, y no Edith, es una mujer degradada en la obra casi hasta lo grotesco por su inocencia y por no estar a la altura intelectual de su protagonista masculino, Horacio Oliveira. Este argentino de 45 años dice saber mucho de todo y se burla de ella con absoluta naturalidad porque es incapaz de participar en las discusiones literarias del Club de la Serpiente.
Hoy este planteamiento, igual que tanto pavoneo intelectual, produciría sonrojo. Se entiende por qué Joanna trata de desligarla de su doble imaginaria. La Maga es una joven uruguaya que tiene un hijo y ninguna inquietud intelectual. El amor que siente Horacio por ella solo se capta en los celos sexuales o en la nostalgia cuando se va. Edith, sin embargo, entregó su vida a la escritura, centrándose en cuentos en los que intercalaba ficción y autobiografía, y a la traducción de la obra de los principales intelectuales latinoamericanos al alemán, español e inglés. Su trabajo ha sido decisivo para dar a conocer el legado de autores como Adolfo Bioy Casares, Octavio Paz o el propio Julio Cortázar, entre otros. "A ella siempre le encantó escribir y tuvo la fortuna de estudiar junto a Jorge Luis Borges, en Argentina. Terminaron siendo amigos y con él descubrió el encanto del cuento como género", aclara la hija.
Su crónica con Cortázar nace en enero de 1950. Ambos coinciden en el buque Conte Biancamano, que viaja de Buenos Aires a Europa. Edith observa mientras el escritor toca un tango a cuatro manos, pero simplemente cruzan miradas. Una vez en París, coinciden casualmente en la librería parisina Saint-Germain y vuelven a mirarse. Lo mismo en diferentes lugares de la ciudad donde descubren que comparten amistades argentinas. La casualidad fue para él reveladora, bastante más que la lógica. La invitó a un café y le dio un poema que se titulaba ‘Los días entre paréntesis’. Y nació una compleja historia de amor. Un día, mientras Cortázar jugueteaba con unas migas de pan, le anunció: "Quiero escribir un libro mágico". Ese libro fue ‘Rayuela’ y, según confesó después a su editor y a la propia Edith por carta, ella le inspiró La Maga. También le pidió que viviera con él, pero prefirió seguir estudiando.
Cuando recibió un ejemplar de ‘Rayuela’, arrancó la dedicatoria y al leerlo se quedó en shock. Edith siempre insistió en la idea de que La Maga era un personaje literario y nunca le gustó serlo, a pesar de que en las páginas de ‘Rayuela’ identificó episodios idénticos a algunos que habían vivido, como la ocurrencia de dar sepultura a un viejo paraguas que encontraron en las calles de París. También le costó reconocerse en el retrato de La Maga, una joven inocente, alta, de ojos bellos y cintura delgada. Fumaba, como ella, Gitanes, pero ni iba despeinada ni llevaba los zapatos rotos. Aunque mantuvieron la amistad durante un tiempo y la visitó alguna vez a su apartamento londinense, se resistió a asumir la identidad de La Maga. En un arranque de rabia, Cortázar pidió a su editor Paco Porrúa que Edith no tradujese su obra. Fue el final de la relación. Ya octogenaria, aún recordaba con afecto la primera impresión que le causó aquel hombre alto, con una erre extraña y terriblemente intelectual, con sus anteojos de vidrio. Pero le dolía recordar que acabase confundiéndola con el personaje.
Edith había nacido en 1923, en Homburgo, frontera entre Alemania y Francia, en una familia judía. En 1934 emigra con su madre a Buenos Aires y desde allí sufre en la distancia el exterminio nazi. Tras visitar a su padre en 1950, decidió mudarse a París y completar sus estudios musicales. Enseguida se integró en la vida intelectual parisina y comenzó a traducir las obras literarias de los grandes autores de los que nos habla su hija Joanna. Esta nació en 1968 de su breve matrimonio con el ilustrador británico John Bergin. Además de traducir, la musa de Cortázar impartió clases en el Instituto Goethe, el Imperial College y como tutora privada. Hablaba alemán, francés, español e inglés. Ella quiso que el resto de su vida transcurriese en el anonimato. Murió en Londres, en mayo de 2020, con 96 años, a causa de una neumonía que pudo ser provocada por el coronavirus.
Para Cortázar siempre fue una suerte de amor platónico. Ser La Maga era un destino difícil de aceptar, a pesar de que, cuando se publicó ‘Rayuela’, en 1963, muchas mujeres se identificaron plenamente con esta figura enigmática, casi irreal. Y todos los hombres querían buscar a su Maga. Fue la fantasía masculina de toda una generación por el magnetismo que provocaba esa fusión de inocencia, misterio y fuerza intuitiva. El mundo salió el encuentro de La Maga.
El propio autor se sorprendió al descubrir que el lector encontraba en ‘Rayuela’ un nuevo ideal humano. No olvidemos que París era la nostalgia por el mayo francés, el optimismo por el futuro, la bohemia soñada por los intelectuales, el erotismo y la locura que transmitían sus páginas. De algún modo, La Maga simboliza esas ideas. Era espontánea, alocada, fumadora, lánguida, amante del jazz y con un toque naif interesante, a pesar de su simpleza intelectual. Bajo la mirada de Cortázar, es el eterno femenino y sublime. Ella sueña con poseer el don de la palabra de los intelectuales del Club de la Serpiente, pero ellos envidian su capacidad intuitiva.
En 1984, en una entrevista que publicó El País, admitió que ‘Rayuela’ es un libro que rezuma un machismo invisible en la época. "Cuando empecé a recibir una correspondencia muy nutrida con respecto a Rayuela, descubrí que una gran mayoría de lectores eran mujeres, y eran mujeres que la habían leído con un gran sentido crítico, atacándola o apoyándola o reprobándola, pero de ninguna manera en actitud pasiva". El público agradeció su honestidad.